Hace una semana exactamente, se estrenó en Netflix el film danés Otra ronda --ganador del Oscar a Mejor Película Internacional-- que es motivo de debate desde el momento en que comenzó verse por la plataforma de la N roja. El director, Thomas Vinterberg. La historia es la de cuatro profesores de una escuela secundaria que son amigos y que llevan una vida medianamente común, con los fracasos propios de la mediana edad que todo el mundo atraviesa. Un día, uno de ellos, trae y propone un experimento social que supuestamente es de un psiquiatra de la vida real que señaló que los humanos tienen un porcentaje de alcohol en sangre inferior al que sería óptimo para funcionar perfectamente. Lo que en la ficción comienza como un experimento social entre cuatro amigos que bordean los 50 años, pronto el asunto comienza a írseles de las manos. Y se sabe: del pasaje del consumo responsable a la adicción hay un camino que puede saltearse fácilmente. El film no tiene un mensaje moralista. Más bien muestra que cuando la vida parece aburrida y sin sentido se debe a los fracasos propios, a no ser honestos consigo mismos. ¿Qué pasa cuando esto no se reconoce? ¿Qué mirada psicoanalítica permite vislumbrar este aspecto?

"Está bien tratado el tema, donde, por un lado, es el uso del alcohol en la sociedad, tanto de los jóvenes como de los adultos. Por otro lado, en el contexto de esta época actual, donde hay caída de la autoridad, cuestionamiento de la autoridad, de los roles paternos, de las familias tradicionales, con todo esto que muestra de este grupo de amigos y sus dificultades para sostener el trabajo, para sostenerse como padres, para sostenerse cada uno como hombre al lado de una mujer. Está en juego toda esa problemática a nivel de los lazos. Y el uso del alcohol, un uso que empieza a ser medio colectivo como para arreglárselas con esto, buscando optimizar el rendimiento social y laboral porque lo dicen claramente”, comenta Carolina Alcuaz, licenciada en Psicología, psicoanalista y Jefa del Servicio de Salud Mental de niñas, niños y adolescentes del Hospital Nacional en Red "Lic. Laura Bonaparte".

Alcuaz destaca que la película también muestra que ese uso colectivo --porque empiezan a tomar entre todos-- también es un uso individual. “Eso es lo que me interesó dentro de la lectura desde la perspectiva del psicoanálisis: que, en definitiva, el alcohol es el mismo objeto pero cada uno lo usa de acuerdo a una función muy singular. Y cómo el alcohol viene a ser, como decía Freud, un quitapenas, viene a resolver los problemas de la existencia en una sociedad que te ofrece una respuesta rápida, una respuesta que logres el éxito porque hay como un esperar el éxito en lo social, en lo laboral, pero una respuesta que vos pensás que controlás, como dicen los personajes, y al final terminás consumido por eso que consumís", señala la autora de Otra sociedad para la locura.

Fabián Naparstek es profesor titular de Psicopatología de la Facultad de Psicología de la UBA, miembro de la Escuela de Orientación Lacaniana y autor y compilador de Introducción a la clínica con toxicomanías y alcoholismo. "Tiene varias perspectivas, pero se puede tomar como una historia de amor, especialmente con el personaje de Martin que va y viene entre el consumo y el amor por una mujer. Es muy interesante eso porque se ve cómo está por salir del consumo entrando en la pareja y cómo se vuelve al consumo y eso lo separa del amor. Es un ida y vuelta entre el amor y el consumo, que es un tema muy presente dentro de lo que trabajamos en toxicomanías y alcoholismo. Es muy presente la disyuntiva entre el amor y el consumo", asegura Naparstek.

En relación a la problemática de las adicciones, Otra ronda aborda un tema, en algún sentido, muy antiguo, según Naparstek: la idea de que el consumo de ciertas drogas en ciertas dosis podría traer la felicidad. De hecho, el libro Un mundo feliz, de Aldous Huxley, propone que el consumo de una sustancia podría hacer feliz a todo el mundo por igual. “Eso es una vieja concepción que estuvo muy de moda en su momento. Y la película la trae nuevamente a colación. Y muestra que las drogas pueden tener muchas funciones diferentes, como la posibilidad de encarar el día, la posibilidad de encarar al otro sexo, la posibilidad de encarar un examen. Esas son funciones que puede tener la droga, pero cualquier droga; en este caso, el alcohol. Pero también muestra cómo por más que se la quiera dosificar hay un punto donde la droga empieza a manejar a la persona. La película muestra una disyuntiva que también es muy antigua: ¿el problema es la persona o el problema es la sustancia? Y lo que se ve es que el alcohol sigue siendo el mismo alcohol. El problema es el sujeto, cómo el sujeto aborda esa sustancia o cada sustancia que hay en este mundo", asegura Naparstek.

