MUY PELIGROSO

17 o 18 de noviembre, 1996.

“Un hombre muy peligroso”

William Bennett. Difunto –y espero que último- Zar de las drogas, bajo órdenes de Reagan y Bush. Prosigue diciendo: “debemos apuntar a los consumidores ocasionales”.

“¿Y qué es esta vez Sherlock? ¿Cocaína o morfina?”

“Ambas, Watson. Las dos mezcladas”.

Los consumidores ocasionales que mantienen sus trabajos y manejan sus vidas con éxito (como yo) desean enviar el mensaje de que la gente puede consumir drogas ilegales y aun así funcionar adecuadamente.

“Muy peligroso”.

¿Peligroso para quiénes, señor Bennett? Muy peligroso para los mentirosos como Bennett y Anslinger, y todos los malintencionados rufianes y esa runfla de auténticos delincuentes y malvados salidos de la ley Harrison Narcotics. Una agrupación atestada de villanos, de narcotraficantes callejeros y progenie soplona que los delata por problemas familiares.

“La guerra contra las drogas nos ha unido como nación”.

¿Quién lo dijo, Bush o Reagan? –elijan cualquiera de las dos, que da igual-.

¿Una nación de qué? ¿De informantes? ¿De delatores?

Me gusta la palabra rusa para informantes: stukach. Suena como si se escupiera.

Nuestros ancestros pioneros se revolcarían en sus tumbas.

“Muy peligroso”.

El más recomendado médico del siglo XX, que trató cantidad de adictos a la morfina, dijo: “La salud general de todo morfinómano suele ser excelente”.

“Muy peligroso”.

Nixon decía que Tim Leary, viejo amigo mío, era “el hombre más peligroso de los Estados Unidos”. ¿Peligroso para quiénes? Quizá para un proyecto de patria que, bajo un manto de intervención policíaca, disimula todos sus problemas declarando una guerra contra las drogas.

30 de noviembre, sábado, 1996.

Bistec, pan, ensalada, -y vino tinto- en la mesa, hablando con Allen Ginsberg sobre algún anglosajón (persona), dice:

“Un cantante de blues, un predicador de sus lamentos. Quiere que todos detecten sus orígenes negros. Realmente cansa. Son por otra parte muy notorios”.

¿Qué cosa?

Quizás, en algún lugar de allí afuera –Quevedo, Ecuador, uno de puro, Perú… en algún estante polvoriento, Eukodal, 15 miligramos por ampolla-.

“Tómate otra. Supera a la heroína si se toma de más”.

¿Quién? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Por qué?

¿Relatos cortos?

Como toda impresión, puede contener alguna enseñanza final: ¿será así?

“¿Quién es? Últimas palabras de Billy the Kid. Garrett estaba muy cerca, a dos metros quizá. No podía fallar.

¿La armada secreta?

No diré que “perdimos”, porque nuestro aún queda allí.

Historias de guerra: la alcoba del edificio Lottery (nota: nombre del departamento en el que Burroughs vivió en Tánger en 1964) en Tánger. John Hopkins vino y me dijo: “parece una batalla naval”.

(Había sido una reyerta desesperada. Día tras día, la guerra).

Pesada neblina con hoyos en medio, como fuego de artillería.

¿Y qué tenemos ahora?

Mejor revelemos su pretexto, y golpeemos a la guerra contra las drogas donde más les duele. Las cifras del lavado de dinero alcanzan trillones de dólares, mientras se ahorca a todo consumidor por cargar una onza de morfina.

Sí, aquella pestilente horda nacida en las entrañas de la ley Harrison Narcotics. Actúan con maldad, maldad contra todo lo que el Homo Sapiens pueda o haya podido crear: desde su base de operaciones la frontera espacial. Los alienígenos, influyentes que son, adoctrinan a los mamíferos residentes. En respuesta, el Homo Sapiens condesciende ansioso, sin creerse equivocado.

“Construiremos más prisiones”, gruñó Bush.

“Ya tenemos un millón adentro”

UN ADICTO RICO

12 de diciembre, 1996

Historia de un adicto rico.

Yo fui descripto por un crítico bobo como el más rico de los ex adictos. Si 1500 en el banco y ningún otro ingreso me convierten en el más rico…

Hubiera sido yo rico si mi padre conservaba los fondos Burroughs (hablamos de diez millones dólares aquí), y en tal caso Naked Lunch jamás se habría escrito, ni ninguna otra obra comparable.

Preséntenme a un buen escritor que sea rico solo por herencia. En Francia, algunos interesantes escritores como Gide, son bien habidos, pero no estratosféricamente ricos.

Los millones de dólares pertenecen a los clubes selectos. El personal tiene que asegurarse de que el ofertante no haga nada contradictorio con su dinero. Cualquier cosa creativa no será presupuestada, ni tampoco tolerada.

