Luego de pelear contra un cáncer, este jueves falleció Jorge Coscia, un hombre fuertemente vinculado a la cultura desde múltiples facetas. Como cineasta, dirigió películas como Mirta, de Liniers a Estambul y Luca Vive. Esa etapa detrás de las cámaras, que se sumó a sus trabajos como productor, le abrió las puertas de la función pública, a la que llegó cuando estuvo a cargo de la Presidencia del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA) entre 2002 y 2005. De allí saltó a la Cámara de Diputados del Congreso de la Nación, donde ocupó una banca entre diciembre de 2005 y julio de 2009 por la Ciudad de Buenos Aires, y luego fue nombrado Secretario de Cultura de la Nación, cargo que ejerció hasta 2014. También incursionó en la escritura con las novelas Juan y Eva, El bombardeo y La caja negra, entre otros libros que incluyen los géneros del ensayo y la poesía, y con artículos sobre política, cine y cultura publicados en diversos medios, entre ellos Página/12.

Nacido el 26 de agosto de 1952, Coscia estudió Cine en el Centro de Experimentación y Realización Cinematográfica (actualmente ENERC), la escuela dependiente del Instituto de Cine. Como docente dictó la asignatura de Guion en esa institución y en la Universidad de Bellas Artes de La Plata. Pero su vínculo con el cine empezó mucho antes, más precisamente en 1975 siendo extra en la película El muerto, de Héctor Olivera. Su primer largo en la silla plegable fue Mirta, de Liniers a Estambul (1987), codirigido con Guillermo Saura, centrado en una estudiante universitaria de Buenos Aires que, luego del golpe de estado de 1976, debe exiliarse con su novio en Estocolmo.

Repitió dupla con Saura en Chorros (1987), y luego dirigió los largos Cipayos (la tercera invasión) (1989), El general y la fiebre (1992), Comix, cuentos de amor, de video y de muerte (1995), Canción desesperada (1997) y Luca vive (2002). Su filmografía incluye los cortos Danza contemporánea argentina I y II (1992/93), Rosas, 200 años (1993), 17 de octubre, una tarde de sol (1995), Lecciones de vida I: documentales sobre plásticos argentinos y su obra y Perón, apuntes para una biografía (2010). También las series documentales Historia de la Nación Latinoamericana (2008) y Evasión (2015).

Su llegada al INCAA se produjo en 2002, un momento inédito en la era democrática ya que el Instituto había perdido su autarquía a raíz de la crisis de 2001. Durante su gestión se recuperó esa condición –establecida por ley– y se pusieron en marcha varios mecanismos tendientes a defender el consumo audiovisual nacional. Se desempolvó, por ejemplo, la cuota de pantalla, por la que cada sala estaba obligada a proyectar durante al menos una semana por trimestre una película argentina, y la media de continuidad, que establecía un promedio mínimo de espectadores de jueves a domingo para producciones locales que, en caso de superar, debían permanecer una semana más en cartel.

De aquellos años datan los primeros Espacios INCAA, la red de salas presentes en todo el país para exhibir realizaciones argentinas con entradas a precios accesibles, que aún tiene su epicentro en el cine Gaumont. En esa época, aseguró el ex funcionario a Página/12, “se comprendió el valor de estos lugares para la difusión de nuestras películas”. “Entendíamos que el mayor problema no estaba en la producción, algo que logramos triplicar en los primeros años del gobierno de Néstor Kirchner; el problema estaba en la exhibición. El significado de estas salas era difundir, promover y establecer nuestro cine en todos los lugares que pudiéramos, aprovechando recursos del Estado como embajadas, centros culturales o convenios”, contó a este diario el año pasado, en el marco de la reapertura del Espacio INCAA Latitud 90, en la Antártida

Aquella sala, “equipada con proyector, equipo de sonido y un piso con declive, butacas y los elementos de seguridad necesarios”, está muy cerca de las bases de Uruguay, Chile y Corea del Sur. “La cercanía a otras bases afianzaba un carácter cultural muy profundo, que era que la Argentina no solo tuviera una sala, sino que pudiera usarse de manera colectiva. Tenía un valor concreto y práctico, sobre todo en un contexto de consumo audiovisual muy distinto al actual. El segundo valor era simbólico, porque significaba que la Argentina tenía una actitud de difusión, defensa y promoción de valores culturales propios, algo que se encarna en una sala de cine”, dijo.

Mientras transcurrían sus últimos meses en el Instituto, en agosto de 2005, presentó su primer libro, Del estallido a la esperanza. Reflexiones sobre arte, cultura y peronismo, un ensayo en el que abordaba temas tan disímiles como el fomento al cine, los problemas del doblaje, los apuntes de Darwin sobre la Argentina, la deuda externa, la cuota de pantalla, la relación entre Europa y América y los medios de comunicación. Al género ensayístico pertenece La esperanza sitiada: debates político-culturales en tiempos del Bicentenario (2009), mientras que con Che Cuba (escrito junto a Ariel Mlynarzewics) y Balada del árbol que fue rosa (2015) incursionó en la poesía. Hubo, también, tres novelas: Juan y Eva (2011), El bombardeo (2015) y La caja negra (2019).

“Por supuesto que cuando escribo novelas hay un cineasta que está escribiendo, pero yo conozco perfectamente las diferencias entre el cine y la literatura”, dijo al portal Conclusión a propósito de su última novela, y explicó: “Los recursos de la literatura son muy diferentes a los del cine. La novela tiene recursos increíbles, te permite meterte en el pensamiento, en la subjetividad, en la historia de los personajes. El cine tiene otros recursos estéticos, visuales. Son lenguajes distintos, por eso para mí la rama número uno del arte es la literatura. Hay toda una generación de cineastas que no leyó, que aprendió haciendo cine. Pero en un momento eso se agota y ahí tienen que agarrar los libros, porque los grandes relatos y la gran técnica para contar es la palabra escrita. Los cineastas que perduran son los que han agarrado los libros, los que enriquecen su mundo imaginario con la lectura”.

Conductor del programa de entrevistas Puerto cultura, Coscia tuvo una de sus últimas apariciones públicas cuando, en diciembre del año pasado, recibió el Premio Rosa de Cobre, un reconocimiento honorario creado en 2013 y otorgado a quienes dejan un legado a través de sus obras, en la explanada de la Biblioteca Nacional. La distinción fue atribuida a que Coscia “representa al artista y al militante político que ha imbricado su vida en esa delicada coherencia, donde el creador y el funcionario no contradicen sus discursos”. “La escritura es una pasión enorme”, reconoció en ese momento, y siguió: “Los ensayos tienen un enorme poder poético y la poesía tiene un enorme poder de fuerza, de sana prepotencia; el verso es fuerte. Escribir ficción, en cambio, es como la tarea de un investigador privado que toma los puntos sueltos y luego los une y traza el camino de una narración”. 

El homenaje de las MadresD

"Desde hace años y como fruto de tantas reflexiones compartidas, las Madres hemos aprendido que una de las prácticas fundamentales en la búsqueda de Verdad y Justicia a través de la Memoria es la batalla cultural.

Hoy lamentamos de corazón la temprana muerte de Jorge Coscia, gran trabajador de la conciencia cultural bajo los cielos de Nuestra América.

Despedimos entonces a un guerrero cultural. Deseamos que su imparable impulso constructor estimule a muchxs jóvenes a entrar en esas batallas. La patria necesita numerosxs guerrerxs que construyan cultura."

Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora.

*La despedida a Coscia, será este sábado de 14 a 19 en el Salón de Pasos Perdidos, Congreso de la Nación.