Finalmente Lirio John encontró a Rosa Babel antes que yo. Vive al unísono en el sótano y en todo lo que escucho y pienso. No llega al nivel de una obsesión sino de una demostración: toda expresión crea el ser.

Lirio John no ha vuelto a pensar en el terreno con un sol de pesadilla sobre la cabeza. El Lirio John de detrás del armario se muestra sumiso ante la indiferencia que Rosa Babel le profesa.

Anoche, mientras ella encendía la vela que me regaló Eduardo, el personaje del libro que estoy leyendo, también encendía una vela en el mismo momento.

Lirio John no me dedicó palabra, concentrado como estaba en hacerles vegetales grillados a Rosa Babel y al Lirio John de detrás del armario en la bifera que me regalaron Luisina y Augusto el verano pasado.

Yo creo que mi sótano es un sótano y no un observatorio como ella le ha dicho reiteradas veces a Lirio John, moviendo las manos en cámara lenta. Anoche la escuchaba extasiado. Diga lo que diga para él es asombroso. No es literal pero es asombroso. Ambos liberan la mente una y otra vez, me tienen acostumbrada, aunque lo de anoche, para mí fue demasiado.

Llegué tarde del trabajo, ansiando la soledad del hogar y encontré la casa invadida. Un perro y un gato desconocidos en el jardín. Los iba a echar cuando Lirio John de detrás del armario llegó justo a tiempo para advertirme que no lo hiciera porque Rosa Babel se había enamorado del perro. Que fue amor a primera vista. Me pareció algo extraño ese atributo sentimental en ella, que todo lo vuelve mental, pero Lirio John de detrás del armario me aclaró que era esa otra clase de amor. Y que le viene desde la pubertad. Que su primer amor no fue un muchacho sino un perro mestizo de pelo dorado. El perro que estaba en mi jardín era negro. Lirio John de detrás del armario también me explicó que Rosa Babel no necesitó que fuera del mismo color para desearlo. Como sea, eso no fue lo peor. Mi casa estaba llena de gente y yo me enfurecí. Los eché a todos acusándolos de vagos, alcohólicos y drogadictos. Zoofílicos no me parecía un insulto. Muchos se fueron de inmediato hasta que Lirio John me dijo que estaban hablando acerca de la imagen poética. Que no es eco de un pasado sino que, en su resplandor, resuenan los ecos del pasado lejano. Tuve que tragarme el error sin tener tiempo de arrepentirme. Ya todos se habían ido.

Desde antes de este episodio reciente, no he tenido mucho vínculo con Rosa Babel. Las razones no importan. Lo que sí importa es que el perro negro se quedó y el gato se fue.

Además, lo que sucede es que están desbautizando mi sótano. Están renombrando la lámpara contorsionista que me regalaron Amira y Martín, el sillón roto, el escritorio breve. No conformes con ello, hacen nacer objetos con nombres desusados. Esto dificulta la comunicación entre nosotros porque cuando bajo a tomar café resulta que este es un animal omnívoro en extinción. Y si se me ocurre hablar de los verbos dicendi, en el sótano, son seres mitológicos con poderes arbitrarios.

Hace 48 horas no me importaban los juicios sumarios, resulta que ahora son esmaltes para uñas. Londres está dentro de mi cartuchera. Tengo medio millón de dólares florecidos en la Santa Rita. Dólares fucsias.

Si no fuera porque Lirio John está tan feliz, esa mujer no dormiría sobre mis sábanas. Pero, a decir verdad, aunque los actos de habla de los dos no coincidan con la actividad de su conciencia profunda en una equivalencia de uno a uno, no puedo negar que su lenguaje no necesita un saber porque están recibiendo todos los poderes del vocabulario, por ello, sería mezquino y banal simplificar o endurecer el uso de la palabra en el sótano. Esto los vuelve ineficaces pero confiables. También ovejas sin maíz. Puede que no tenga sentido oponerme a la desbautización. Quitar un nombre no es fácil. Cambiarlo tal vez sea peor.

El Lirio John de detrás del armario, aunque sigue siendo el mismo, parece diferente.

Por dentro y por fuera.

Está tan grande que no entra en su propio cuerpo.

Tan suave que la mirada de Rosa Babel lo lastima. Ahora comprendo que lo de ella no es indiferencia sino extremo cuidado.

Incluso ya le es imposible ocultar que está vacío del saber que saben todos. Se dificulta mirarlo porque nos hace ver que el mundo es una bola de puras paparruchadas. Quién podría conservar las ganas de seguir habitando un mundo así. Igualmente, me he prometido a mí misma no ignorarlo ni dejarlo solo. Lo amo lo suficiente como para hacer trabajar la mitad de mí que sostiene la casa, trae los alimentos y compra los libros, para que la otra mitad siga habitando el sótano.

Día y noche el Lirio John de detrás del armario se dedica a su obra maestra. Mezcla materiales de ojos cerrados con materiales de ojos abiertos. Es de lo mejor que está ocurriendo en el mundo del arte y de la poesía en estos tiempos.

Rosa Babel pasa mucho tiempo transpirando y jadeando.

No sé si el perro negro es Lirio John o si Lirio John es el perro negro.

No sé si mi rosita serrana es Rosa Babel o si Rosa Babel es mi rosita serrana.

Como sea. Ama al perro y a Lirio John con esa otra clase de amor y yo soy vencida, una y otra vez, por la misma verdad: todo lo real termina siempre siendo imaginario.

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