El 14 de diciembre de 1962, Johnny Edgecombe, un promotor de jazz de 30 años que había nacido en Antigua y Barbuda, bajó de un taxi en el barrio londinense de Marylebone y enfiló hacia la puerta del departamento que habitaba su ex pareja Christine Keeler. La joven de 20 años se negó a abrirle. Edgecombe pasó a la acción: sacó un revólver y disparó varias veces contra la puerta. Los vecinos llamaron a la policía, que se llevó al exaltado Johnny.
Se trató de un incidente de violencia machista que apenas podía ocupar un recuadro en una página de policiales por esos años. Sin embargo, ese episodio fue el vuelo de la mariposa que derivó, pocos meses más tarde, en un escándalo político de enormes proporciones, con connotaciones sexuales en plena Guerra Fría, que acabó con la carrera de un ministro y provocó la caída del gobierno conservador de Harold Macmillan.
Los meses previos
La Inglaterra de comienzos de los 60 era todavía muy pacata en sus costumbres y los conservadores iban a tono. Gobernaban desde 1951, cuando Winston Churchill recuperó el poder. El líder de la Segunda Guerra dejó su cargo en manos de Anthony Eden, que apenas pudo gobernar un año y medio y dejó su puesto en 1957, tras la crisis del Canal de Suez. Macmillan se convirtió en primer ministro y revalidó su cargo al vencer a los laboristas en 1959.
El Gobierno comenzó a tambalear cuando se supo que un funcionario que trabajaba para la agregaduría naval de la embajada británica en Moscú resultó ser un espía de los soviéticos. John Vassall era gay y fue chantajeado por la KGB tras ser fotografiado en una situación íntima. La homosexualidad todavía era un delito en el Reino Unido. A través de la extorsión, pasó información sobre tecnología naval. Fue descubierto y arrestado en septiembre de 1962: el caso causó conmoción.
Para entonces, una de las estrellas del gabinete de Macmillan era el ministro de Defensa, de quien se hablaba como un posible líder de los conservadores. John Profumo era de ascendencia italiana y estaba en su cargo desde 1960. Para cuando estalló el caso Vassall, habían pasado varios meses desde el fin de su relación con una joven de 19 años, que ahora se disputaban dos hombres del ambiente del jazz: el cantante Lucky Gordon y el promotor Johnny Edgecombe. Germinaba la semilla de un escándalo lo suficientemente grande como para tapar el arresto de Vassall.
La modelo, el médico y el ministro
Christine Keeler había llegado a Londres desde el suburbio de Uxbridge en 1957. Su padre las había abandonado a ella y a su madre. Comenzó a trabajar de modelo en una tienda de ropa y luego como camarera en un restaurante, donde conoció a Percy Murray, el dueño de un cabaret, que la contrató para bailar en topless. Fue en el cabaret de Murray donde Keeler se cruzó con el protagonista central del affaire Profumo. En el local ubicado en el Soho se produjo el encuentro que derivaría en el mayor escándalo político del siglo XX en Gran Bretaña: Keeler fue presentada a Stephen Ward.
Médico osteópata, Ward se convirtió en una celebridad dentro de círculos aristocráticos después de la Segunda Guerra. Se hizo de una distinguida cartera de clientes y además destacaba como dibujante a la hora de hacer retratos a mano alzada. Uno de los hombres de poder de quien se hizo amigo fue William Waldorf Astor, miembro de una familia prominente y político conservador. Lord Astor se hizo cargo de Cliveden, la mansión familiar ubicada en las afueras de Londres en un predio de 150 hectáreas. A comienzos de los 60, le alquilaba una casa a Ward dentro del predio.
Keeler y Ward congeniaron en el cabaret de Murray y el médico se llevó a la joven, a la que llevaba 30 años, a vivir a su departamento. Ella diría luego que fue una relación “de hermano y hermana” y que no hubo sexo entre ellos. Ward había tenido un breve matrimonio y no tenía pareja. La joven Christine comenzó a frecuentar los círculos del doctor y así fue como el 8 de julio de 1961 ambos fueron a una fiesta en Cliveden y ella conoció a Profumo.
El ministro, nacido en 1915, estaba con su esposa, la actriz Valerie Hobson. Astor los presentó a su inquilino y su amiga y a los pocos días se inició la relación entre Keeler y Profumo, que tuvo como lugar de encuentro el departamento que ella habitaba con Ward: el médico oficiaba de nexo, lo cual cimentaría la sospecha de que su cariñosa relación con Keeler no era otra cosa que la fachada de un proxeneta.
Más de medio siglo más tarde aún no queda claro cuándo terminó la relación del ministro y su amante, lo cual es clave por las implicancias políticas posteriores. Keeler diría que los encuentros duraron hasta finales de 1961. Pero en agosto los servicios secretos advirtieron a Profumo que no se relacionara tanto con Ward, porque podía interferir en algo más serio.
El agregado naval
Había entrado en escena un actor que convertía el asunto en algo más preocupante que una aventura con una chica de 19 años. Ward había manifestado su intención de ir a Moscú a retratar a líderes soviéticos, luego de haber dibujado a miembros de la Familia Real. Uno de sus amigos y pacientes, editor de The Daily Telegraph, lo presentó al agregado naval de la embajada soviética, de quien se hizo amigo. Yevgeni Ivanov era sospechado de ser un espía y el MI5 intuyó que quizás quisiera desertar. Entonces, los servicios ingleses contactaron a Ward y lo usaron como nexo con el espía. Ivanov estaba en Cliveden la noche que Profumo y Keeler se conocieron. Él también inició una relación con la joven.
No queda claro que el espionaje inglés supiera de la relación de Profumo con Keeler, pero el MI5 alertó al funcionario de que Ward podría ayudar en una eventual deserción de Ivanov y que le convenía tomar distancia . El ministro tenía previsto una cita con Keeler y, tras la advertencia, la pospuso a través de una carta en la que comienza diciéndole “Cariño”. Esa carta le iba a volver como un boomerang.
En el auge de la Guerra Fría, y mientras John Vassall espiaba para los rusos bajo extorsión, ocurrió que una chica de 19 años era amante del ministro de Guerra del principal aliado de los Estados Unidos; y al mismo tiempo tenía relación con el agregado naval de la URSS al que se veía como espía y eventual desertor. Era un cóctel explosivo.
Lo cierto es que Ivanov no desertó y mantuvo una relación de varios meses con Keeler, que pudo haber coincidido en unas semanas con la que ella tenía con Profumo, o durante toda la segunda mitad de 1961. La gran sospecha del espionaje británico pasaría por si Profumo cometió alguna infidencia con su amante y si la cándida Keeler se la comentó después a Ivanov.
El escándalo toma forma
Todo pareció calmarse con el correr de las semanas, sin mayores novedades por fuera de la confirmación de que Profumo había cortado vínculo con Keeler y de que además Ivanov también dejó de frecuentar a la joven. Para 1962, Ward sumó a su círculo a una amiga de Christine en el cabaret. Se llamaba Mandy Rice-Davies y tenía 17 años, con lo cual encima de todo era menor de edad. A través de Keeler, Rice-Davies se convirtió en amante de una ex pareja de Christine, otro buen amigo de Ward: el magnate inmobiliario Peter Rachman. De origen polaco, Rachman amasó una fortuna con los alquileres en Notting Hill. Fue tan particular su modo de encarar el negocio, que el Diccionario Oxford acuño el término “rachmanismo” (rachmanism) para definir la intimidación de propietarios hacia los inquilinos.
Rachman murió en noviembre de 1962. Su muerte acercó mucho a Keeler y a Rice-Davies, porque coincidió con otra cuestión. Si Christine consolaba a su amiga por la muerte del magnate (que la había instalado en la casa donde antes ubicara a Keeler), Mandy estaba allí para apoyar a su amiga en un momento complicado de su vida amorosa. Keeler había comenzado a salir con el cantante jamaiquino de jazz Lucky Gordon y después con Johnny Edgecombe. Las tensiones fueron en aumento. Johnny se trenzó con Lucky y le tajeó la cara con una navaja. A las pocas semanas, Keeler decidió terminar con Edgecombe. Estaba con Mandy en el departamento de Ward cuando Johnny llegó hecho una furia y no le quiso abrir. El promotor sacó un arma de su bolsillo y empezó a disparar.
Una cuestión de Estado
La policía arrestó a Edgecombe por tentativa de homicidio. La prensa describió a Keeler como “modelo” y a Rice-Davies como “actriz”. El hecho derivó en una fuerte disputa entre Christine y Ward. El departamento estaba a su nombre y él era una persona conocida. El vínculo entre ambos se agrietó y ella comenzó a hablar con varias personas de su relación con Ward.
La víspera de Navidad, Keeler fue a un club nocturno. Allí se cruzó con un antiguo conocido de Ward, el parlamentario laborista John Lewis. No sabía que ambos hombres estaban distanciados. Lewis no le perdonaba al osteópata haberle presentado una mujer a una pareja suya, que rompió el vínculo para iniciar una relación lésbica. Así que cuando Keeler entró en confianza con él y nombró a Profumo y a Ivanov, en un momento en que aún se discutía el espionaje de Vassall, Lewis saboreó su venganza. Contactó a otro parlamentario laborista, el Barón Wigg, enemistado con Profumo, que inició una investigación por su cuenta.
Los soviéticos se dieron cuenta de que algo grande estaba por explotar y decidieron hacer control de daños: sacaron a Ivanov del país. Ya en Moscú, mientras el escándalo devoraba a Profumo y al gobierno de Macmillan, Ivanov fue abandonado por su esposa y cayó en el alcoholismo.
A comienzos de 1963, Keeler le vendió su historia al Sunday Pictorial, al que además le entregó una copia de la carta de Profumo en la que el ministro posponía un encuentro con ella y que era una prueba de su relación. En el medio, ella no llegó a un arreglo con News of the World, diario que procedió a avisarle a Ward y Lord Astor de lo que estaba por pasar. El médico amenazó con un juicio al otro tabloide y se paró la publicación, mientras Lord Astor lo desalojaba de Cliveden. La relación de Keeler con Profumo ya era un secreto a voces.
En marzo, ella no se presentó a declarar en el juicio contra Edgecombe. Se había ido a España. Sin su testimonio ante la corte, el promotor de jazz fue condenado a siete años de cárcel. A la semana siguiente, la revista satírica Private Eye publicó el primer relato sobre el affaire, pero lo hizo con los nombres cambiados de Keeler, Profumo, Ward e Ivanov.
La caída de Profumo y el juicio
Mientras, el Barón Wigg avanzaba con su investigación particular, de la que avisó al nuevo líder laborista, Harold Wilson. La ausencia de Keeler en el juicio a Edgecombe precipitó la acción política. Wigg reclamó en plena sesión del Parlamento que el ministro del Interior confirmara o negara si un alto miembro del gobierno (no nombró a Profumo, que no se hallaba presente) estaba involucrado en el incidente de los balazos de Edgecombe. El ministro rechazó hacer comentarios.
Al día siguiente, Profumo habló ante el Parlamento. Admitió conocer a Keeler y Ward, que a ella no la veía desde hacía más de un año y que se había cruzado un par de veces con Ivanov. Negó haber tenido “una relación impropia” con la joven. Acto seguido, desde Madrid, Keeler afirmó que era amiga del ministro y su esposa y que no había ido a declarar al juicio de Edgecombe porque se confundió con las fechas. Quien habló después fue Ward, en una entrevista televisiva, en la que ratificó lo dicho por Profumo.
Sin embargo, la policía inició una investigación y comenzó a entrevistar a amigos y pacientes de Ward. Y a Keeler, que se contradijo y confirmó su aventura con Profumo. Mandy Rice-Davies fue detenida por una infracción de tránsito y pasó ocho días en prisión hasta que accedió a declarar contra Ward.
El médico vio cómo se derrumbaba su mundo y, a instancias del rencoroso John Lewis, tomaba forma una acusación por proxenetismo. Trató de buscar ayudar en el gobierno conservador y le dijo a un secretario del primer ministro que él sabía que Profumo había mentido sobre Keeler. A fines de mayo, Profumo le confesó su aventura a su mujer y, presionado por Macmillan, presentó la renuncia. También dejó su asiento en el Parlamento. La prensa fue impiadosa: los conservadores estaban en el piso de su popularidad. El ministro de Defensa había engañado a su esposa con una joven que podía ser su hija y mentido sobre su relación cuando salió a la luz. Y encima había un tercero en discordia que era un militar soviético. Demasiado para la moral de la época y la paranoia de la Guerra Fría.
En julio comenzó el juicio contra Ward, que se consideraba el chivo expiatorio del escándalo, aquel a través del cual los políticos lavaban su imagen. No tenía amigos que declararan a su favor, en un proceso en el que el fiscal lo definió como representante de “las profundidades de la lascivia y la depravación”. El alegato fue demoledor y Ward entró en pánico. Todavía bajo libertad condicional, se encerró en su departamento la noche del 30 de julio; escribió cartas en las que reafirmó su inocencia y se tomó un frasco de pastillas. El juez dictó sentencia al día siguiente: Ward era culpable de haber explotado sexualmente a Christine Keeler y Mandy Rice-Davies. Lo fueron a buscar y lo encontraron agonizando. Murió el 3 de agosto de 1963. Sus restos fueron cremados.
Los años siguientes
En octubre cayó el gobierno de Macmillan y un año después el laborismo de Harold Wilson ganó las elecciones. Profumo nunca habló en público del caso. Su esposa lo perdonó y se dedicó a labores de asistencia social, que le valieron reconocimiento. Con los años, fue readmitido en la vida pública y murió en 2006.
Chistine Keeler pasó cuatro meses en prisión por haber mentido sobre una agresión de Lucky Gordon. Tuvo dos matrimonios y dos hijos y años más tarde dio entrevistas sobre el escándalo, en ocasión del esteno del film Scandal, de 1989, que recrea el caso. Murió en 2017. Tres años antes había fallecido Mandy Rice-Davies. Ambas aún vivían cuando se estrenó Stephen Ward, el musical de 2013 de Andrew Lloyd-Webber sobre el osteópata, que las incluye como personajes junto a Profumo, su esposa y Lucky Gordon.
El affaire Profumo quedó sintetizado en una foto que Christine se sacó en mayo de 1963, cuando los diarios no hablaban de otra cosa. Entró al estudio de Lewis Morley, se sacó la ropa y posó desnuda sentada al revés en una silla, en una serie de fotos. En la más conocida, en la que mira de frente a la cámara, sus brazos y el respaldo evitan, como en todas las demás, que sea un desnudo frontal, en una imagen de gran sensualidad. Faltaba poco para que Mary Quant impusiera la minifalda y una revolución musical tomaba forma en los estudios de Abbey Road, donde los Beatles hacían sus primeras grabaciones. La era conservadora quedaba atrás, los años 60 comenzaban de una buena vez en el Reino Unido. Keeler y Morley no lo sabían, pero nacía el Swinging London.