A Miguel Ferrero y Mauro Machado.

Hace unos años solía viajar al sur con tres amigos con quienes compartía semanalmente unas jornadas de lecturas; ellos para ahondar en los conceptos específicos de su profesión, yo para ahondar en la diseminación y la errancia que favorece la intensidad de la literatura y la ficción que caracteriza a las disciplinas de lo simbólico. Leíamos una vez por semana durante todo el año y al llegar a noviembre ejecutábamos un viaje que habíamos planeado como si fuéramos egresados de la escuela secundaria. Uno de los hechos que nos alentaba era que uno de nosotros, Miguel, había ejercido la medicina en el Maitén y comportaba un excelente pre-texto para nuestra predisposición a recorrer la extensión de nuestro suelo y trabar contacto con la “gente del interior”, como si nosotros no lo fuéramos, o fueran más interior que nosotros, en la resonancia del vocablo que, pese a la imposibilidad de destacar una dimensión psíquica, mental o espiritual que fuera más allá de una metáfora, pudiera establecer una jerarquía real que graduase el diagrama establecido por la arbitraria incapacidad del Ministerio de Interior…

Recuerdo con un dejo de nostalgia las circunstancias de esos viajes que se repitieron por más de diez años, siempre impulsados por el afecto, la camaradería y la hilaridad que nos impulsaba a las más disparatadas ocurrencias. Todo eso vive ahora en una región del pasado que se ha plegado como una prenda que se guarda en un cajón del ropero y que suele disparar una hyle vertiginosa de tiempo, momentáneamente recuperado apenas uno abre el cajón, retoma una foto o huele en la insipiencia de la estación primaveral la brisa amarilla que parece levitar en el recuerdo como levitaba entre las retamas de la precordillera. Anoche, otro de mis amigos, Mauro Machado, me transmitió un retazo de ese tiempo. Estaba escuchando en radio Universidad una entrevista a Mónica Alfonso en la que contó una anécdota de su infancia. La maestra le había pedido un libro de lectura: Afán y Fe. La madre fue a una librería de calle córdoba casi esquina Balcarce, librería Rodino, cuyo librero se jactaba de encontrar cualquier artículo que le encargaran, por difícil que fuese, pero dijo: “Ni fu ni fa” y el librero, después de una búsqueda obsesiva, se sintió “abandonado de toda esperanza”. Cuando el tema fue aclarado, posibilitó una anécdota risueña, pero Afán y Fe aún siguió por muchos años ignorado.

Solemos tener la idea de que el mundo, nuestro mundo, es vasto, lo cual no implica la imposibilidad de asistir a un hecho que creíamos imposible. Años después, en uno de nuestros habituales viajes al sur, hicimos un alto en Viedma. Miguel y yo salimos a caminar y en la plaza de la ciudad encontramos un muchacho anarquista que vendía unos libros exhibidos en un cajón de manzana. Como era nuestra costumbre nos detuvimos a charlar movilizados por lo absurdo de la escena. Serían las nueve de la mañana, el día era destemplado y el viento descarriaba hasta la coherencia. Salvo nosotros, no había un alma humana ni de perro en los alrededores. Siempre sentí un orgullo secreto al poder compartir con los jóvenes el rigor, tal vez cierto ascetismo ideológico, para colmo, en este caso mezclado con la afección que despertaba una cierta ingenuidad, incluso la identificación que despierta alguien que refleja una imagen de lo que uno fue en algún momento de la vida. El muchacho no quería depender del Estado y se estacionaba en ese estado que posibilitaba una escena digna de la mayor absurdidad surrealista. Por supuesto le compré dos libros, anacrónicos en el lugar y la circunstancias, de la colección Labor que engalanan mi biblioteca: Historia de la filología clásica de Kroll y la lógica de Grau; y Miguel le compró el libro considerado inhallable: Afán y Fe, lo cual motivó mi asombro burlesco, puesto que no conocía la anécdota. Nos quedamos charlando, asombrados del candor del joven, que en principio nos parecía que no debía estar muy en sus cabales. Recuerdo que le di la dirección de mi casa, porque mi hija más pequeña había invitado a los jóvenes anarquistas que venían de muchas partes a una reunión en donde compartían todo lo que hacían, recordando el espíritu comunitario de los primeros cristianos que solían poner los panes en la mesa y los partían para repartirlos entre todos. Y le esbocé una estrofa: "Por ahí viene Durruti, con un libro en el morral, anotando los millones, que se roba el capital…", pero no nos dio señales de saber quién era Durruti. Así que seguimos nuestra caminata y nuestra conversación entre la hilaridad y el liviano escepticismo que nos caracteriza, hasta acomodarnos a la mesa de un barcito donde desayunamos. Miguel resiente mis referencias filosóficas en lo que narro porque lo distraen innecesariamente de la historia, yo tanteo siempre los bordes por donde la historia se despilfarra y me compromete a una abducción espontánea. Es probable que sea una divagación innecesaria y hasta errónea, ya que casi siempre me he deslizado erróneamente en mi vida y la literatura, a diferencia de la lógica, ignora los valores de verdad. Solamente cuenta con la lectura para extender o acortar su posible virtud, ya que un libro no elige a sus lectores. Por lo demás, siempre he prestado mucha atención al desdén del Fedro por la escritura… y me ha costado mucho confesar que me cuento una historia antes de dormirme, como si retomara algo perdido en la niñez cuando no distinguía la diferencia entre la ficción y la realidad. Un remanente de esa experiencia, cuando acabo de despertar, es la sensación casi cotidiana de que sigo soñando y la necesidad imperiosa de escribir lo que sueño para convencerme de que estoy despierto y de que mi mundo es real. Hoy que esa historia volvió a presentarse ante mí y de un modo impensado, trataré de obviar la metonimia para ir, como se suele decir, al grano (lo que bien entendido ya es una metonimia): estábamos como comenté en el bar y Miguel escribió una dedicatoria para su amiga Mónica a quien estaba destinado Afán y Fe. Creo que es la síntesis de una posición filosófica que delata lo que pensamos acerca de esos temas que se consideran esenciales. Tomando en cuenta el título del libro, creo que tu madre tiene razón: Ni fu ni fa…