Como toda disciplina, la investigación sociológica también cargó con su lista de objetos malditos. Parece mentira pero, hasta no hace mucho tiempo, los temas de diversidad sexo genérica estaban condenados a paneles perdidos dentro de los congresos, haciendo equilibrio para no caerse de programa. Frente al hambre del mundo, preguntarse por los modos de sociabilidad de gays, lesbianas y trans era tildado de poco menos que frívolo. Ernesto Meccia, haciendo pie en lo mejor de los teóricos de la desviación, logró convertir el estigma en bandera a fuerza de perseverancia y rigurosidad. En conversación con SOY desanda el camino que lo llevó a interesarse por los temas que casi nadie tomaba, la mezcla entre la curiosidad personal y la científica, y su disruptivo método para hacer etnografía. Ahora, diez años después, presenta una versión ampliada de Los últimos homosexuales, el libro en el que indagó en el sobre el impacto de las transformaciones culturales de los últimos 30 en quienes se describen como “nativos de la vieja homosexualidad y asistentes al espectáculo del surgimiento de la civilización gay”. 

¿Cuándo empezaste a desarollar un interés por los temas de diversidad sexual desde una mirada sociológica?

-Estaba terminando la carrera a mitad de los años 90. Me gustaba la Sociología pero no imaginaba mi futuro, cómo podría desarrollar concretamente el oficio. Había estudiado mucha teoría y sentía que estaba entrenado para ver el mundo desde arriba, como si fuera un espectador que desde la platea pudiera entender mejor el juego que los jugadores. Qué se yo, no me cerraba. Y también me aburría. Me anoté en el seminario “Actores sociales y sida”. Íbamos al Hospital Muñiz a hacer entrevistas y observaciones. Ahí nació mi pasión por la Sociología, haciendo trabajo de campo desde el llano. Imaginate lo que significaba el sida en aquel momento. Iba a la sala de espera para pacientes asintomáticos en un pabellón en aquel entonces especial. Silencio denso, gente sentada con papeles en la mano que sacudían de vez en cuando, puertas que se abrían, breves diálogos antes del turno con médicos que era evidente ya conocían a quienes quebraban la espera. Entrevisté a un muchacho paraguayo que le alquilaba un cuarto a una pareja en la zona de Flores. Llegamos a ser amigos. Los tres murieron en pocos años. Como la medicina no daba respuestas muchas de esas personas, fuera del hospital, hacían terapias alternativas, iban a grupos de autoayuda, leían libros de sobrevivientes al cáncer, hacían visualizaciones positivas sentados en el suelo tomándose de la mano, decían que la enfermedad era, en realidad, un camino de crecimiento personal. Sentía que no estaba entrenado para entender todo eso. Lo único que me salía era que por más visualizaciones positivas que hicieran, la enfermedad haría de las suyas; que todo era una racionalización ante una situación ineluctable. Y no me sentía satisfecho. Todo lo que veía me conmovía pero lo único que me salía era un veredicto entre compasivo y soberbio. A la salida del hospital había una plaza. Me quedaba sentado o caminando un buen rato antes de tomarme el colectivo. Empecé a ver todo lo que pasaba ahí. Pastores evangelistas que predicaban con megáfono, trabajadoras del sexo que ofrecían sus servicios, familiares de presos de la cárcel de Caseros que quedaba ahí cerca. De vuelta a casa en el colectivo pensaba que en la facultad no había leído autores que me tiraran un centro para entender la mezcolanza de cosas que había visto, pero que esos autores tenían que existir y los iba a encontrar. Así me transformé en un busca del lado B de la Sociología.

¿Por qué decidiste recuperar y profundizar lo que habías planteado en la primera edición?

