Durante mi paso por el Programa para Artistas de la Universidad Di Tella, vi muchas obras de arte. Todos los viernes un participante presentaba su trabajo y los demás hacíamos apreciaciones. Conjeturábamos en torno a lo que le sobraba o le faltaba. Un montón de especulaciones y opiniones. También sucedía con los textos, textos como este, como otros. Esa repetición con el tiempo adormeció mi interés o el efecto de la novedad. Lo mismo que la película de Carpenter donde el protagonista se pone unos anteojos y a partir de allí descubre que el capitalismo es obra de una invasión extraterrestre, donde antes veía obras de arte ahora nada más miraba cosas. Cosas de colores, opacas, brillantes. Telas manchadas de óleo o acrílico, superficies de papel cubiertas con plenos de color o cruzadas por líneas. Es un momento doloroso cuando algo en lo que creés durante mucho tiempo se degrada o cambia de estatuto, porque te abandona el sentido. El arte, algo que me permitía vivir en el mundo de manera menos desgraciada, perdió esa función. Algunas personas se descubren un día así frente a Dios. Dios las abandona, mejor dicho, ellas abandonan a Dios. Dios puede ser cualquier cosa, una madre, un padre o una banda de música. Una creencia que cae y el estrépito es tal que inaugura un escenario muy claro de antes y después. Intuyo, mientras escribo aquí, que de ese acontecimiento adviene una soledad. De vivir escoltado por la idea del arte, uno pasa a estar solo. Vacío. Y no hay nada más insoportable para un sujeto que el vacío. Inmediatamente sucede la ansiedad por llenarlo de imágenes nuevas, de otras formas. No es tan diferente el ateísmo a la fe en Dios, una creencia se intercambia por otra. Antes Dios, ahora que no lo hay. Alguien dice que Papá Noel no existe y otro que son los padres. Ambas verdades mienten. O como toda verdad, es a medias. Más cierto sería decir que Papá Noel existe, son los padres. 

En medio de esa orfandad, me ocurre el encuentro con la obra de Tino Sehgal “These associations”. No el registro, porque el artista no comparte de esa manera su trabajo. Cultiva el acontecimiento. La pieza solo sucede si el espectador está o no ahí para presenciarla. Por supuesto hay filmaciones con teléfonos celulares, testimonios orales y alguna crítica. Su trabajo se contagia como bostezos de boca en boca, recitados en YouTube como un Mester de juglaría. En esos videos torpemente grabados se ve a personas como cardúmenes correr o caminar por el espacio de la exhibición. Parece un juego sin reglas ni líderes. Una obra de teatro ebria abandonada a su suerte. Los performers se confunden con los visitantes y comparten historias personales, inventadas o no. No sabría decirlo con exactitud. Me gustaría ser honesto respecto a esta obra, nunca me interesé por conocer demasiado de qué se trata. Desconozco especificaciones técnicas, ni siquiera indagué al respecto. Elegí quedarme con algo que me pasó a partir de su existencia, el impacto que tuvo en mi vida. Eso es la obra de arte, o mejor dicho así obra el arte. No es la cosa, sino nuestra relación con la cosa. Como el amor, el efecto que alguien o algo produce en otro. Eso sí, busqué más del artista como nos suele pasar a las personas cuando algo nos gusta. Queremos más y en lo posible todo. Saber más, conocer más, protegernos del vacío. Ponernos a resguardo de la contingencia. Bueno, esta vez no me pasó. Leí un poco acerca de la manera en que comercializa su obra, parece que le susurra al oído del coleccionista las instrucciones para materializar la pieza, delante de un escribano y estimo de su galerista. Tampoco estoy seguro que eso sea cierto, preferiría que no. Me parece una romantización de su relación con el mercado. Por supuesto que el capitalismo se metió, claro. Si el arte no está cerca del dinero, se aleja de la vida. Después se me presentó más clara una percepción de esa obra que se juntaba con la sustentabilidad, con una de las formas de la ecología. Una materialización efímera del arte que dispone de menos cosas en el mundo. En un momento había de todo, personas, interacciones, música, palabras, coreografía y después nada. El descubrimiento de esta obra puso a trabajar distinto mi práctica artística pero también la lista de sucesos en mi vida hasta allí. Abandoné el Programa de Artistas antes de concluirlo. Reparé en que lentamente había hecho mi camino en el arte dejando atrás mi casa, mi familia, mi trabajo y finalmente mi ciudad. Luego renuncié a la necesidad de hacer objetos, pinturas, fotografías, etc. Por último, mi obra se desplazó al dispositivo más sencillo del mundo, una persona que habla y otra que escucha. La práctica de un psicoanálisis. A partir de Sehgal, diría que mis obras me preparan para mi muerte.

David Nahon es Licenciado en Bellas Artes y practicante de Psicoanálisis. Como autor, se ocupa de la relación entre disciplinas desde mediados de 1990. Su obra y su práctica en la clínica parten de la capacidad del arte para inventar sistemas de representación entre la literatura, el psicoanálisis y las artes plásticas. En 2010 publica la nouvelle Todo lo que hago es para que me quieran, en 2016 Cómo me convertí en robot, en 2017 Nada de esto tiene que ver con vos, en 2018, Eso que me pasó no lo había sentido nunca y El primer hombre solo en 2020. Vive y trabaja en Buenos Aires.