El triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos nos obliga a pensar las consecuencias que su gestión tendrá sobre América Latina.
En primer lugar, hay que recordar lo sucedido durante la gestión de Barack Obama y su secretaria de Estado Hillary Clinton, tendencia que se hubiera profundizado con el triunfo electoral de ésta. Nuestra región vivió una ofensiva del país del norte que se desató luego del No al ALCA. EE.UU. gestó un modelo de integración alternativa, la Alianza del Pacífico, cuestionó y desprestigió al Mercosur, Unasur y Celac. Alentó y apoyó golpes de Estado en Honduras, Paraguay y Brasil,  colaboró con la creación de una “nueva derecha” con Mauricio Macri en nuestro país, con el venezolano Henrique Capriles, en Uruguay con Lacalle Pou, en Ecuador con Mauricio Rodas. Hostigó a los gobiernos que fueron pilares de la integración: Brasil, Venezuela y Argentina. Es decir, una actitud agresiva hacia la integración regional e intervencionista en lo político.
Seguramente, Trump no cumplirá literalmente sus promesas de campaña, pero pensamos que su gobierno tendrá el sesgo de lo dicho en la campaña, y además, fue lo que lo hizo ganar. De lo planteado habría que destacar los aspectos que cumplirá y que nos atañen. Endurecerá la posición con Cuba, continuará confrontando con Venezuela y será muy duro con México, no sólo con los migrantes sino también con su gobierno. Sin embargo, será menos hostil e intervencionista con el resto de la región. Concentrará sus esfuerzos, especialmente, en lo interno. Será, como ya han hecho históricamente los republicanos, menos entrometido con Latinoamérica y habiendo vivido la injerencia de EE.UU. en nuestros países, sería lo más conveniente. Claro que nuestra responsabilidad es analizar y planificar más lo que debemos hacer nosotros en esta nueva etapa que sólo suponer la relación de EE.UU. hacia nosotros.
Habrá más dificultades para exportar a EE.UU.    y ellos tratarán de vendernos todo lo que puedan, con lo cual nos costará más colocar nuestros productos en ese país y, por otro lado, los que le vendían a Norteamérica tratarán de hacerlo en nuestras tierras. Si se siguen impulsando procesos de apertura indiscriminada, como lo están haciendo los gobiernos de Brasil y Argentina, el futuro será durísimo para las industrias nacionales, para su mercado y para los asalariados. Está claro que nunca fue virtuoso el proceso de “libre comercio” para nuestros países, pero con una China en expansión comercial, y un EE.UU. que se cierra, el cóctel puede ser explosivo. En esto, también tiene que ver más lo que hagamos nosotros por nosotros que pedirle a EE.UU. que nos favorezca. El mercado interno y el comercio interregional es la receta para sortear este momento mundial.
Para atraer inversiones e impulsar su economía, EE.UU. aumentará las tasas, con lo cual es muy mala idea endeudarse, como está haciendo el gobierno argentino, ya que será más caro, más difícil y se puede entrar en un círculo vicioso que ya es conocido, que trajo resultados nefastos en el pasado.
Una vez más, nuestro destino está en nuestras manos. Se trata de planear y concretar con los países de la región una estrategia que nos proteja de lo negativo de la globalización y nos potencie. ¿Serán capaces los que dirigen nuestros países de estar a la altura de esta coyuntura tan peligrosa? ¿El movimiento popular tendrá la fuerza para resistir los planes neoliberales y gestar nuevas mayorías? La solución de esta pregunta está, más que en el accionar de Trump, en la posibilidad de que se profundice nuestra dependencia o que transitemos un camino autónomo y de prosperidad.

* Diputado del Parlasur y director del Instituto de Estudios de América latina-CTA.