Me produce una gran satisfacción ver a una vieja en el mercado tarareando una música mía. Una vez venía bastante enojado con todos estos inconvenientes que tiene la vida, y un changuito pasó en bicicleta, silbando la Zamba del pañuelo. Entonces lo paro y le pregunto qué es lo que silba: 'No sé; me gusta y por eso lo silbo', me contestó. Ya ves, esa es la función social de la música", dijo en alguna ocasión Gustavo “Cuchi” Leguizamón, un artista revolucionario y comprometido que marcó un antes y un después en la cultura de la provincia y del país. Y más allá, también.

Ese hombre risueño y creativo, pianista exquisito y rupturista, llegó al mundo un 29 de septiembre de 1917 en la ciudad de Salta. Hijo de José María Leguizamón Todd y María Virginia Outes Tamayo, es el responsable, junto a enormes poetas, de piezas centrales de nuestro cancionero como La Pomeña, El Silbador, la Arenosa, Juan del Monte y una lista extensa.

Festejos de trecho largo

Hoy, en su aniversario 104, Salta/12 dialogó con algunas personas que lo conocieron de cerca y, entre pinceladas y sonrisas, evocaron a este artista inolvidable con cada palabra.

Así, Juan Martín Leguizamón, uno de sus hijos, describió los festejos kilométricos que se sucedían en el hogar del músico para honrar su vida: “Aunque parezca mentira, el Cuchi no era de los que podrían estar preparando su cumpleaños. En realidad, se lo festejaban sus amigos, la gente que se acercaba. No recuerdo que él organizase fiestas, festejos, pero sí recuerdo que a fin de septiembre la casa era un hervidero de gente amiga que pasaba a saludarlo, que se quedaba a comer y se encontraba”. 

En la misma línea, Juan Martín recordó que "uno de los momentos más lindos de cumpleaños" fue cuando estando un poco enfermo, el Cuchi "recibió la sorpresa de que mucha gente de Salta, de la cultura y gente que lo quería, había tomado la decisión de organizarle un festejo de cumpleaños. Se fueron hasta la puerta de la casa del Cuchi instalaron un escenario e hicieron espectáculo en donde todo aquel que quisiera subía a cantar o tocar" homenajeándolo. Fue tal la organizacón que “se hizo un gran encuentro, se cortó la calle, se juntó tantísima gente en esa movida. Fue un festejo popular y el Cuchi lo disfrutó mucho. Son de esos encuentros que no se olvidan porque la gente demostró el cariño por mi viejo y se dispuso a festejarlo y a hacerlo sentir bien. Eso es maravilloso”.

Rememorando la reunión, Leguizamón explicó que, si bien había muchos artistas, “también había mucha gente del barrio que se acercaba sencillamente por el amor al Cuchi. Fue una gran movida, un festejo de horas, con empanadas. El Cuchi había pedido que traigan empanadas de la casa de la empanadera de toda la vida nuestra, donde íbamos todos los domingos a comer, la Úrsula. La gente se acercaba y venía con algo para tomar y compartir así se llenó, la calle, la vereda, la casa. Fue un hermoso festejo”, recalcó.

Además, y en otro orden de cosas, el hijo del creador de la Zamba de los Mineros adelantó que, junto con la Biblioteca Provincial están creando el Archivo Cuchi Leguizamón “con todo el material que podemos rescatar: audiovisual, cosas escritas, entre otras. Estamos bastante avanzados con eso”, destacó.

Doña Ocridad

La artista plástica Silvia Katz aportó sus retazos para enaltecer la figura del Cuchi: “Tuve la inmensa fortuna de conocerlo personalmente y compartir muchos encuentros con él. Lamentablemente no fue mi profesor, pero de muchos amigos sí, y oía siempre las historias de tan entrañable persona y profesor del Colegio Nacional”, comentó.

Katz, que es responsable del Taller azul, narró: “Lo conocí cuando lo invitamos a tocar el piano en nuestra feria de arte El Tendedero, en pleno centro salteño, un sábado a la noche. Unos días después, le llevé, en agradecimiento, un dibujo inspirado en algo que él había dicho, creo que refiriéndose a algunos burócratas de la cultura, que para él no eran mediocres, sino ‘ocres enteros'; al dibujo lo titulé Doña Ocridad”.

Katz contó que con el Cuchi compartieron varios encuentros, “tardes carnavaleras en carpas (creo que la última fue en lo de Severo Báez, a principio de los ’90). Unos años después le organizamos, nuevamente con El Tendedero, su cumpleaños con una serenata en la puerta de su casa. El Cuchi ya no andaba muy bien de salud, pero estuvo presente. La municipalidad nos apoyó cortando la calle y con un escenario, al que se subieron los músicos. Fue algo increíble, un montón de negocios donaron comida para el público, que no fue poco. Todos felices de colaborar en esa celebración”, subrayó. Y conmovida, prosiguió: "Todavía recuerdo emocionada lo que fue esa fiesta popular, en donde se bailó en la calle hasta la madrugada, los vecinos trajeron harina y todo fue carnaval un 29 de setiembre”.

Para cerrar su retrato, la artista plástica reveló: “Cuando me mudé a mi casa actual, el Cuchi ya no estaba entre nosotros. Le armé un altarcito arriba del piano, con ángeles y diablitos (estos le habrían gustado más). La casualidad: nació un 29 de setiembre, igual que mi mamá y mi papá. Y las vueltas y vueltas, el Cuchi siempre volviendo a mi vida”.

Silbando melodías

Para celebrar al Cuchi, la cantora Sara Mamani exploró en su pasado y dijo: “Dos recuerdos vienen a mi memoria. Solía encontrar al Cuchi Leguizamón en alguna calle del centro de Salta, aledaña a la plaza 9 de Julio. Y el comentario, de su parte, luego de un amable saludo, era pedirme que escuchara un tema recién creado o casi, silbando su melodía. También me cantaba la letra. Era el asombro para mí, y la intuición de participar de algo que marcaría mi camino en la música para siempre”.

Y “El otro recuerdo, un cumpleaños que le festejamos al Cuchi en el Club Comercio. Éramos un grupo de jóvenes, la Negra, Raúl, Gamarrita, la Mushi. Fue a la noche y una sorpresa. Él era habitué del club. ¿El menú? Fideos con milanesa, una exquisitez. Tanto como esta evocación, para mí”.

Por su parte, Alberto “Pachula” Botelli, hijo del Coco, afirmó que guarda muchas historias junto con el Cuchi Leguzamón dentro de su propio clan: “El Cuchi con el Coco Botelli tocaban a dos pianos en el Hotel Salta. Ya antes había una amistad. Sospechamos que se encontraban y se fueron conociendo en la casa de Juan Carlos Dávalos. Ahí se hacen amigos y hay un sinnúmero de historias hermosas. Con mi hermano Juan, íbamos a su casa a mostrarle cómo tocábamos sus obras: la Zamba del pañuelo, El fiero Arias, esas cosas. Siempre estábamos hablando de música y compartiendo anécdotas. Íbamos a visitarlo y estábamos horas”, puntualizó.

No es para palanganear, pero tenemos una amistad de años con Juan Martín y el Cuchi una vez me dio la partitura original, en lápiz, de El borrachito de la noche y la Santamariana, está última con letra de Perecito", se agrandó Pachula Botelli, ex coordinador y docente de la Escuela Superior de Música José Lo Giudice de la provincia. "Me pidió que la toque y la corrija. Yo le decía ‘¿qué voy a revisar?’ Me llama a las dos semanas: ‘traemelá a la partitura, con las anotaciones que hay que cambiar', algún becuadro, algunas cosas de acuerdo a la armonía del Cuchi. Se la llevé y nos sentamos a tocar, me guardé una copia y la original la mandé a SADAIC”, completó.

¿Dónde iremos a parar?

“Un día estábamos parados en la Mitre al 300 (pleno centro de la ciudad de Salta), con mi papá y José Ríos, autor de la letra de La Felipe Varela, la zamba famosa del Coco, lo vemos al Cuchi salir de la peña española, unos metros más cerca de Santiago del Estero. Lo están dejando pasar y, cuando está justo en frente, José Ríos silva la melodía de los versos 'A orillitas del canal, cuando llega la mañana' y el Cuchi, antes de cruzar y saludar silva la respuesta 'Sale cantando la noche, desde lo de Balderrama'. Es una anécdota que siempre recuerdo", admitió Botelli.

Por otra parte, el también pianista y compositor calificó a la obra del Cuchi como “increíble”. Y subrayó que “Cuando fueron los 100 años (de su natalicio) la Sinfónica le hizo un homenaje, con grandes arreglos y decíamos con Delfín (Leguizamón) y Juan Martín que él estaría chocho porque siempre había querido hacer música sinfónica y había logrado algunas cosas con una docena de piezas que se tocan acá en Salta”, opinó.

Finamente, Botelli consideró que “El Cuchi es incomparable” y amplió: “Como decía Miguel Ángel Pérez: él reconocía el valor de la copla, de la zamba, de la música regional de acá. Todo eso lo hacía en los años 40 y 50, con disonancias y pentatonías que venían de los diaguitas y de los incas. Eso ya captaba su antena para hacer obras como ¡Ay! Madre, o la historia de la Canción de cuna para el vino, Maturana o Cantor del obraje. Así hizo canciones con Tejada Gómez, con Borges, con Luis Franco. Es increíble”, concluyó.