Dominó la pelota tan bien como su vanidad. Fue contemporáneo a Lionel Messi y estuvo a las órdenes de Diego Armando Maradona en la Selección. Pero su carrera, que hoy concluye, está dibujada en su trazo más grueso por Newell’s, donde se formó y donde volvió por elección, para ser el mejor del fútbol argentino, cuando en Europa los contratos le sobraban. Maxi Rodríguez fue para el fútbol argentino y para Newell’s un jugador de los que el hincha más ama. Quizá porque es una raza en extinción. Desde su generosidad para darle al club los mejores años de su carrera a su docilidad para estar siempre cerca del simpatizante. Esta noche la Fiera juega su último partido en el parque Independencia. Es, claro, un motivo de tristeza. Pero será un motivo de celebración. Porque los hinchas colmarán instalaciones para darle en una ovación de adoración la contención que hoy necesita la persona que deja al jugador.

En fútbol los ídolos, en general, son figuras reproducidas por medios o redes sociales, más que reales. Inaccesibles. Lejanos. Maxi Rodríguez, por el contrario, es el ídolo más humano que tuvo Newell’s, quizás desde el retiro de Gerardo Martino. Porque la Fiera siempre fue un jugador de Newell’s empático con el hincha y los chicos. Un jugador real para todos, incluso cuando sus días de gloria estaban lejos del parque Independencia.

Porque después del Mundial de Alemania y el golazo a México para el pase a cuartos de final, Rodríguez volvió a la ciudad y no dudó en disponerse a ofrecer una conferencia de prensa para hablarle a sus hinchas. Maxi fue el jugador ídolo que siempre estuvo para la foto. El que nunca necesitó una declaración demagógica o agraviante para otros para ganarse la empatía de la tribuna. La Fiera fue el jugador que todo lo que generó en el simpatizante fue por su talento en la cancha, por momentos soberbio, y su humildad fuera de ella.

Se fue rápido de Newell’s. Su pase a Espanyol de Barcelona en 2002 fue tan conversado como sufrido. Eduardo López, como hacía con todos los jugadores, no ponía la firma hasta que en la negociación exprimiera todos los recursos económicos, que no necesariamente redundaban en beneficio de la institución –millones de dólares de deuda pagó el club cuando López dejó de ser presidente--. Su transferencia fue traumática y, además, maltratado, dos años antes, con un pase a préstamo a Talleres.  Rodríguez jamás mezcló el daño que le hizo el ex presidente con el club. Su amor a Newell’s iba a quedar demostrado como muy pocos jugadores lo hacen en un universo de la redonda donde la danza de los billetes manipula sentimientos.

En Atlético Madrid, como en cada lugar donde estuvo, despertó admiración y cariño, mezcla de talento con la pelota y humilde personalidad. Aún se recuerda la visita a la ciudad de Enrique Cerezo, en 2007, presidente del club español, quien vino para conocer el lugar donde nació y creció la Fiera.

Su carrera siempre fue ascendente. El pase a Liverpool en 2010 fue con un contrato de tres temporadas. Tenía un año aún por delante de vínculo en Inglaterra, cuando Maxi decide volver al parque Independencia en julio de 2012. Lo hizo para sacar a Newell’s del descenso. Lo sacó campeón, junto con un Gerardo Martino entrenador, quien también había vuelto al club para responder al auxilio de la institución.

Maxi Rodríguez volvió en su mejor nivel. