Desde Barcelona

UNO El pasado 7 de octubre, Rodríguez se despertó pensando "A ver si este año sí", pero fue no otra vez. Y el mundo sigue andando y Stephen King sigue escribiendo por más que no haya recibido ese Nobel de Literatura que tampoco le dieron a Ray Bradbury. Rodríguez supone que a King --rey en su trono sin necesidad de que ningún monarca sueco lo corone-- el asunto no le importa demasiado. En cualquier caso, ahí está: en el 2022 tendrá setenta y cinco años de edad y su primer relato publicado más de medio siglo. Y ahí sigue más de doscientos cuentos después y casi sesenta novelas más tarde. Ahí continúa King habiendo ganado todos los premios en su género pero, también, un O. Henry y la medalla del National Book Award por su "distinguida contribución a las letras norteamericanas "recibida, entre otros, por Faulkner, Bellow, Cheever, Roth, Sontag, De Lillo, Pynchon y Updike. Ahí permanece King con cientos de millones de ejemplares vendidos en todos los idiomas. Ahí está King y ahí (a pesar de que alguien de la altura intelectual de Cynthia Ozick postule un "Dejemos de lado lo de ser best-seller y los estereotipos: este hombre es un genuino escritor de nacimiento. Escribe oraciones y tiene un gran sentido de lo literario y su prosa desborda de historia literaria. Lo que hace no es algo sencillo, no es mero palabrerío contemporáneo, y no es una tontería. Y lo anterior tal vez sea una forma torpe de decir que ese algo que hace es algo muy inteligente, pero eso es lo que quiero decir") están los que lo consideran una aberración literaria y signo claro de la decadencia de nuestro tiempo. Pobres: están perdidos y no saben lo que se pierden si no encuentran la riqueza en Stephen King, quien en alguna ocasión dijo que no hay problema, que está todo bien, que después de todo él nunca leyó a Jane Austen y, de paso, que desprecia a la saga de Stephenie "Crepúsculo" Meyer porque "no trata de tener miedo a los vampiros sino de tener miedo a no tener novio".

DOS Y ahí, solito, está ahora Rodríguez. En la Funko Shop, pensando en si debe o no comprarse esa cajita/special edition con sendos muñequitos de Stephen King. Uno pulcro y amable con libreta de notas y otro cubierto de sangre como Carriey con pequeña hacha y libro abierto. El primero, piensa, es el que explica que "La clave de todo pasa por dedicar seis horas al día a leer y escribir. Dos mil palabras al día. ¿Mi definición de talento? Fácil: Si escribiste algo por lo que te pagaron y el cheque no rebotó y con eso pagaste la electricidad, entonces te considero talentoso". El segundo es el que advierte que "Terror es ese calculado crescendo camino de ver al monstruo. Horror es ver al monstruo". Es decir: 90 por ciento de terror y 10 por ciento de horror. Y ese cheque para conjurar el miedo a que te corten la luz y se hagan las sombras.

De ahí que, son tiempos difíciles, Rodríguez dude en pagar por esos muñequitos de Stephen King. Ni siquiera puede justificarse que son para su hijo (quien, con quince años, ya deja atrás la funkomanía; el último que compraron fue el Gage & Church de Cementerio de animales; y ahí están todos esos Pennywise juntando polvo). Pero, claro, Rodríguez ve esos dos muñequitos y no ve sólo eso: ve a los niños especiales y siempre perseguidos de King, a sus escritores en problemas, a sus mujeres poderosas (King probablemente sea uno de los escritores más auténticamente feministas de todos los tiempos). Y también se ve a sí mismo hace tanto: leyendo su primer King (que fue el primero de King). Y desde entonces, otro de sus dear constant readers, acompañándolo hasta esta misma mañana, cuando terminó de leer Billy Summers.

TRES Y lo piensa Billy Summers en las primeras páginas de Billy Summers para que Rodríguez no tuviese duda alguna en cuanto a lo que aquí dispara y acierta Stephen King con muy buena puntería: "Si el noir es el género, entonces lo del 'último golpe' es el subgénero. Y no es que sea supersticioso pero, por lo general, ese último trabajo no suele salir bien". Y sí: Billy Summers es francotirador implacable y asesino a sueldo de gran reputación/eficacia (al que colegas/empleadores consideran de pocas luces, porque él mismo se ha inventado una protectora/distractora máscara de savant adicto a los comics de Archie) a la vez que de perfil/currículum muy personal: Summers sólo accede a eliminar a "malas personas". Y, de acuerdo, en más de una ocasión sus clientes son malas personas también; pero no se puede exigir tanto cuando hay que ganarse la vida con la muerte. Y Summers ha tenido una infancia terrible (donde mató por primera vez en defensa propia) y una juventud de uniforme en Fallujah (donde mató tantas veces en defensa de su país). Y ahora Summers está cansado de matar. Y la oferta de despachar testigo que va a hablar demasiado, en las escaleras del tribunal de un pueblo llamado Red Bluff, a cambio de dos millones de dólares resulta demasiado tentadora. Adiós al arma y así Summers se instala en el lugar semanas antes (todo el largo primer tramo de la novela es una suerte de lento y detallado procedural y casi manual de instrucciones para sicarios) a la espera del día del disparo de largada para enseguida largarse. Y Summers se hace amigo de sus vecinos y juega al Monopoly con sus hijos (y no los deja ganar, porque Billy cree en el esfuerzo). Y tanto preliminar recuerda a 22/11/63, sólo que aquí no se trata de impedir magnicidio sino de lograr ejecución. Y sorpresa o no tanto, porque pocas cosas le interesan más a King que explorar desde todo ángulo de tiro posible los misterios y placeres y los luces y sombras de su oficio: para mantener su fachada de escritor, Summers (fan de Emile Zola y Thomas Hardy) descubre segunda y posible nueva vocación mientras, sí, mata el tiempo antes de matar. La de novelista autobiográfico. Y llega el momento de apretar el gatillo y todo sale bien para que comience a salir todo mal. Aunque parte de las complicaciones pasen por la joven Alice para dar en el blanco de atípica pero muy tierna love story. Y entonces, de nuevo (a pesar de la abundancia de monstruos humanos, el único susurro sobrenatural aquí es el del avistamiento de las ruinas del Hotel Overlook de El resplandor) todo confluye en lo que probablemente sea El Tema recurrente de King: el hacer justicia deshaciendo injusticia. Así, los acontecimientos se precipitan y la sangre se derrama. Y vuelve a comprobarse la excelencia del King apropiador-reprocesador. Y si bien en la reciente Después (también con el escribir o no escribir como dilema hamletiano) King acaso se pasaba un poco a la hora de tomar prestado al "visualizador de muertos" Odd Thomas de Dean Koontz; aquí, con mayor sutileza, King canibaliza Noche salvaje de Jim Thompson añadiendo pizca de Dexter. Pero el resultado final es 100% Stephen King (y Richard Bachman) conalgunos de sus personajes más queribles en mucho tiempo (el propio Billy, Alice, el "contratista" Bucky) rumbo hacia final donde la metaficción no está reñida con la emoción.

La mala noticia es que Billy Summers jamás verá su libro publicado.

La buena noticia es que Billy Summers escribe tan bien como Stephen King.

La noticia que a nadie sorprende es que Rodríguez entre a la Funko Shop y se compre esos muñequitos de Stephen King.

 

Y, entonces, Rodríguez resplandece.