A partir de un trabajo interdisciplinario que incorporó exitosamente una herramienta propia de la ingeniería en un estudio paleontológico, investigadores de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) y del CONICET lograron reconstruir el cráneo, los músculos y la fuerza realizada por un aetosaurio y descubrieron que este dinosaurio ancestro de los cocodrilos no era herbívoro, como se creía, sino que podía alimentarse de otros animales.
Encabezado por los investigadores Jeremías Taborda y Julia Desojo, de la Facultad de Ciencias Naturales de la UNLP y del Centro de Investigaciones en Ciencias de la Tierra, este trabajo demostró que un tipo específico de aetosaurio era capaz de alimentarse de otros animales gracias a la utilización fundamental de una herramienta de la ingeniería. Esto permitió medir la fuerza muscular y la resistencia ósea de este dinosaurio, a partir de la reconstrucción digital de un cráneo, posibilitada por el hallazgo de los restos fósiles de tres aetosaurios en suelo argentino.
“Nosotros aplicamos diferentes fuerzas en distintos sentidos, por ejemplo, como si estuviera tirando de algo anteroposterior o si estuviera haciendo un movimiento lateral, como desgarrando a un animal más pequeño para ver hasta qué punto aguanta la estructura del cráneo sin romperse”, explicó la investigadora del CONICET Julia Desojo.
Para llegar al resultado final, que concluyó que el cráneo de este animal podía soportar una fuerza de hasta 300 kilos, los investigadores utilizaron un tomógrafo médico que reconstruyó tridimensionalmente el cráneo del dinosaurio a partir de los tres restos fósiles encontrados. Luego, reconstruyeron los músculos de este reptil ancestral basándose en disecciones que ellos mismos le realizaron a su familiar más cercano, el yacaré. Una vez que Taborda logró definir las características de las articulaciones, los cartílagos y las demás estructuras biológicas que conforman al cráneo, los investigadores aplicaron, de manera novedosa, la herramienta de la ingeniería normalmente utilizada en la construcción de puentes llamada análisis por elementos finitos (F.E.A, por sus iniciales en inglés), que les permitió simular distintas situaciones para medir la fuerza que podía soportar el cráneo del animal.
En diálogo con el suplemento Universidad, Desojo explicó que el objetivo de esta investigación es “conocer los roles ecológicos, es decir, qué función cumplían los distintos grupos en esos ecosistemas del período triásico, justo cuando se desarrollaron los primeros dinosaurios”. En este sentido, los expertos pudieron asegurar la presencia de un tipo de aetosaurio carnívoro en la Argentin0a y desmintieron algunas teorías predecesoras que sostenían que, debido a varias características anatómicas como la forma del hocico y la estructura de los dientes, todas las especies de estos reptiles eran herbívoras.
Conocido técnicamente como Neoaetosauroides Engaeus, este tipo de aetosaurio zoófago tuvo su momento de gloria en el período Triásico, entre 200 y 250 millones de años atrás. Si bien, a lo largo de los años, arqueólogos internacionales han hallado restos de aetosaurios en todas partes del mundo a excepción de Australia y del continente antártico, los fósiles de este particular espécimen carnívoro sólo han sido encontrados por investigadores argentinos cerca de la formación geológica Los Colorados, ubicada en La Rioja. Caracterizado por medir un metro y medio de alto y por tener su cuerpo cubierto por una coraza dorsal formada por cuatro hileras de placas ornamentadas y articuladas entre sí, este reptil de cuatro patas y larga cola tenía la apariencia de “una mulita con forma de cocodrilo”, según describió en criollo la investigadora Julia Desojo.