Como, por ejemplo, cuánto yo haría con el dinero siendo presidente. Jamás lo sería. Para el puesto, verán, hay que calificar.

14 de diciembre, 1996

La historia de la familia Burroughs. Vaga, de poco reputados fantasmas, de solícitas cartas que entran por la ventana, provenientes de familiares remotos.

“Fue siempre muy bueno conmigo, excepto cuando bebía”

Para aclarar las cosas: William Seward Burroughs creó las primeras calculadoras, las máquinas de sumar. Murió en Citronelle, Alabama, de tuberculosis, a los 41 años. Dejó cuatro herederos: Horace, Mortimer (nota: Mortimer Perry Burroughs, el padre de Burroughs, era apenas un adolescente cuando William Seward Burroghs I murió, en 1898. Retuvo casi toda la herencia de la Burroughs Company. Aparentemente Mortimer usó los últimos fondos justo antes de que en 1929 el mercado se declarara en crisis financiera), Jennie y Helen.

Los acreedores tuvieron la última palabra: “salden las cuentas con la familia, cien mil dólares para cada uno. Era mucho por entonces, cuando un valioso metal valía un almuerzo invaluable, metales con más valor que el cadáver.

Por insistencia de mi madre, mi padre retuvo algunos de los fondos Burroughs. Compró, con lo que sobrara, la fábrica Burroughs Glass Co.

MENTIRAS

Martes 31 de diciembre 1996

El toque elemental de la cura por Dios propuesta a la enfermedad me ha llevado a ser adicto a The Naked Lunch y a encontrar mi pasatiempo: quiero decir, por supuesto, mi vocación. Un lugar en este mundo. Mi lugar en el mundo: y me abrió los ojos frente a lo ruin que repta detrás de la guerra contra las drogas. Las drogas ilegales. No de cualquier tipo. Cuando una droga se vuelve ilegal, adquiere el sulfuroso brillo de las profundidades del infierno.

Y así, gracias al consumo, ganó también prestigio mi imagen: y con ella, la consideración que de mí se tenía.

Soy un descarado icono cultural. Defiendo la verdad. Detesto a los mentirosos.

Provengo del Gato Blanco, un familiar instruido bajo la estela lunar en que toda intriga, de patrañas a embustes, es llevada a la luz del Gato Cazador. No vende su lealtad. Cae desde la azotea. No se asusta. Se desplaza como la luz. El miedo es perfidia. Con honra portamos las insignias del Gato Cazador.

A qué me refiero con verdad: lo que queda cuando la farsa es desenmascarada. Cuando no queda nadie y todos se van.

Y después de todo, lo que permanece es la VERDAD y sus consecuencias.

“No quise decir…”

La suerte del mentiroso ha llegado a su fin.

La verdad queda cuando las palabras se borran. Las palabras se crearon para mentir.


EL CIELO PROTECTOR

6 de junio, viernes, 1997

Me pregunto sobre el futuro de la novela, o en cualquier caso de la escritura.

¿A dónde se dirige? ¿A dónde irá a parar después de Conrad, Rimbaud, Genet, Beckett, St. John Perse, Kafka, Joyce?

¿Después de Paul y Jane Bowles? Estos últimos entran en la categoría de escritores que saben hacer una sola cosa muy bien. Paul trabaja sobre la oscuridad y lo siniestro, como una aterradora película de Clase B.

¿El caso de Jane? Muy bien los itinerarios y las motivaciones de los personajes, pero es tan especial que difícilmente se pueda poner en palabras.

¿Quién más nos queda?

Ah, sí, me olvidaba de Graham Greene, The Power and The Glory.

¿y Hemingway?

Quizá cuente con demasiado “jugo”, como diría él, y quizá no del suficiente como para ubicarlo entre los selectos: Joyce, etcétera.

“No alcanza, Papá. Te mataste por vanidoso, hinchado como un globo hasta reventar”.

Supo que su fin se acercaba:

“Ya no vienen como antes”.

Él no estuvo para comprobarlo.

Volvamos a la escritura: retomemos el hilo.

Quizá no haya mucho más para decir, al menos como certeza primitiva.

Conrad repite mucho esto en Lord Jim y Under Western Eyes.

Y también Genet, en la costa española: puedo sentir su hambre, bajando a los muelles donde algunos pescadores le tirarían un pescado que él cocinaría a brasa viva y sin sal.

¿Para qué continuar?

“El tranvía dio una vuelta en U y frenó. Fin del trayecto”.

Paul Bowles, The Sheltering Sky, el final.

El cielo, el cielo.

Apenas puedo escribir la palabra “cielo”.

Supongo que me siento…

¿Para qué continuar?