Un minucioso estudio encabezado por el licenciado en Letras Modernas e investigador de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) Ignacio Scerbo recorrió tres momentos clave de la literatura infanto-juvenil argentina (LIJ) en torno a la última dictadura cívico-militar con el fin de analizar su constitución como espacio de lucha y actualización del pasado.

El primer período que abarcó su investigación va de 1969 a 1976; el segundo tiene su devenir en pleno proceso militar, de 1976 a 1983, y el tercero tiene su génesis a partir del retorno de la democracia, cuando el eje primordial pasó a ser el deber de recordar.

Marcado a fuego por su experiencia personal, ya que su padre estuvo detenido en forma ilegal y acumuló varios pedidos de secuestro durante del autodenominado “proceso de reorganización nacional”, quien integra el Centro de Investigaciones de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UNC trabajó esta temática por más de seis años, motivado por desentrañar semejanzas y diferencias en los escritos que circularon antes, durante y después de uno de los períodos más oscuros de la historia argentina.

-¿Qué decía la literatura infantil argentina antes de que se consumara el golpe del 76?

-Previo a la dictadura se hizo una gran revisión no solo en el país, sino en toda Latinoamérica, de aquello que se escribía destinado a los niños con el fin de desinfantilizar los textos y quitarles esa intencionalidad moralizante que tenían, porque hablábamos de escritos que, dicho en un lenguaje coloquial, eran muy sonsos. De esta forma, lo que ocurrió fue un acercamiento de la literatura a la experiencia cotidiana de los niños, a la vez que se comenzó a hablar de política y de esos conflictos que atraviesan esa vida cotidiana como pueden ser las peleas entre mujeres y hombres, empleadores y empleados, de modo que esa gran renovación produjo textos que luego, durante la dictadura, se prohibieron por ser considerados políticos o formas de adoctrinamiento manifiestas.

- ¿Cuáles son los casos más significativos de esa época?

-Los textos más destacados pertenecen a autoras como Elsa Bornemann, que en uno de sus cuentos hace un homenaje a Pablo Neruda, un hombre de izquierda, motivo por el que fue censurado. Otros referentes fueron Mariano Medina, autor del artículo “Ni borrón ni cuenta nueva” y Laura Devetach, que escribió “La Torre de Cubos”, una obra muy metafórica que hace alusión a la representación de la mujer, con una niña que tiene una capacidad para tomar decisiones sobre su vida, extrañísima para la literatura infantil hasta ese entonces, y que fue especialmente prohibida. En los 60 y 70 hay una efervescencia de ideas en la que la escuela se volvió más progresista, al mismo tiempo que se intentó recuperar al sujeto de la infancia como sujeto político que no necesariamente debía reproducir al capitalismo. Sin embargo, hablar de pobres en la literatura o con niños ya era motivo de vigilancia.

- ¿El ojo censor de los militares para prohibir obras literarias del que hablás en tu estudio, se repite en otras dictaduras?

-Por experiencia personal y luego de años de investigación he concluido que no. El ojo censor sobre la LIJ en la última dictadura argentina fue terrible y única en la región, incluso por encima de otros procesos violentos como los vividos en Brasil o Chile. Hay escasos casos similares, como lo sucedido en la época franquista en España, pero con tanto interés y combatividad como sucedió en nuestro país pocas veces se ha visto en la historia. En efecto, el General Menéndez llegó a afirmar que los militares habían ganado “la guerra sucia”, pero perdido la batalla cultural, y eso explica por qué cualquier publicación que hiciera referencia a un conflicto entre personas, a la pobreza o a cualquier tipo de sufrimiento era censurada.

“En Argentina el discurso de la memoria siempre fue visto como algo vinculado a la historia, a la filosofía, pero no a la literatura. Falta una obra de referencia ineludible para las infancias más primarias como sucede en otros países”.

-En tu investigación hacés referencia también al concepto de parresía recuperado por Michel Foucault, ¿cómo se vincula con el accionar de la LIJ?

-Durante mucho tiempo existió a nivel universal un proteccionismo que consistía en no hablar de ciertos temas con los niños. La parresía es un concepto acuñado por los griegos y recuperado por Foucault que implica contarles todo a los chicos, y hacerlo con franqueza. Esa honestidad tan necesaria apunta a la necesidad de no reproducir ese status quo considerado injusto por la historia; una muestra de ello son los trabajos de la memoria impulsados por la comunidad judía, con un ejemplo claro como es el Diario de Ana Frank, una obra que circula en todas las escuelas y que es obligatoria leerla para que los niños sepan desde pequeños lo que pasó en esos años, con el fin de que jamás vuelva a repetirse. En ese sentido, considero que en Argentina el discurso de la memoria siempre fue visto como algo vinculado a la historia, a la filosofía, pero no a la literatura, que trae aparejada una experiencia vicaria, que significa ponerse en el lugar del otro para percibir el pasado como testimonio, y no como un simple hecho histórico al cual uno es ajeno. Falta quizás una obra de referencia ineludible para las infancias más primarias como sucede en otros países.

- ¿Ves posible que en tiempos de tanta explosión tecnológica pueda producirse un fenómeno similar en nuestro país en términos literarios?

-Si hay algo que consiguió la Argentina es construir una sociedad democrática con una pluralidad de voces infrenable. Claro está, se pueden escribir muchos libros pero si las editoriales no eligen publicarlos no hay circulación posible. En ese sentido, si el Estado no compra libros para su distribución en las escuelas la mayoría de las editoriales mueren, de modo que no podríamos hablar de censura concreta pero sí de una intencionalidad clara para que ciertos textos carezcan de difusión, algo que de hecho sucedió durante el gobierno de Macri, en el que se dejaron de comprar muchos libros. Por ese motivo, el rol del Estado para garantizar esa multiplicad de voces es central.

- ¿Qué conclusión final adoptaste al finalizar el estudio?

-Estoy convencido del rol central que deben cumplir los mediadores, que son quienes escriben y comparten la literatura con los niños. Hay allí una necesidad de construir otras infancias en las que el autoritarismo no sea normalizado ni naturalizado, sino que sea visto como algo injusto. El dialogo intergeneracional es clave para acercarnos a un futuro mejor.