Después de unos meses de pausa, a mediados de 2021 llegó a librerías el número 72 de Conjetural. Escribir sobre este último número (ahora casi penúltimo) es, en alguna medida, escribir sobre Conjetural; escribir sobre el “refugio” que esa revista es y ha sido para muchos, es establecer el recorrido de marcas de lectura que ha producido, delimitar el contexto filiatorio desde donde habla.

En un medio en donde todo entra en el molino del oportunismo de lo que sea (político, universitario, partidario, gremial), en donde la perplejidad creciente no teme disfrazarse de obscenidad declarada, en ese ámbito una revista que haga de las razones del estilo rigor conjeturado es, realmente, un claro que algunos agradecemos.

Revista con la que me formo, a la que leo y con la que durante mucho tiempo mantuve uno de esos diálogos tan incomparables como son los diálogos con lo escrito. Actualmente desde otro lugar, más próximo quizás, esos diálogos de tiempo atrás fueron armando otro suelo; es por eso, por lo que Conjetural es para mí como lector, que me resulta central poder contarles qué es Conjetural. Practicar, a través de algunos textos, ese deseo que la habita, como escribía Jinkis en el primer número: “[…] no puede gobernar los efectos de su transmisión sin revelar en ellos su causa, dejando así que la apropiación se produzca en cualquier parte.” Una política centrada en el lector es una política que se espera en y de cualquier parte; en cualquier parte que una lectura se produzca.

Y sabemos que así como hay condiciones que posibilitan o impiden leer, también están aquellas posiciones burocráticas que censuran el leer; que de una u otra forma lo prohíben. Ya sea porque desconocen la historia que se desprende de las marcas de lectura o porque la actividad que practican está destinada más a sostener la corporación a la que pertenecen que a intentar las preguntas urgentes. En esa medida tiene aún vigencia aquel “síntoma de lacanismo” del que se escribía en ese mismo primer número: “Lo ya producido es un síntoma que llamaremos obediencia, y que en nuestro medio se extiende más allá de los fines y confines del psicoanálisis. Pero esa extensión nos concierne porque sabemos que no es ajena a la transmisión del psicoanálisis, porque nos concierne su intensión en tanto el síntoma vive y se alimenta del lacanismo ambiente, porque aún conocerá éxitos en su proliferación universitaria y porque todavía logrará ubicarse en los asentamientos corporativos de los psicoprofesionales.” 

Obediencia, tal el nombre que en 1983 le daban al presente sintomático del lacanismo. Reitero 1983, hay cosas que resisten con una tenacidad implacable. Por eso hay que seguir escribiendo, en y contra el olvido (o la época, que es otro nombre del mismo desconocimiento); seguir escribiendo para interrogar el hecho consumado al cual queda reducido ese ámbito extraño: el analista. En un editorial del número 40, en una declarada línea masottiana (hoy no se salva nadie, también es la actualidad de Masotta padecer la jibarización profesional), Jinkis escribía un horizonte de la Revista: “...que el lugar del analista no debe cesar de ser cuestionado, ese lugar siempre oscilante entre lo cómico y el ridículo y que en las pequeñas anécdotas institucionales funciona como hecho consumado.”

Es ese cuestionamiento incesante “un modo, una ficción, un artificio que se da el deseo para conjeturar un estilo que transmita el psicoanálisis.” El peso puesto en el estilo, en el artificio del deseo, sigue haciendo hoy única la intervención de Conjetural. Porque a los analistas se nos pide acomodarnos a la época, a las morales de lo que funciona, a los ideales tecnocráticos del sistema de salud o a esa imagen tarada que los analistas mismos hicieron del análisis, es necesario seguir escribiendo; seguir interrogando el lugar del analista y del psicoanálisis.

Este ya penúltimo número comienza así: “El psicoanálisis tiene la pretensión de no sumar una solución más al funcionamiento que genera el malestar, y donde las opiniones proliferan como soluciones. Pero en ese espacio cada vez más estrecho, en este tiempo cada vez más urgido y acuciante, ¿todavía se admite la escucha sin sistema, el silencio que no es cómplice sino aliento de la verdad, la voluntad de abstenerse de las convicciones reveladas?”

 

*Psicoanalista, ensayista. Editor de Otro Cauce y docente en la Facultad de Psicología de UNR.