-Me obsesiona estudiar el cambio social y más específicamente cómo las personas lo pueden procesar subjetivamente. Los protagonistas del libro pertenecen a generaciones muy especiales, yo las llamo “generaciones bisagra”. Pensemos que los últimos homosexuales nacieron en los años 40, 50 y 60, fueron jóvenes en los 70, 80 y 90 y yo los estaba entrevistando a partir del 2008. Vivieron en mundos en gran medida incomparables. En la primera edición ellos se retrataron como lo que eran: nativos de la vieja homosexualidad y asistentes al espectáculo del nacimiento de la civilización gay. Si bien valoraban los cambios era evidente que estaban extrañados, subjetivamente hablando, como si no se sintieran parte. Los últimos homosexuales fueron jóvenes bajo una cultura y una racionalidad “homosexual” y cuando yo los entrevisté eran maduros o viejos en un momento cultural en el cual la racionalidad “homosexual” comenzaba a coexistir con la racionalidad “gay”. ¿Cómo puede procesarse esta coexistencia subjetivamente? ¿Cómo puede sintetizarse eso en una biografía y en una narración biográfica? Estas fueron las preguntas de la primera edición de 2011. En la nueva edición quise seguir las huellas de ese impacto cognitivo. ¿Qué quedaría de aquel primer recelo hacia los nuevos tiempos? ¿Cómo verían hoy aquellos cambios que los tomaron por sorpresa? ¿Y la situación actual? De alguna manera, lo que quise hacer fue documentar los cambios del cambio.

¿Qué elementos aporta esta nueva edición en relación a la primera?

-Hay un capítulo que se llama “La nueva meca gay”. Me dio mucho laburo. Me propuse documentar los desplazamientos de la espacialidad gay en la ciudad de Buenos Aires, asumiendo que los espacios expresan y al mismo tiempo propician distintos tipos de sociabilidad. Busqué poner en relación un conjunto de fenómenos que representan temas de importancia para la teoría social, entre ellos: cambio social, espacio público, las formas de construir y habitar el espacio público, los tipos de sociabilidad que dependen de esas formas, el papel jugado por las ofertas de ocio específicamente destinadas a los gays, el impacto de la cultura digital (en especial, las dating apps) y, por último, la construcción de identidad en el escenario de la gran metrópoli por parte de un segmento poblacional discriminado en medio de un denso proceso de cambio social y político que da carta de ciudadanía condicional a la diversidad sexual, cambio en el cual no son ajenas las políticas “pinkwashing” del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Así intenté observar las transformaciones desde el punto de vista de quienes son usuarios del espacio público y también de quienes imaginan cómo debería ser el espacio para la diversidad sexual en una ciudad moderna y cosmopolita. Una consecuencia de la coexistencia de ambos tipos de espacialidad es la competencia entre una y otra. Se proyecta una ciudad para nosotros pero nosotros hacemos cosas con lo proyectado. Me interesó armar el capítulo porque ¿cómo se podría caracterizar la competencia entre la ciudad gay imaginada por el Gobierno de la Ciudad y la ciudad gay que anhelan los gays desde que Buenos Aires fuera entronizada como la nueva meca gay de América Latina, la más gayfriendly de la región? Creo que es un capítulo útil para pensar los imaginarios políticos de normalización encierra esta pomposa caracterización y al mismo tiempo observar la persistencia y también de la emergencia de ciertas prácticas de sociabilidad gay que trazan mapas propios sobre los mapas que traza la pakitocracia.

¿Qué características tiene esa "colectividad de sufrientes"? ¿qué los une?

-Hablo de “colectividad sufriente” para analizar ese dolor que no tenía palabras para expresarse. No había libretos propios para hablar del dolor. Es ese sentimiento mudo lo que los unía. Al contrario, cuando hubo libretos propios, hablo de la “colectividad discriminada”. En principio, la vida es algo que sucede o que sucedió. A los varones homosexuales cuyas narrativas pueblan el libro realmente les “pasó” algo. Por ejemplo, cuando fueron jóvenes fueron humillados. Existieron hechos de humillación objetivamente hablando. Sin embargo, en esos momentos de sus biografías, no tenían a mano ideas que les permitieran etiquetar o, mejor dicho, saber que aquello que vivían era exactamente humillación. En los testimonios que recogí, muchos de ellos tuvieron episodios de ese tipo en la vía publica, en la escuela y en sus hogares. No obstante, en el momento original, una oscura mezcla de sentimientos de vergüenza y de merecimiento reemplazaban a la etiqueta “correcta”. Las experiencias de la vida, o sea, los significados que podemos darle, son una tarea que se hace con las imágenes que provee la cultura hegemónica, que suelen ser restrictivas. Y puede suceder que las restricciones sean tan grandes que muchas historias reales quedan sin contar, o son contadas a cuentagotas. Pero los entrevistados que brindaron sus testimonios en un momento distante del original, tienen en el día de hoy relatos que les son mucho mas fieles a la vida real ya que le hacen justicia; una justicia de tipo expresivo, porque reflejan la humillación como humillación. No hay nada de necesario respecto de que la humillación más grande pueda reconocerse de inmediato como tal. Para eso hace falta un relato. Si hay relato podés ubicar el sentimiento de la humillación como una experiencia de discriminación.

