El paso del tiempo consiente la ingestión de una cápsula de olvido, una vitamina de amnesia que un tropel de imágenes y voces grabadas combaten con disfraz de antídoto para que la memoria asfixiada recupere las escenas, la moda, los gestos y las voces perdidas. Una legión restauradora constituida por escenas de películas, fotos, videos y discos.

Con el teatro parece que esa reparación costara más y sin embargo el recuerdo de una obra de teatro que nos conmovió enumera con arte el aluvión perpetuo. A veces la vimos, otras nos la contaron y quién lo hizo lo hizo de un modo que hasta creímos verla. No es mérito de quien narra, no del todo; el mérito es de la voz pulposa y de la espesura actoral guardada en el cuerpo a pesar de la ingesta. Haber visto a Elena Tasisto en el escenario es la medida justa de ese aluvión imborrable. “Hécuba ha encontrado a su intérprete ideal”, repetían en el 2005 los espectadores a la salida del teatro, algunos de los cuales habían visto en los años setenta a la Hécuba de María Rosa Gallo.

Helada de dolor, pero inquebrantable, Tasisto reinaba majestuosa en escenas dibujadas con tinta indeleble. No era la primera vez. El modo en el que decía las palabras aprendidas conmovía más allá del instante en el que las repetía, fugacidad perdurable en pérdida pura. Una voz absoluta le prodigaba olas a la cadencia si era necesario o la segaba en talud áspero: “las palabras sabidas, nos atacan de pronto, disparándonos algo nuevo (…) yo amo las palabras y creo que es eso lo que me arrastró al teatro y por lo que dejé Bellas Artes (…) tengo debilidad por las palabras”, decía Tasisto con gloriosa y resistente fragilidad.

Los opuestos le sentaban muy bien, era rigurosamente clásica y decididamente moderna. Actriz de teatro, la mejor de la década, elenco estable del Teatro San Martín, solía ser el primer elogio que recibía, aunque también había hecho cine: La isla, Últimos días de la víctima, Camila, Momentos robados, fue Sor Juana (voz en off) en Yo, la peor de todas y televisión: "Teatro en su hogar", "Cosa juzgada", "Alta comedia", "Rosa de lejos", "Atreverse", "Rompecabezas" y "Momento de incertidumbre", entre otros.

Pero como bien juzgaba el primer elogio, hablar de Elena Tasisto, guardiana de sus silencios y mujer de risa generosa, es hablar de teatro, de mucho teatro: Hamlet, La casa de Bernarda Alba, Vita y Virginia, Morgan, Rey Lear, Las brujas de Salem, María Estuardo, El Reñidero, Las Troyanas, En casa/ En Kabul, Enrique IV, Recital Ibsen, La Celestina y Don Gil de las Calzas Verdes (cita demasiado incompleta cuando la lista supera las cincuenta). Y es justamentepor interpretar a Don Gil de las Calzas Verdes que la vemos posando en la tapa de la revista Teatro (año 4, número 11, 1983).

Sentada con las piernas verdes cruzadas con gracia de bailarina y chispa de comediante -la derecha la cruza en lo alto para que la rodilla izquierda rose con la pantorrilla derecha cuando ya casi se convierte en talón-, Elena, como una ilustración de Edward Gorey, mira a la cámara mientras sostiene con una mano su espejo de doncella. Verla actuar con riguroso entusiasmo infantil en ese estado quieto es entrar en el enredo de una fábula de la que no dan ganas de salir.

“Actuar es tomar una responsabilidad frente a la sociedad (…) no nos metemos en la piel del personaje, metemos en nuestra piel a ese personaje”, dice Elena en murmullo de sueños shakesperianos mientras camina sigilosa sobre las emociones que creímos olvidar.