Entramos al bar “la Reina del Tendón” decididos a emborracharnos. Algunos para olvidar las penas de amor, otros por las del país y el resto para borrar las promesas de no volver a tomar. Un corsario viejo, con pinta de haber naufragado remontaba un barrilete con la bandera británica y unos pibitos jugaban a bajárselo a gomerazos. Era el otoño de la zona, frío, desapacible. Dentro, la penumbra de siempre y la radio encendida. Una chica del lugar, estudiante de periodismo, me encara: -Usted siempre escribe como si fuera un testamento -me larga a boca de jarro.

Marcel se ríe porque vaya a saberse qué le causa gracia. 

-¡Testamento, testamento! -se carcajea y me acusa con el dedo como si yo hubiese cometido un crimen.

-Sí -afirma ella-. Usa demasiadas metáforas y hoy se escribe más simple.

-Vos tenés una mirada sesgada de mi como si fuera un muñeco extraño en un mundo de marionetas, contesto.

-¿Ve? ¿Ven? ¡No para de hacerse el poético! -casi grita y contempla a todos como si hubiese descubierto un lagarto de Comoro en el asiento. 

Se aleja con un gesto de hastío. 

-Creo que usted es el típico escritor cagón -culmina y se refugia en su mesa donde un grupito de hippies con Osde le festejan el apure. 

Mis amigos, ajenos al careo, encargan bebidas y ya chocan los vasos sin saber qué estamos festejando.

"Que todavía vivimos", me repite al oído Cristaldo, que ha salido de la quimio más pelado. Rulo se endereza y muestra su panza donde se ha tatuado el nombre de su ex. 

-Es para recordarla cuando engordo. 

Elizé revive en una anécdota cuando le bombardearon la canoa creyéndola un buque enemigo allá en la frontera norte. "Quedé a la deriva y casi me comen los yacarés", enuncia. 

Carlitos se limpia la solapa manchada de ceniza o caspa, no se sabe, y revive cuando fue finalista del concurso de cantores pero que le convino seguir en el boxeo. 

-Lo mío ya saben, es el canto, pero me garpaban mejor arreglando peleas. Yo era el paquete que llevaban para que perdiera y se luzca el candidato, pero me pude comprar mi rancho gracias a las derrotas. Debo ser el único de esta mesa que ganó perdiendo. 

Hacemos un silencio. Miramos a Antonito que se quedó en la ruina por poner sus dólares en una cueva en negro, donde un día desaparecieron hasta los escritorios.

Gomecito entiende el asunto y cuenta un chiste rápido de suegras para cambiar el clima. Todos reímos muy fuerte a propósito. 

De la Mesa de los Intelectos viene un pibe rubión: "Pueden bajar un poco la voz que estamos estudiando". 

Carlitos, casi sin pararse, le da un sopapo que lo hace volar hasta el mostrador. Luego entona a la perfección "Volver", mientras se llena la copa de vino. 

Como empujado por un rayo entra el Francés. Trabuco en mano y levantando al pibe nos apunta con el chimango y nos apostrofa con algo que no entendemos. 

-¿A este también hay que fajar? -susurra Carlitos.

-Dejalo --comenta Cristaldo--. ¿No ves que es un fantasma de la Vuelta de Obligado? Ni sabe todavía que perdieron y anda por ahí apuntándole a la gente. 

Explota sobre nuestras cabezas un fogonazo. 

-Che, ese tiro no es de un espíritu.

-Son también balas fantasma, tranquiliza -Carlitos. Se para y lo invita en un francés perfecto a que le tire al pecho que acá hay un argentino, que somos descendientes de Martín Fierro y de los gauchos de la Vuelta de Obligado, que carajos. Salen disparadas unas lucecitas que le atraviesan el cuerpo y se depositan como gusanos luminosos por todo el bar.

-¡Vive la France! -aúlla y se va a la vereda contento con su puntería. 

La chica que me ha increpado extrae su grabador diminuto y ya lo está entrevistando. Luego entra y me acusa de algo. 

-Usted con sus escritos seudo poéticos es el culpable de atraer espantajos al bar ¿Nos pueden dejar de joder con tanto palabrerío, por favor? 

Y da un tacazo de niña mal criada. 

Antonito, que ha permanecido en silencio, inmerso en su depresión alcohólica y económica, se levanta y le recita: -Basta de hablar, basta de callar, no quiero callar, tampoco hablar. Me siento en un vacío emocional donde poco es suficiente y mucho está de más. 

Se produce un silencio profundo, el viento entra por la puerta silbando como en las series de terror y lo eleva a Antonio hasta el techo, para luego depositarlo junto a la chica quien lo besa en la frente para después posternarse. Todos los estudiantes lo hacen. 

Yo murmuro al oído del Rulo-Che.

-¿Esto no será demasiado? 

-Él mira la escena mesándose la barbita.

-No, dejalos, en algo tienen que creer, si están más solos que todos nosotros. 

Luego toma su bolso de donde asoma el naranjero recortado y me hace una seña de seguirlo. Vamos a combatir enfrente, a la isla contra los chacareros pero no lo comentamos.

-De algo hay que morir, ¿no? -digo yo como para cerrar la historia. 

En la vereda al fin le han volteado el barrilete al inglés, que llora desconsoladamente con los restos entre sus dedos y los pibitos le hacen ronda mientras desafinan una cumbia de L-Gante.

“ me pide que le haga de tó… mientras me pico otro có… ¿Qué é lo que é?”.

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