Cuando se menciona la homosexualidad de figuras públicas del siglo XIX, se suele aclarar que ese aspecto de su vida fue ocultado. Está bien. Es bueno que no se olvide que los derechos y la visibilidad que viene conquistando el colectivo LGBTIQ+, no siempre estuvieron allí. El problema de la aclaración reside, sin embargo, en aquello que, sin decir, sugiere: por un lado, que no ocultarlo hubiera podido ser una opción y, por otro, que callarlo obedecía a un conflicto subjetivo con el propio deseo, sinónimo de una vida miserable.

Graham Robb, en su ensayo Extraños. Amores homosexuales en el siglo XIX, afirma que no hay un solo ejemplo en el siglo XIX –con la única excepción de Karl Heinrich Ulrichs- de alguien que haya declarado públicamente su homosexualidad. La explicación es sencilla: en la mayoría de las sociedades constituía un delito y nadie quería terminar entre rejas. Si no, pregunten a Oscar Wilde. El ensayista inglés sostiene, sin embargo, la hipótesis de que, aun en ese contexto, los homosexuales decimonónicos no fueron únicamente víctimas pasivas del prejuicio y tampoco se sintieron tan infelices como suele suponerse.

En su análisis sobre el ocultamiento como estrategia de supervivencia Robb aporta otro dato revelador, que refuta la imagen del artista atormentado que nos ha llegado de Piotr I. Tchaikovsky (1840-1893). Sostiene que el compositor ruso estuvo más cerca que cualquier otra figura pública decimonónica de vivir una vida homosexual abierta, pero la sociedad se aseguró de que permaneciera en el armario. Cita, para ilustrarlo, estas líneas que el músico escribió a su hermano Modest en 1876, acerca de otro miembro de su familia: “Sé que lo intuye todo y me perdona todo. Así me trata mucha gente a la que quiero y respeto. ¿De veras crees que no me siento oprimido por el conocimiento de que me compadecen y perdonan cuando de hecho no soy culpable de nada?”.

Pare de sufrir

“No, no creo que Tchaikovsky fuera un torturado. Creo que hay una construcción cómoda de, o bien no decir nada, o mostrarlo como un sufriente”, afirma el pianista Antonio Formaro abordando el tema. Y es que son tantos los tratamientos que se hicieron sobre la homosexualidad del músico que resulta un punto ineludible en la conversación. Entre sus biógrafos encontramos aquellos -David Brown, por ejemplo- que aseguran que vivió atormentado por ser gay, y también quienes –como Alexander Poznansky- sostienen que vivió su homosexualidad con naturalidad y alegría. Otros, finalmente, decidieron ignorar el tema y explicar la crisis nerviosa que tuvo Tchaikovsky a la semana de casarse con Antonina Miliukova, como resultado de su “exagerada sensibilidad” (Edwin Evans).

Antonio Formaro por Nicolás Lanfranco.

Incluso en años más cercanos -2013- se desató una polémica a partir de la eliminación de toda mención a la homosexualidad en una biopic sobre el compositor financiada por el estado ruso. El ministro de Cultura de entonces, Vladimir Medinsky, se arrojó sobre la granada con la vieja fórmula de “no hay suficientes evidencias”, a esta altura irrisoria. El propio Vladimir Putin desmintió a su ministro, aunque valiéndose del recurso de separar la obra y el artista: “Tchaikovsky era gay, pero era un gran músico y todos amamos su música”.

Romanticismo histérico

La obra musical de Tchaikovsky se desarrolla en paralelo al auge del nacionalismo musical ruso, pero nunca se sintió llamado a enrolarse en aquel ideario y eso le valió el mote de hacer música occidentalizante y banal. Yendo contra la corriente, nunca escondió su admiración por Mozart ni su preferencia por el universo musical francés en épocas en que la admiración a Beethoven y a la tradición alemana eran la regla.

Antonio Formaro tiene una conexión particular con este compositor por haber sido discípulo de Lazar Berman. Este gran pianista ruso se formó a su vez con Alexander Goldenweiser y éste con Sergei Rachmaninoff, que fue el verdadero protegido de Tchaikovsky. “Berman aborrecía esa imagen de ‘histérica’ que existe de Tchaikovsky, de un romanticismo histérico –comenta Formaro-. Él me contaba que cuando Camille Saint-Saëns [N. del R. reconocido compositor francés, también homosexual] viajó a Rusia, hizo amistad con Tchaikovsky y bailaban juntos en patines de hielo. Esa pequeña anécdota habla de una persona cándida y abierta, no de un neurótico”.

“Yo no veo que el dolor domine su obra –continúa Formaro-. Tchaikovsky era visceral, no podía tener doble vida. Lo intentó cuando se casó, pero le resultó imposible. Había en él una pulsión tal de amor que no podía contenerla. Pensemos que dominaba en Europa la moral victoriana y él era una figura pública”. El pianista hace referencia a las insinuaciones que aparecían en la prensa de la época acerca de “las amistades particulares de algunos profesores y alumnos del Conservatorio”, que funcionaban como amenaza velada.

Tchaikovsky sin lágrimas

“Me fastidia leer que como el hermano era homosexual, agrandó el mito”, afirma Formaro, refiriéndose a Modest, primer biógrafo y quien publicó algunas cartas donde Piotr Ilich habla sin eufemismos de sus amores y encuentros sexuales con otros varones. “Tchaikovsky vivió grandes amores: Sergei Kireyev, su compañero de universidad, Iosif Kotek, su alumno en el Conservatorio… La construcción del sufrimiento en lo gay, me parece que es un ‘deber ser’. Como si fuera necesaria una especie de castigo: tiene que haber sufrido”, concluye.

El mito alrededor de su muerte es una clara ilustración de lo que Formaro acaba de decir. Durante mucho tiempo se aseveró que el compositor se había suicidado y que la Sexta Sinfonía “Patética” –estrenada nueve días antes de su muerte- era su último grito de dolor. Se forjó incluso la teoría de que un tribunal de honor lo había sentenciado a terminar con su vida debido a sus ‘inclinaciones’. Todas especulaciones flojas de papeles, pero cargadas de un mensaje aleccionador para cualquiera que se atreviera a soñar con vivir su sexualidad sin avergonzarse. Hoy existe cierto consenso en que murió durante la epidemia de cólera de San Petersburgo, por beber agua sin hervir.

Abordamos finalmente la difícil cuestión de las relaciones entre la biografía y la obra. “En los compositores del tardorromanticismo desde Tchaikovsky hasta Mahler es inevitable meterse en la psicología -comenta-, porque para ellos el mundo está mensurado en términos de la subjetividad. Siempre pienso, en cualquier obra que tengo que interpretar, la incidencia de lo biográfico. Y la sexualidad es uno de los temas centrales en la vida de cualquiera. Cuando hablamos de destacar aspectos subjetivos que fueron complejos en el pasado es para que no lo sean ahora. Este es un tabú que sigue jodiendo, Rusia sigue hoy prohibiendo películas o biografías donde se habla de la homosexualidad de Tchaikovsky, entonces me parece que sirve para romper con esos tabúes. Ahora… ¿existe la categoría artista gay? No tengo la respuesta”.

6° Festival Konex de Música Clásica “Tchaikovsky y la escuela rusa”. Hasta el 7 de noviembre en Ciudad Cultural Konex, Sarmiento 3131. Más información en cckonex.org o festivalkonex.org