“¡Qué lindo encontrar esta sala no sólo llena de gente, sino de afectos!”, exclamó Gabriel Rolón al inicio de la presentación de La venganza será terrible (Planeta), un texto que recorre los treinta años del programa radial de Alejandro Dolina, que actualmente se emite en la AM 750 de martes a sábado, de cero a dos de la madrugada. El libro reúne los testimonios de quienes fueron parte del programa como Jorge Dorio, Coco Silly, Guillermo Stronatti, Patricio Barton, el propio Rolón y Elizabeth Vernaci, entre otros. “Alguien dijo alguna vez que el universo es una inmensa perversidad hecha de ausencias, y que uno no está casi en ningún lado; pero que en el medio de ese universo hay una buena noticia y es el amor. Una de las maneras del amor es la admiración y la gratitud y yo siento que los que estamos aquí venimos a dar gracias por tantos años de estímulo, por tantos años de combate contra la falta de inteligencia, por tantos años en los que Alejandro ha intentado levantar una voz que tenga algo que ver con el pensamiento y no con la opinión, con la creatividad y no con los lugares comunes, porque ha tratado de romper con los tópicos que parecen querer uniformarnos en un pensamiento que a lo mejor no le interesa a nadie. Hoy nos convoca ni más ni menos que La venganza será terrible, ese espacio radial en el que todos, durante muchas noches, encontramos consuelo en un universo que parece estar hecho a la medida de otros”, preludió Rolón, a la manera de un maestro de ceremonias, y pidió un fuerte aplauso, a las 1500 personas que estaban adentro y afuera de la sala José Hernández, para recibir al autor de Crónicas del ángel gris.

El dueto Rolón-Dolina se sacó chispas, como en los viejos tiempos. El escritor y psicoanalista quiso saber cómo se le ocurrió un programa nocturno con tiempos tan particulares como La venganza será terrible. “Este programa fue creado para evitar la soledad, pero no la soledad del que está solo en su casa y pone a Luisa Delfino, sino otra soledad mucho peor: la del que ni siquiera está solo en su casa y pone la radio y la televisión y ve que a unos tipos que están hablando con mucho entusiasmo de alguien que uno no escuchó nombrar jamás. Yo quería hablar de algunas cosas de las que nunca se hablaban. Me propuse construir un espacio para hablar de lo que yo quería y en ese espacio se construyó mi vida”, reconoció Dolina y comentó lo que sucedió al componer el libro. “Nos dimos cuenta de que casi todos se habían olvidado de casi todo. Era peor todavía: habían reemplazado los olvidos con inventos –explicó el escritor, músico y conductor radial–. La mayoría de los sucesos que se cuentan en el libro son falsos. El peor de todos es Stronatti, que no se acuerda de nada que verdaderamente haya ocurrido. Tiene la costumbre de atribuirle a ‘A’ algo que le ha sucedido a ‘B’. En el libro cuenta cómo un día se me cayó el premio Discepolín en un pie y me lo rompió. Pero no se me cayó a mí. Al ver todas estas inexactitudes, inmediatamente pensé en reescribir de nuevo el libro. Hasta que me di cuenta de que los recuerdos no tienen por qué ser exactos. Entonces no toqué ninguna coma y dejé nomás que se me cayera el premio Discepolín en el pie y comprendí algo todavía más importante. Contrariamente a lo que decía Aristóteles –que lo que ha sido ha sido, que el pasado está ahí y ni siquiera los dioses pueden cambiarlo–, el pasado puede cambiarse y la luz nueva que uno echa sobre el pasado al recordarlo lo resignifica. Este es un libro de recuerdos ficcionales porque la memoria es un género ficcional. Recordar es también inventar”.

Dolina tocó en el teclado el tango “Naranjo en flor” y Rolón lo interpretó con solvencia. Después de ese “recreo musical” continuaron haciendo de la conversación un arte delicioso, al transitar por cuestiones como la belleza, el respeto, el humor, el amor y las mentiras. “Me gusta la afirmación de Macedonio (Fernández), que dice que el humor es sorpresa intelectual. (Adolfo) Bioy Casares decía que los mejores momentos humorísticos que él había conocido provenían de la conversación de amigos inteligentes y no de humoristas profesionales. Yo avalo esa afirmación. Hemos tratado de estar más cerca de la conversación inteligente entre amigos que del chiste del humorista profesional”, planteó Dolina y admitió que la mentira como género es interesante. “Cada vez que pienso en la mentira, pienso en mi madre. A ella le gustaba mejorar el mundo a través de la mentira. Cuando la conversación languidecía, decía: ‘hace una semana he regresado de Estambul’, lugar al que no había ido jamás. Como había leído algunos libros, poco le costaba haber visitado Estambul. En eso consiste la literatura: en hablar de Estambul sin haber ido nunca. Mi madre había pescado el poder que tiene el mentiroso sobre el engañado. Cuando esa misma fruición por mantener hechizadas a las personas sale de mi madre y aparecen en el poder, la cosa se complica bastante”, afirmó el escritor, que fue ovacionado por sus oyentes y lectores.