Durante los años en que asistió a la Universidad Nacional del Nordeste (UNNE), a Maximiliano Fernández le tocó entrar en debate con algunos compañeros y profesores que pensaban que los pueblos originarios ya no existían en el país. Le hablaban como si su cuerpo movido por sangre qom y moqoít, atravesando pasillos y aulas, no fuese un argumento lo suficientemente irrefutable para ganar la discusión. En septiembre pasado, egresó y pasó a ser el primer profesor de Geografía procedente de comunidades aborígenes, dispuesto a poner su formación al servicio de sus raíces para romper con “la relación tutelar criollo-indígena”.

Maximiliano es el tercero en profesionalizarse de los ocho hermanos de una familia en la que todos estudian: resultado de padres cuyo anhelo era que sus hijos se formasen y del acompañamiento del Programa Pueblos Indígenas (PPI), que la UNNE puso en marcha en 2011 como parte de una “reparación histórica con los pueblos indígenas, en reconocimiento a siglos de discriminación y exclusión”.

Con 28 años, Maximiliano confiesa que comenzó a cursar con “temor a no tener las condiciones necesarias para afrontar la formación superior” y remarca lo difícil pero necesario que fue el desapego con su familia y la comunidad: “Yo vengo de Quitilipi, una localidad del interior de la provincia del Chaco, y eso implica también alejarse de la familia, del seno familiar y comunitario y también implica un proceso de adaptación en los primeros años. A mí me llevó dos o tres años adaptarme”, detalla.

En ese contexto, el apoyo de sus hermanos, que ya cursaban en la universidad, y el acompañamiento –en lo académico y económico– que el PPI le brindó fueron esenciales para que atravesara las turbulencias del ingreso.

Nacido en Rosario, Maximiliano elige ver su vida en etapas: la crianza “corta” en la gran urbe santafesina, el paso por Colonia Aborigen, luego por San Bernardo y el asentamiento final en Quitilipi (estas tres últimas ciudades ubicadas en el centro de Chaco).

“Nosotros veníamos de una familia que tenía como fuente de recursos económicos la actividad agrícola. No como dueños de la siembra, sino como cosecheros. La decisión de la educación era un desafío: romper con esa estructura”, reflexiona y remarca que el estudio estaba motivado por “no seguir siendo los peones y entablar otro tipo de lucha”. En ese sentido, la ruptura con lo establecido levantó suspicacias “intercomunitarias” y algunos miembros del colectivo no tomaron muy bien la opción por la educación institucional.

A pesar de ello, para Maximiliano el egreso es un triunfo “colectivo y comunitario” antes que personal o familiar. Además de haber sido el primer estudiante del PPI en realizar un viaje de intercambio cultural –estuvo seis meses en México para afianzar lazos con comunidades locales–, participa en organismos vinculados a los pueblos originarios: es asesor técnico del Centro de Documentación Indígena de Chaco; integra un colectivo de egresados indígenas de la UNNE, que realiza jornadas de abordaje de las problemáticas educativas y de difusión cultural; colabora con la Red Interuniversitaria de Educación Superior y Pueblos Indígenas en América Latina (ESIAL) y trabaja en el área de georreferenciamiento del Programa Nacional de Relevamiento Territorial de Comunidades Indígenas.

“Se cree que quienes pertenecen a comunidades son dóciles, pasivos, calladitos. En ese sentido, la universidad te forma no sólo en contenido, sino también marcándote un carácter para poder alzar la voz. Es el primer paso para decir ‘acá estoy, hice esto, soy esto y no quiero ser aquello’”, subraya.