En los albores de la década del ‘70, el género progresivo-sinfónico enriqueció de un modo trascendental a la música de rock: por ambición musical, por la temática de sus letras, por la instrumentación, por los arreglos y hasta por un empleo mucho más creativo del estudio de grabación. Por más que la explosión punk haya afilado sus uñas criticando una supuesta pomposidad de ciertos exponentes progresivos, el paso del tiempo posibilitó el poner las cosas en su justa perspectiva. Paradójicamente, el movimiento progresivo y el punk tuvieron algo en común: sirvieron para abrir la puerta a muchos artistas y manifestaciones que no tenían cabida dentro del status quo de las escenas musicales que les precedieron. Y de la misma manera en que el punk primal de los Sex Pistols allanó el camino para la aparición de los sonidos sofisticados de Magazine o XTC, la movida progresiva había posibilitado unos años antes la emergencia de una música tan estimulante y original como la de Van der Graaf Generator, bajo la conducción de su principal nervio motor, Peter Hammill.

En 1969, en los días iniciales de la historia de Van der Graaf Generator, Hammill puso por primera vez de manifiesto esa característica que seduce o aterra (o ambas cosas a la vez) al oyente desde la primera vez que su caudal vocal cuasi operístico brota de los parlantes del equipo de música. No es solo el tono de su voz, sino también su rango expresivo, que puede llevarlo de una frase introspectiva emitida casi en un susurro a un desesperado tsunami de frases encendidas, en cuestión de segundos.

El otro aspecto que lo destacó de entre sus contemporáneos fue la erudición y el amplio espectro de sus letras. Tan peculiar como su voz y su lenguaje son los tópicos de sus canciones, en las que podemos hallar referencias a leyendas y mitos antiguos, choques entre culturas y creencias, dilemas existenciales, y hasta alusiones a los misterios de la astrofísica, como en el tema “Red Shift”, donde se vale del fenómeno conocido como “corrimiento al rojo” –que los astrónomos detectan en el espectro de colores al observar las galaxias que se alejan de la nuestra, corroborando así la teoría de un universo en expansión– para dejar latente el insondable enigma sobre el origen del cosmos y de nuestra propia existencia.

Desde que Hammill editó “Red Shift” en su tercer álbum, The Silent Corner and the Empty Stage, de 1974, su carrera ha recorrido un largo camino, a través de un buen número de álbumes editados por Van der Graaf y de una muy prolífica discografía como solista, además de varias aventuras en colaboración con músicos tan diversos como Roger Eno y Gary Lucas, y la concreción de un álbum conceptual sobre el cuento de Edgar Allan Poe “La caída de la casa Usher”, un proyecto tan caro a su corazón que su afán perfeccionista lo llevó a grabarlo dos veces. Pero Peter nunca había editado un disco de temas ajenos... hasta ahora. Este año apareció In Translation, una colección de canciones que debe haber tomado por sorpresa a más de un fan de este músico inglés de 72 años, ya que entre los autores se encuentran tres músicos italianos: Luigi Tenco, Fabrizio de André y Piero Ciampi, y hay también dos temas de Astor Piazzolla: “Oblivion” (Olvido) y “Balada para mi muerte”.

La selección poco ortodoxa del material de In Translation era esperable, tratándose de un artista que nunca se caracterizó por caer en lugares comunes. Puede parecer curioso que apenas tres de los diez temas sean originalmente en inglés, y que el propio Hammill se haya encargado del trabajo más arduo de traducción. Sin embargo, este artista plurilingüe está acostumbrado a dicha tarea, gracias a varios proyectos previos en los que escribió canciones para artistas no anglosajones. “Mi enfoque ha sido siempre hacer traducciones culturales, en vez de estrictamente lingüísticas, de forma tal que se transmita el espíritu de las canciones en lugar de su narrativa literal. Es el mismo método que apliqué en In Translation

Peter Hammill en 1973

Cuando un artista le pone su impronta a su versión de un tema ajeno, suele decirse que “lo hizo suyo”. En el caso de In Translation, más que adueñarse de las canciones, Hammill se metió en la columna vertebral de las emociones que transpiran estos temas. Y no es casual que la naturaleza de las letras y los climas musicales estén sólidamente emparentados con los dos grandes tópicos que el músico inglés ha abordado de muchas formas a lo largo de su extensa trayectoria: las intrincadas vicisitudes del amor y el desamor, y los múltiples enfoques de nuestros dilemas existenciales. Ambas cuestiones se entrelazan en “Ciao amore”, que fue un hit del torturado músico italiano Luigi Tenco en 1967, aunque no lograse que el jurado del Festival de San Remo lo proclamase ganador, desaire que –se cree– motivó la muerte por propia mano de Tenco, tan solo horas después de conocido el veredicto. El tema cuenta la historia de un muchacho que asfixiado por la vida rutinaria y sin futuro que le depara su pueblo, deja atrás el campo y a su chica para buscar fortuna en la gran ciudad. Pronto se da cuenta que es un paria en medio de la alienación de la urbe, pero a la vez siente que el retorno es imposible.

