El profesor Joaquín Rodríguez Janssen encuentra un libro de Miguel de Unamuno y eso dispara una serie de recuerdos de cuando dio clases sobre el autor español en 1979: un estudiante desaparecido, su vínculo con las autoridades del colegio, su rol como docente, una antigua novia y hasta su papá, que arrastra la Guerra Civil española hasta Buenos Aires. Fragmentos de una historia que gira alrededor de la relación entre ficción y realidad de la mano del autor español. “Es un material con varios pliegues, como una pajarita de papel. Está lo político, la cosa más personal, su historia con el padre, la docencia, Unamuno”, dice Horacio Roca, quien le pone el cuerpo al personaje ideado por Mariano Saba en Tibio (sábados a las 19 en Moscú Teatro, Velasco 535) El autor y director, por su parte, destaca: “lo interesante de esos pliegues es que empatizás con Rodríguez Janssen pero también te preguntás por esa tibieza que tiene por momentos”.

La obra, a partir de la lección de Unamuno, despliega una serie de encrucijadas en la que este docente debe(ría) tomar decisiones para encaminar su vida y decidir su rumbo, pero no logra hacerse cargo de esas definiciones. “Creer es crear”, propone a los estudiantes, pero pareciera que prefiere que otros crean por él. Y eso tiene sus consecuencias. Para Roca, “no se refiere solo a la tibieza frente a qué actitud tomar políticamente". "Es más amplia. La duda como paralizante que no tiene que ver solamente con lo político. Cosas que se van conformando de a poquito y que tiñen toda la existencia”. Saba agrega que “Rodríguez Janssen irradia sentidos que tienen que ver con la docencia, con decisiones afectivas y políticas que cada uno se ve obligado a tomar, y que muchas veces posterga. En ese sentido, creo que resuena en la cabeza de muchos espectadores que vinculan con lo propio o con algo conocido”.

-El contexto de Tibio es el de la dictadura cívico-militar. ¿Por qué retomar ese marco para una obra de teatro hoy?

Mariano Saba: -La situación de esa tibieza controversial muestra cómo determinados sujetos quedan entrampados en una falsa dicotomía porque no existe una verdadera elección entre comprometerse y el silencio. El silencio es impuesto por ese contexto, requiere de un ejercicio de resistencia levantar la voz. Si no, el discurso fascista, de derecha, de arrase, te pasa por encima, te tapa. Decidir por un compromiso con la tragedia de lo real, como le pasa a Rodríguez Janssen en ese contexto en particular, hoy en día sigue siendo un problema vigente. Estamos hablando de vuelta de leones y corderos, y hay algo de esas dicotomías que se imponen en lo real, pero que es un discurso sobre el cual hay que avanzar porque si no se naturalizan con una normalización de la violencia que postulan. Está bueno que se revisite la idea de la memoria, porque hoy en día la memoria es el tema.

Horacio Roca: -Hay cuestiones que vuelven de distintas maneras. Como viví esa época, siento que está en mí, en los cuerpos. Son marcas culturales que no terminan con una fecha. Son parte de tu vida y a veces no sabés hasta qué punto. Este personaje, como muchos, elabora una justificación para tomar la posición que toma, para decir en la clase que de eso no se habla... Esa justificación la tomaron muchos. Cuando uno dice “dictadura cívico-militar” no se refiere solamente a los sectores económicos que apoyaron eso; también fue cívico porque buena parte de la población apoyó o vio con cierta expectativa el golpe de Estado.

-¿Cómo entender entonces a Rodríguez Janssen? ¿Es un tibio o un hombre determinado por sus circunstancias?

M.S.: -Hay algo muy kartuniano: la idea de que los actores, los dramaturgos, trabajamos con mitologías. No las referidas a lo clásico sino a la que habita en el pensamiento social. Y entre los mitos que me parece que resuenan en el caso de este personaje, hay un aspecto que tiene que ver con la situación de indecisión o de justificación de la no decisión ante una realidad que te interpela. Este hombre es docente y, más allá del contexto político, toma decisiones con respecto a la literatura que lo resguardan de otras implicancias en lo real. En ese sentido, adquiere una dimensión que tiene que ver con lo compartido mitológicamente por la argentinidad. Más con determinadas historias, esa resonancia se hace muy presente.

H.R.: -Él se pregunta: “¿Y yo qué puedo hacer?” Porque en verdad, ¿qué iba a hacer? He tenido conocidos presos, desaparecidos, y por más comprometido que estuvieras vivías tus cobardías, por decirlo así. Me acuerdo de una cosa muy elemental: levantar la voz en la calle era imposible. El miedo estaba en la piel, se te iba metiendo en el cuerpo. Yo había empezado a dar clases en la ENAD y tiene a una cuadra la Plaza Las Heras. Tenía un rato libre, había ido a la plaza a tomar sol. Ya era el '83 y me di cuenta de que ¡me podía abrir la camisa! Me había acostumbrado a que no, porque si estabas en un banco de plaza con la camisa abierta te podían pedir documentos y ya se complicaba todo. Estaba muy metido en la vida cotidiana. Los límites de la memoria y del recuerdo son muy flexibles, y hay cosas que son recuerdos pero siguen viviendo en vos de otra manera.

Saba y Roca venían trabajando sobre el texto antes de la pandemia, y el decreto del ASPO los obligó a trasladar este trabajo a la virtualidad, pero al ser un unipersonal pudieron avanzar igual a través de la pantalla. “Eso se reflejó rápidamente en el escenario. Fue un proceso raro, como vivimos la pandemia cada uno en su oficio, y creo que pudimos aprovecharlo”, rescata Roca, y acuerda con Saba en que el sostenimiento de ese espacio de trabajo fue “un resguardo” ante la incertidumbre que la pandemia había sembrado en el mundo. “Si no, el sostenimiento de la espera hubiera sido muy vacío. Sobre todo porque en un momento no se sabía que esperar”, recuerdan. Y Saba explica que decidieron estrenar la obra en una sala y no virtual porque “lo teatral requiere de la presencia en donde uno se encuentra con la energía que irradia el actor, ese discurso poético que el cuerpo del actor emana cuando está ahí”.

La puesta en escena es sencilla y efectiva: pilas de libros desperdigados por el escenario, un pizarrón, un escritorio y un teléfono constituyen los elementos con los cuales Rodríguez Janssen construye los ambientes en los que representar su historia. La iluminación tiene un papel central en la administración de los tiempos, entre el presente y el pasado, y un recorrido de emociones y estados de ánimo en la interpretación maleable y a la vez precisa de Roca. El recurso a la memoria como organización narrativa permite esos flashback de cajas chinas que se van desplegando cada vez que el profesor abre esas líneas fragmentariamente y cobran sentido a medida que avanzan y se van entrelazando, lo que genera la pregunta sobre cómo Rodríguez Janssen pudo resolver esos dilemas que la vida le presentaba.

-Hay una pregunta que atraviesa toda la obra: ¿qué relación piensan que hay entre ficción y realidad?

H.R.: -Pensamiento concreto de actor: en la obra digo que la ficción necesita que creamos en ella para poder existir. Y el otro día con el público me pasó que sentía que estaba hablando de mí, de la obra, del teatro. Era “Si ustedes creen en esto, existe. Necesito que crean en mí para poder existir dentro de un plano de ficción”. Se me cruzó eso en el momento. Visto desde el escenario, estás en un plano de realidad y ficción, con un pie en cada lado. El teatro, cuando te llega, modifica cosas en el que está ahí. Se va pensando cosas que no se le habían ocurrido, se conecta con algo nuevo... Actúa sobre lo real de esas personas.

M.S.: -Es muy unamuniano. La ficción gravita sobre nosotros al punto de hacernos pensar el mundo. Una obra de teatro, un libro, una película, necesariamente te modifica porque te instala en un pensamiento reflexivo a través del juego y eso es lo interesante. Te permitieron un rato jugar esa ficción: espectar, esperar, mirar. Y eso está buenísimo.