En el marco de la investigación, recuperás un autor algo olvidado en las Ciencias Sociales que es Goffman, conocido por su clásico libro “Estigma. La identidad deteriorada” ¿Qué te permitió pensar esta perspectiva del etiquetado?

-Goffman fue un genio, gran inspirador de muchas de mis reflexiones. No conozco otro sociólogo que se haga tanto cargo de lo que hacen las personas cuando están interactuando, frente a frente. Nadie como él investigó la vida cotidiana de la gente común y demostró con una originalidad sin par que se asemeja a una guerra fría en la que sus participantes amasan su identidad social. Goffman describe hasta el mínimo detalle un conjunto de rituales que la gente se empeña en ejecutar para demostrar a los demás y demostrarse a sí mismos quiénes son y quiénes quieren ser. Pero simultáneamente aparecen los otros como aguafiestas para demostrarles a los que se muestran quiénes son y qué lugar deberían ocupar más allá de sus propias pretensiones. Entonces aparecen actores realizando peticiones cruzadas de reconocimiento identitario. La vida social tiene naturaleza ceremonial, pero las ceremonias pueden servir tanto para dar lugar a los otros como para negárselo o darles otro estatus: ser ceremonioso con una mujer siendo varón abriéndole la puerta es una ceremonia que confirma una codificación desigualadora; ser ceremonioso con un manco diciéndole que son asombrosos los avances en sus estudios universitarios significa que un problema físico ha sido leído también como un problema cognitivo, ser ceremonioso con un gay en la mesa familiar felicitándolo con una sonrisa de oreja a oreja porque su relación de pareja es duradera a diferencia de otras parejas es darle a entender (a la pareja y al resto de los comensales) algo bastante distinto a lo que se podría derivar de una felicitación. Hay rituales de reconocimiento social que es mejor perder que encontrar. Son rituales pequeños, infinitesimales, pero que pueden hacer mucho daño porque son simbólicamente violentos.

¿Por qué la elección por las trayectorias biográficas? ¿Cómo se cruza está técnica con la historia social?

-Es que hago mía la famosa exhortación que Charles Wright Mills hacía a los sociólogos de su tiempo: ningún estudio social que no vuelva a los problemas de la biografía, de la historia y de sus intersecciones dentro de la sociedad ha terminado su jornada intelectual. Las biografías son ventanas para ver la historia social desde la memoria.

Lejos de lo que podría indicar el protocolo clásico de entrevistas, vos elegiste hacer investigación, también, en el sauna. ¿Qué te posibilitó esa cercanía con los entrevistados?

-El sauna es un lugar donde todo se desliza, donde las cosas fluyen. Además me gusta ir a donde se da cita gente de todas las edades, en todos los estados físicos que te puedas imaginar, y en todas las condiciones civiles. Hay viejitos que salen del cuarto oscuro con los anteojos empañados, matrimonios que invitan a compartir momentos de acción, barras de amigos que se colocan tomando unas cervezas antes de ir hacia la aventura, ex amantes que se encuentran después de mucho tiempo, jovencitos con viejos, empleados de seguridad con arquitectos, deportistas con profesores. Todo fluye. Creo que ese contexto babélico desarma unas cuantas jerarquías (reales y sospechadas). Por eso entrevistar ahí adentro me pareció menos artificioso que hacerlo afuera. Yo era un sociólogo desnudo, en más de un sentido. Es indescriptible la diferencia entre darte cita con un sociólogo en un bar aséptico y hacer la entrevista en un lugar donde la gente se mueve como pez en el agua, incluido el propio entrevistador. Creo que hay que tomar más precauciones metodológicas en el primer caso.


Los últimos homosexuales se presenta:

-El viernes 26 de noviembre a las 15 horas en el Instituto de Investigaciones Gino Germani de la Universidad de Buenos Aires.

-El lunes 29 de noviembre a las 19, en el marco de "Manzana Igualdad. #FLH50", en la Manzana de las Luces.