“La literatura es mi destino”, dice el escritor Eduardo Álvarez Tuñón, elegido por la Academia Argentina de Letras (AAL) como académico de número. “Para mí es muy conmovedor, no me lo esperaba. Me enorgullece y haré lo necesario para estar a la altura de lo que significa ser académico. Han pasado más de cuarenta años desde que publiqué mi primer libro. Como escritor, siempre me ha interesado cuidar cada palabra, explorar la música del castellano, sus riquezas, matices, todo lo que encierra. Me he preocupado por las posibilidades expresivas del idioma. Tal vez por esa inclinación, casi obsesiva, me atrae y me emociona integrar la Academia”, cuenta el flamante académico, que ocupará el sillón “Francisco Javier Muñiz”, vacante desde que Alberto Manguel, exdirector de la Biblioteca Nacional, pasó a ocupar el cargo de académico correspondiente.

Álvarez Tuñón (Buenos Aires, 1957), hijo del actor Mirko Álvarez y sobrino nieto del poeta Raúl González Tuñón, se recibió de abogado en la Universidad de Buenos Aires, donde fue docente de grado y posgrado en Derecho del Trabajo. A la par de su carrera como juez y fiscal general, escribió y publicó poemas, novelas y cuentos. Entre sus libros de poemas se destacan El amor, la muerte y lo que llega a las ciudades, La secreta mirada de las estaciones (1987) y La ficción de los días (2013); las novelas El diablo en los ojos, El desencuentro, Las enviadas del final y La mujer y el espejo y los cuentos Reyes y mendigos --Premio de la Fundación Suiza con un jurado presidido por el escritor cubano Guillermo Cabrera Infante--, Armas blancas y El tropiezo del tiempo.

“En una época como la que atravesamos, de un gran deterioro simbólico, es muy importante cumplir una función que honre el prestigio que ser académico implica”, dice Álvarez Tuñón, que se incorpora a la nómina de académicos de número de la AAL, integrada por Santiago Kovadloff, Alicia María Zorrilla, Hugo Beccacece, Jorge Fernández Díaz, Pablo de Santis y Oscar Martínez, entre otros. “Es prematuro pensar en mis aportes. Sería un ejercicio de soberbia –aclara el escritor a Página/12-. Recuerdo una frase de Voltaire: ‘Cuando uno es elegido para un cargo, lo esencial, en principio, es evitar decepciones’. Imagino la Academia como un lugar de servicio y diálogo acerca de aquello que todos los que estamos allí amamos”.

   Los escritores suelen tener una relación compleja con la “autoridad”, quizá porque prefieren profesar cierta desobediencia o indisciplina respecto de las reglas y las convenciones literarias. ¿Hay tensiones entre el escritor y el académico, que podría ser algo así como “el policía de la lengua”? “No creo que haya tensiones entre ser escritor y ser académico -plantea Álvarez Tuñón-. Las tensiones más intensas las he vivido entre mi condición de juez y poeta. Podría recordar a varios académicos desprovistos de toda solemnidad, como por ejemplo, Isidoro Blaisten, o Camilo José Cela en la Real Academia Española, entre muchos otros. No creo, tampoco, en que las academias sean ‘la policía de la lengua’. El idioma es una creación colectiva, maravillosa y caótica. Pero es una aventura que necesita algo de orden, como diría Apollinaire. Tal vez para eso estamos”.

Para Álvarez Tuñón no hay tanto recelo hacia los académicos de la lengua. “La suspicacia es hija del prejuicio, del estereotipo. Toda concepción platónica del académico como alguien excesivamente formal, alejado de la vida, se enfrenta a su falsedad cuando uno piensa, por ejemplo, en académicos como Pio Baroja en España, o Jean Cocteau en Francia. Basta con evocar, en nuestro país, el discurso de Hugo Beccacece en el momento de su incorporación, fascinante desde todo punto de vista”, subraya el escritor y académico, director de la colección de poesía “El aura” en la editorial Libros Del Zorzal junto al poeta Mario Sampaolesi.

Cuando el flamante académico, que tradujo del francés a los poetas surrealistas Louis Aragon y Robert Desnos, ganó el Premio Fundación Suiza en 2005 con los cuentos Reyes y mendigos, Guillermo Cabrera Infante, presidente del jurado, comentó la obra premiada. “Me gustan los relatos de Eduardo Álvarez Tuñón. En Latinoamérica no abundan los escritores con ironía poética. No me extraña que haya nacido en la Argentina. Me gustan sus historias porque se pueden contar, porque no son ‘postmodernas’ y están escritas con signos de puntuación, en castellano, mi idioma, nuestro idioma”, dijo Cabrera Infante. “El retiro de la función judicial me permitió contar con más tiempo, tanto para la escritura, como para la lectura –confirma Álvarez Tuñón-. La pandemia me produjo angustia, pero no me impidió escribir. De hecho en este año y medio, tan singular, he terminado un libro de cuentos y comenzado una novela corta. Tal vez en esos textos se refleje algo del clima extraño que nos ha tocado vivir”.