La naturaleza efímera de la pasión y de la vida misma están presentes en otros dos temas de autores italianos: “Hotel Supramonte”, de Fabrizio de André, e “Il vino”, de Piero Ciampi, donde el noble producto de la vid es celebrado como paliativo frente al aguijón constante del memento mori. No hay tal consuelo en “Ballad for my death”, donde Hammill captó de modo sublime el cóctel de añoranza y resignación ante el destino que la letra de Horacio Ferrer le sumó al dramatismo Piazzollano en “Balada para mi muerte”.

Peter Hammill despliega en In Translation su don peculiar para retratar situaciones extremas a la que nos conduce nuestra naturaleza y así concebir una obra cuasi conceptual. Si el resultado final no peca de claustrofóbico para el oyente, es por la misma humanidad de los protagonistas de estos temas; su fe en lo que son pero también en lo que pudieron haber sido. En “The Folks Who live On The Hill” –una canción de los años ’30 del siglo pasado, creada por Jerome Kern y Oscar Hammerstein II– uno intuye que esa gente privilegiada que habita “la cima de la colina” está atrapada en la idealización del Gran Sueño Americano, pero al mismo tiempo, el oyente no puede evitar conmoverse por esa ensoñación de vida idílica. Otro tanto sucede con “This Nearly Was Mine”, tema del film musical-bélico South Pacific, ambientado en época de la Segunda Guerra Mundial, en cuya letra el protagonista imagina la vida alternativa que pudo haber tenido en tiempos de paz. Ese fugaz rayo de ilusión, frente al destino incierto, resulta extrañamente catártico.

El carácter ecléctico de In Translation se acentúa con dos composiciones clásicas: “After A Dream” (Après un reve), del poeta y cantante Romain Bussine y el compositor Gabriel Fauré –artistas que colaboraron en la Francia de principios del siglo XX– y “Lost To The World” (Ich bin der Welt abhanden gekommen) de Gustav Mahler, sobre un poema de Friedrich Rückert. Ambas obras tienen en común el tópico de los sueños; la primera es el típico caso de despertarse de un sueño feliz y querer, en vano, volver a esa dulce inconciencia; mientras que el poema de Rückert y la partitura de Mahler transmiten el espíritu del artista romántico y soñador, solitario y apartado del mundo y sus distracciones. Hammill percibió en ambas piezas una conexión con esa sensación de “mundo en suspensión” que originó la pandemia y ese encontrar solaz y evasión, así fuese momentánea, en la tierra de los sueños.

Respecto de la forma en que los diferentes temas parecen vincularse entre sí, Hammill observó: “Este álbum contiene composiciones que parecen encajar justo entre sí; forman un conjunto. Y uno de los motivos es que la mayoría son canciones que en mayor o menor medida hablan de confusión, pérdida, y de una especie de futuro imaginado o esperado, que nunca llegó. Muchos de estos temas no me resultaban familiares antes de encarar este proyecto. Un descubrimiento me condujo a otro y así sucesivamente. Las circunstancias de las canciones son también interesantes y algunos de estos compositores e intérpretes vivieron en circunstancias particularmente dramáticas. Me sacó el sombrero ante estas vidas, muchas veces complicadas. Espero haber encarado el material y a sus creadores con el debido respeto. Es inevitable, sin embargo, que les haya dado un giro que es exclusivamente mío. Quiero subrayar, además, que estas grabaciones fueron hechas, por supuesto, en pleno auge del Covid y de la cuarentena. Pero también a sabiendas que el Brexit –en todo su horror– se acercaba más y más. Así que estas performances de canciones, en su mayor parte europeas serán mis últimas como intérprete europeo, con todos los derechos y privilegios que eso me ha traído durante tantos años.”

El paso de los años no ha conseguido aminorar la potencia ni el amplio rango de voz de Peter Hammill. Quienes han presenciado sus recitales de los últimos años son testigos de que sigue intacta su capacidad de mutar de un tono calmo y confesional a un alarido maníaco en cuestión de segundos, pero el clima general de In Translation es más recoleto: un muestrario de tópicos afines a esa sensación ecuménica de pérdida y aislamiento que nos resulta bien familiar en tiempos de pandemia. El álbum opera con parámetros más sutiles respecto de los súbitos crescendos de intensidad emotiva que caracterizaron a muchos clásicos de Van der Graaf o de su carrera solista. En In Translation, Hammill pone de manifiesto, una vez más, esa madura elegancia, sin rasgos de impostación, que ha caracterizado su carrera reciente. Y aunque aquí transmite sentimientos del corazón y la pluma de otros, no puede evitar desnudar su propia alma en el proceso, con esa mezcla exquisita de suave melancolía e instinto dramático que llevan su sello único.