Al Negro Pérez

Quizá por la luz que atravesaba una de las ventanas y que levitaba sobre el ambiente, afantasmando los enseres, Enrico se quedó entre dormido mientras repensaba el significado del texto que leía con fruición y repensaba los signos no advertidos en la lectura, incluso las silepsis o las aliteraciones, las inserciones de los mitos y su transformación significante. A medida que descendía a distintas envolturas del sueño, soñaba que descendía en un ascensor hacia un espacio circular perfectamente ordenado por anaqueles con libros que seguían escrupulosamente un orden alfabético, cuya enumeración limitada no evitaba una apertura infinita. Enrico sintió un ligero temblor y una angustia mínima pero efectiva, incipiente y gradual en las íntimas zonas activas en el laberinto de su cuerpo, que trataba de conciliar como si ejecutara el orden gramatical de una frase. Una vez en el círculo inferior, comprobó a simple vista que la dimensión del espacio amenazaba con expandirse a medida que avanzaba. Un bibliotecario que custodiaba la entrada al círculo, con un libro en sus manos leyó: “O anime affanate, venite a noi parlar, s´altri nol niega”, permitiéndole el paso, como si la frase fuese la que lo hubiese concedido. “¿Qué busca en este mundo silencioso?”, agregó. Hablaba en voz muy baja como era imperioso en un lugar donde las ideas viven en las palabras y suelen morir en los hechos

Enrico pudo contener una frase que pugnaba por salir sin haberla consentido, pero que retumbaba dolorosamente en la sintaxis interior del cuerpo: Busco a quien amo y he perdido.

El bibliotecario insistió molesto: “Qué libro busca”

Enrico balbuceó: “La Comedia” de Alighieri.

Es extraño, dijo el bibliotecario, extendiendo un ejemplar que tenía a mano sobre el escritorio, sólo cuatro mujeres revisaban este ejemplar, semana tras semanas pero ayer se agregó un hombre, creo que venía de La Plata, que también parecía buscar algo que había perdido.

Enrico se sintió amedrentado ante el hecho de que el bibliotecario parecía leer su pensamiento.

Decidió tomar el libro y sentarse a uno de los escritorios del fondo…lo guiaba un verso que cifraba el secreto de toda literatura: parlando più assai ch`i non ridico, en tanto que a cada paso acechaba la sensación de que algunos escritorios estaban ocupados por sombras inclinadas sobre una interminable lectura. De hecho, lo sorprendió la sombra imprevista de su madre. Enrico no supo qué hacer ni qué decir, hacía tanto tiempo que no sabía de ella, que era como si encontrase a una desconocida. La mujer le dijo: Pese a tu indiferencia, estás aquí porque yo te he guiado. 

Guiado a la fatalidad, pensó Enrico, pero calló el reproche que podría haber enunciado. Sin embargo, cediendo a un reclamo del resentimiento, enfatizó con firmeza: Fue mi padre quien me enseñó a leer. 

Pero fue mi deseo el que te condujo entre los libros, replicó su madre, y esa costumbre de la escritura, es sólo un pretexto inútil con que pretendes apartarme.

Era eterna la costumbre de su madre de revertir lo que él decía, pero en este caso debía reconocer que todo lo que hacía en orden a la lectura y la escritura era el intento de reconvenir el sentido de la verdad que le habían dejado. Y tenía que admitir que para llevar semejante operación a cabo, primero era preciso distinguir, seleccionar, extraer de la idea el modelo, no precisamente el original y ni siquiera una copia ya que toda escritura desvirtúa la semejanza. Rápidamente, como solía hacerlo en un hábito constante, su madre desapareció. 

Enrico aceptó su ausencia como antes había aceptado la soledad, no sin sentir una tristeza casi impersonal, mortificada por las sílabas del tiempo que borraban con su inscripción, la huella de un deseo que restaba del pasado y una insurgencia de vacío, desgarrando la nostalgia, que trazaba los rasgos de una estela, rápidamente desvanecida, en esa atmósfera contaminada de presencias misteriosas.

Un poco más allá, la presencia de su amigo, el Negro, llegó hasta él y lo abrazó con cordial afecto. ¡Cuánto tiempo, Negro, cuánto tiempo! dijo Enrico.

Por vos supe, lo que es la amistad -dijo el Negro-, fuiste mi primer amigo. Parece mentira, pero dado un primer acontecimiento, alienta los que vienen después -agregó-, ¡Quién te dice! tal vez no seamos tan libres como decimos. 

Mi vida está colmada de amistad -respondió Enrico-, no diré que es la más importante de las pasiones, pero tal vez sea la más digna. 

Enrico sintió que su amigo le devolvía con su presencia algo que había tratado de sostener con dignidad durante toda su vida y parejamente recrudecía su idea de que todo podía finalizar como había comenzado. Ambos habían perdido una parte importante del mundo, cuando se conocieron. Com´om che va, né sa dove rîesca, né la nostra partita fu men tosta, farfulló. 

El negro había perdido a su madre, Enrico había padecido la separación de sus padres. Ambos eran niños, pero comprendieron que al mundo siempre le faltaría algo que no podría ser restituido. Probablemente la temprana convicción de que la vida comporta una experiencia profunda en la desventura y en la aceptación, sirvió aún más para consolidar la afección de la amistad.

El negro dijo: Hacia el final del salón, un grupo de amigos me esperan para celebrar a uno que ganó un premio de Teatro. Vení conmigo.

Pero, Negro -objetó Enrico-, no estoy invitado.

Vas conmigo -ordenó el Negro-, además te conocen y serás bien recibido.

Enrico jamás los había visto pero los conocía, eran hombres insignes que discutían las diversas cualidades del amor en una especie de banquete; cuando lo vieron, uno de ellos, que parecía el agasajado, le indico un lugar sin otra comunicación que el ademán con que se lo indicó. Hablan del objeto inicial o último del deseo, del mismo modo que en que se refieren al elemento constitutivo inicial o último de la materia, pensó Enrico.

 

En ese preciso momento se despertó. Tenía ante sí la Comedia abierta en el segundo canto del purgatorio. Casella mío, balbuceó… Amor che nella mente mi ragiona, cominciò elli alor sì dolcemente, che la dolcezza ancor dentro mi suonaEn el margen, reencontró su letra en la siguiente inscripción: Si una lectura, como la de Lanzarote, puede despertar el amor de los que leen, toda la Comedia es un viaje impulsado por el amor a la lectura. De allí, que muchas veces al despertar, no estamos seguros de no seguir soñando

Ahora, Enrico sorprendido en un escritorio de la humilde biblioteca Mitre, tuvo esa sensación. A un costado, tres jóvenes inclinados sobre los libros, le recordaron las sombras de su sueño. No será, se preguntó… Cerró la Comedia y la entregó a la bibliotecaria que, sonriendo, le dijo: Lo vi dormido y no quise molestarlo, total mientras se mantenga el silencio. Enrico agradeció y se dirigió hacia la salida. Iba pensando en una líneas que anotaría en su libreta: Cierras la historia solitaria y última, abrigada por tus párpados cerrados y tal vez adormecida ante el misterio, intolerable de por sí y hasta tal punto, que no puedes abrigarla más que en el sueño, inalienable en el discurso del dormir, que la soporta de ese modo, como si fuese para siempre.