La relectura de autoras clásicas del pensamiento social como Ellen Meiksins Wood y Wendy Brown permite concluir que los problemas actuales de desigualdad global, debilitamiento de las democracias y degradación ecológica son consecuencia de la globalización del sistema capitalista bajo el mandato de la acumulación y la maximización de ganancias. 

Los centros mundiales han mantenido y mantienen relaciones de subordinación con el resto de las regiones periféricas de la economía global dando por resultado una heterogeneidad y desigualdad mundial entre países que caracteriza a los pocos más de 200 años de la marcha del capitalismo global.

En el caso de Argentina, las especificidades de inserción en la economía global y sus particulares patrones de acumulación y distribución han desplegado un derrotero pendular entre las posiciones defendidas por las clases dominantes vernáculas que resaltan las bondades de una economía primarizada de exportación abierta a las importaciones industriales de terceros países. 

Del otro lado aparecen los momentos históricos en que movimientos políticos de origen popular han logrado condicionar, contener o revertir parte de esta lógica de acumulación global planteando regulaciones a la acumulación de riqueza y que han permitido la ampliación de los bienes públicos para la sociedad.

Son claras las limitaciones internacionales para llevar adelante una senda productiva que logre articular un encadenamiento de desarrollo industrial a partir de conocimientos y tecnologías endógenas, sin desconocer las ventajas competitivas de algunos sectores primarios. Por ello nadie seriamente propondría una recreación acrítica del desarrollismo de mediados del siglo pasado en la actual era de la globalización financiera, la digitalización y robotización de la producción industrial.

Sin embargo, el país ha demostrado que cuenta con capacidad de generación de conocimientos y tecnología para poder encontrar nichos de producción que podrían conducirlo a eludir el destino manifiesto de la economía primarizada. 

Ingreso ciudadano

En el marco de estos enormes desafíos se plantea la necesidad de implementar una política pública rupturista en materia económica y social, en la línea que lo fue la Asignación Universal por Hijo para Protección Social (AUH) en el año 2009. 

Se trata de un ingreso básico universal no condicionado que permita a las/os ciudadanas/os mayores de 18 años y menores de 65 años contar con ingresos monetarios para sostenerse al menos por encima de la línea de indigencia.

Esto implicaría recomponer y reformular todas las políticas sociales de tipo compensatorio y/o promotoras de la “empleabilidad” en un solo gran programa que junto a la AUH y al sistema jubilatorio permitan garantizar ingresos para todas/os las/os argentinas/os en las diferentes etapas de su ciclo vital.

Los niveles de informalidad laboral superiores al 30 por ciento sumados a los guarismos de desempleo y desempleo oculto indican que aproximadamente la mitad de la población tiene problemas laborales. Resulta insuficiente e inadecuado seguir intentando políticas de promoción del autoempleo y/o emprendimientos de baja productividad con escasos o nulos encadenamientos con los sectores dinámicos de la economía. 

Lo anterior adquiere mayor relieve cuando se suman las perspectivas poco promisorias en términos de generación de puestos de trabajo formales que las tendencias de crecimiento de la economía capitalista global presentan una vez que supere el impacto de la pandemia. 

Sin caer en visiones apocalípticas respecto al fin del trabajo por efecto de la digitalización y la robotización, hasta la propia OIT no deja de plantear sus preocupaciones por el futuro de lo que llama el trabajo decente, que no es otra cosa que empleo regulado y con protección social. 

Pocos se animan a pronosticar cuál será la morfología del mercado de trabajo en las próximas décadas, hasta qué punto llegará el desplazamiento de puestos de trabajo por el impacto de la robótica y la digitalización. Pero la mayoría de las/os expertos alertan respecto a las tendencias que llevan a pensar en un futuro donde el trabajo regulado y protegido sea una situación escasa en la economía global.

Nuevo modelo

Un ingreso básico universal no condicionado alejaría a la política social de roles compensatorios y subsidiarios. Generaría una “repolitización de la cuestión social” en el sentido que pone en debate la discusión del modelo de crecimiento económico y la consecuente distribución de la riqueza, lo que conlleva a la discusión del sistema tributario vigente. 

Para reducir la concentración de la riqueza resulta imperioso plantear una política rupturista. La discusión de un ingreso básico universal encadenado a una reforma del sistema tributario requeriría de un esfuerzo explicativo monumental a través de una tarea “contrapedagógica” hacia la sociedad.

Nuevos conceptos

Se trata de una tarea similar a la que se ha hecho en relación a la AUH: la Asignación no es un plan para mujeres pobres sino la extensión de la asignación monetaria por hija/o menor de 18 años de los trabajadores formales a trabajadoras y trabajadores del sector informal. Es decir, ha buscado poner en equivalencia a las/os hijas/os de las/os trabajadores con independencia de que sus padres se desempeñen en el sector formal o informal de la economía. 

Este mecanismo rupturista, escasamente explicado desde los propios efectores de la política, es dificultosamente comprendido por las receptoras de la AUH, quienes se encuentran inmersas en un sentido común que las culpabiliza y responsabiliza por las privaciones que caracterizan sus condiciones de vida materiales.

En una línea similar estaría la tarea de disputar el mapa cognitivo hegemónico que asocia indefectiblemente la percepción de ingresos como contraparte de prestaciones en determinados trabajos. Esto llevaría no solamente a rediscutir la propia categoría de trabajo productivo sino también a las formas y niveles de apropiación de los excedentes económicos en una economía cada vez más concentrada y desigual. 

La tarea de explicar que la escasez creciente de oportunidades laborales formales y de calidad no responde a las características personales sino a dinámicas complejas y estructurales del modelo de acumulación capitalista implica una épica política y por lo tanto pedagógica, similar a la que libraron las primeras asociaciones obreras durante buena parte del siglo XIX cuando se enfrentaban a los intentos de naturalización de la explotación salvaje en los albores del capitalismo industrial.

 * Docente/investigador UNCuyo.