Pablo Racca era un joven trabajador social territorial que escribía cuentos fantásticos en sus ratos libres cuando se enteró, hace dos años, de que el Concejo Municipal de Rosario convocaba a la presentación de obras para la primera edición del premio "Rosa Wernicke" a la novela social inédita. El premio fue instituido por iniciativa de la concejala Norma López en honor a Rosa Wernicke, formidable escritora realista, autora, entre muchas obras, de la novela Las colinas del hambre (1943).

Novela escrita, ambientada y premiada en Rosario (aunque su primera edición se publicó en Buenos Aires, por la editorial Claridad), Las colinas del hambre era un vago mito literario local antes de sus dos reediciones rosarinas en este siglo. Wernicke, periodista y dramaturga, reseñó para el diario rosarino Tribuna las novelas naturalistas españolas que publicaba en esta ciudad Laudelino Ruiz, editor de su libro de cuentos Los treinta dineros (1938, reeditado en 2013). Se había unido en segundas nupcias, vía México, con el célebre pintor Julio Vanzo, cuyas ilustraciones para la primera edición de Las colinas... se reproducen en la tercera, por Serapis, en 2014. 

Ambientada casi íntegramente en una villa miseria, la novela es tan realista que según la leyenda urbana un exciruja millonario se habría sentido retratado en el villano, haciendo desaparecer de Rosario (a donde puede que ni siquiera haya llegado) aquella primera edición. Las colinas del título son una metáfora de los basurales de Beruti y Ayolas, que mucho no han cambiado en 70 años. El tópico "novela de denuncia" le hace ruido a Racca, quien la leyó y sintió que tenía algo para decir.

Y lo dijo. Lo escribió, en 200 páginas. Denunciar: ¿interpelar? ¿ponerse la gorra? No se trataba de eso. Se trataba de "contar", según dijo Racca en una entrevista radial y en una carta. Se trata, quizás, de dialogar y hasta de polemizar con aquella gran novela siempre en los bordes del olvido, como sus personajes. José Luis Borges (un seudónimo) firmaba Memoria del polvo, la obra a la que el jurado le otorgó el premio Rosa Wernicke. 

Pero un virus no consignado en la lista de gérmenes patógenos de Las colinas del hambre paró las rotativas y, hasta que la editorial Casagrande pudo darle forma en papel el año pasado, Memoria del polvo fue un PDF descargable en  http://pabloracca.com.ar, donde su autor la presenta: "Es transitar durante dos días un barrio periférico, alrededor de la pelea por el agua. Es encontrarse con la escuela barrial... es problematizar el trabajo territorial y cómo damos nuestras luchas, que buscan transformar el 'afuera' y que terminan transformándonos por entero". 

El barrio no está explícitamente en Rosario, la ciudad no se nombra en la obra y la novela no se ambienta en Rosario ni "denuncia" al Estado ausente, aclaró el autor al aire en una radio online uruguaya, en revisión del veredicto del jurado integrado por Maia Morosano, Laura Rossi y Federico Ferrogiaro. Su voz sonó en otra orilla, pero no en esta. 

Hay un acercamiento a los márgenes que sí es específico de Rosario y de estos años, como escribe Racca en una carta que puede descargarse en su sitio web. La protagonista de la novela de Racca, si es que se puede focalizar esta ágil novela coral en uno de sus personajes, es Ana, una maestra de la escuela barrial que vive en el centro. Ana no quiere que le digan "seño", porque lo convenido en una asamblea fue deconstruir los roles de autoridad. Roles que sin embargo tanto parecen necesitar sus alumnos y alumnas, quienes insisten con el "¡seño!". Ana no sabe o no quiere saber que podrían arreglárselas sin los docentes, como sugiere el narrador omnisciente en un pasaje del libro. Ana es un punto de vista entre otros. Ana es un dispositivo, una cámara, un teléfono robado que se pierde. Algo se desajusta entre los de afuera y los de adentro; algo no termina de oírse, escucharse o decirse. Hay un naturalismo implícito en el alerta y la torpeza que aquejan a los de adentro, síntomas de un stress crónico no enunciado y sí conocido de cerca. No hay villanos ni héroes. 

Novela del siglo veintiuno con un pie en el realismo mágico y otro en la realidad, Memoria del polvo la retrata por sus líneas de fuga: el cuelgue del faso, el insomnio, la filosofía barata o académica, las teorías bizarras que recuerdan las de ciertos personajes de Roberto Arlt. Todo, personas y cosas, parece tenerse en pie con esfuerzo en medio del caos propio de las situaciones alejadas del equilibrio, más que de un azar novelesco sin más. El polvo del título es descrito como si fuese un invasor del espacio; la tradición literaria del realismo de Racca se halla más cerca del realismo fantástico y de la ciencia ficción antropológica que del naturalismo, razón tal vez por la cual no naturaliza nada. Los docentes y demás trabajadores sociales podrían ser astronautas en expedición a un planeta distópico; la escuela, una base. El extrañamiento es tan eficaz que la escuela, aún en boca de sus efectores, parece estar a punto de convertirse en otra cosa.

Y sin embargo, nada de esto es un defecto sino una microscopía, actual y fiel, de la extrañeza que habitan sus lectores. Memoria del polvo escribe con anticipación un realismo post-pandémico, un cotidianismo al que la realidad ha vuelto tan tecnológico como si sucediera en naves espaciales; y donde, al mismo tiempo, la espiritualidad originaria pervive, hibridada con lo contemporáneo. La música de las murgas villeras, las letras de las canciones de rock barrial, las visiones telepáticas de una vecina devota del Gauchito Gil que no le teme a La Llorona, el narcotraficante asesino que lee a Orhan Pamuk, la dicción vacilante de un adolescente ¿autista? que le muestra sus dibujos al fantasma de su madre, todo ello pinta el mural de un carnaval de subjetividades en permanente construcción mutable. Y donde la muerte acecha en cualquier bala perdida, en cualquier pasillo de tierra, en cualquier plaza, en cualquier instante.