¿No hay rasgos de adolescencia en estos hombres al querer probar una suerte de experimento y de manera grupal, como lo que en la adolescencia se conoce como grupo de pares? ¿Se puede leer esto como una necesidad de recuperar la alegría perdida de la etapa, quizás, más disfrutable de la vida humana? Alcuaz ve que en los personajes se muestra cómo estas cuestiones de la existencia, la relación a una mujer, la relación a los hijos, la relación en el campo laboral no la sintomatizan, no la problematizan sino que, enseguida, viene la respuesta del alcohol a tapar eso, una respuesta que ellos creen que controlan, porque ellos dicen “No somos alcohólicos”. “La respuesta es por el acto, no reflexionan sobre lo que les pasa. Hay algo de la respuesta por el acto, como es tomar, que es lo contrario a poder pensar, y también el síntoma queda del lado de lo social. Es un síntoma social. No hay un síntoma propio del ‘¿Qué me pasa?’. Ninguno hace una consulta”, analiza Alcuaz. Naparstek completa: “Lo que muestra la película es la pena de existir, la angustia de existir y que el ser humano busca refugio en la amistad, en la sustancia, en el amor de diferentes maneras. Y eso pasa en los adolescentes, en los jóvenes y pasa en las personas de mediana edad. Es la angustia de la existencia, de un mundo que nos lleva puestos a todos y hay que ver cómo enfrentarlo".

Juan Jorge Michel Fariña, profesor titular de la materia Psicología, Etica y Derechos Humanos y de la Práctica de Investigación Cine y Subjetividad, de la Facultad de Psicología de la UBA, destaca que Otra ronda se inicia con una frase de Soren Kierkegaard, que remite a su obra La repetición. “Se trata de una novela corta que relata la vana travesía de un sujeto que quiere retornar a experiencias placenteras vividas en el pasado. Por supuesto, esas experiencias ya no están y tampoco pueden ser recuperadas”, dice Fariña.

“En Otra ronda, cuatro amigos, profesores de un colegio secundario en Copenhague, llevan una vida vana y han perdido interés por su trabajo. Han extraviado sus vocaciones. Intentan recuperar algo de esa pasión perdida a través del alcohol, que aquí no es más que un pretexto para hablar de los límites entre el placer y el goce. Podemos en este punto distinguir los dos aspectos de la compulsión a la repetición aportados por Freud: como repetición de lo mismo y como repetición en la diferencia”, señala Fariña. La repetición de lo mismo, según Fariña, es una repetición vana, en la que el goce queda fijado a circuitos pulsionales elementales. Son procesos más estables pero también regresivos y mortíferos. “La repetición en la diferencia, en cambio, es repetición que soporta la diferencia para apuntar a lo nuevo. Los procesos que pasan por la diferencia y la ley implican un mayor esfuerzo y un riesgo”, plantea Fariña.

El especialista observa estas lógicas en Otra ronda: “La primera lógica, la de la repetición gozosa se vuelve calculable. Amargamente calculable, como los efectos del incremento de las dosis de alcohol en sangre. En cambio, la repetición en la diferencia abre a lo incalculable del azar y a la posibilidad de un saber hacer con el destino que le toca al sujeto. La célebre escena final de la película, en la que el personaje recupera su pasión por el ballet, se sitúa allí”.

Fariña recupera una idea del psicoanalista Eduardo Laso, quien expresó que fueron justamente Soren Kierkegaard y Friedrich Nietzsche, quienes hicieron de la repetición en la diferencia el objeto supremo de la voluntad y la libertad. “Para ambos se trata de actuar, de hacer de la repetición una novedad, un gesto de libertad, el objeto mismo del querer. Con su concepción de ‘eterno retorno’, Nietzsche hace de la repetición misma la forma de una máxima que podría formularse ‘actúa de manera tal que desees que tu vida se repita eternamente’, ‘aquello que quieras, quiérelo de tal forma que lo quieras a la vez como eterno retorno’”, cierra Fariña.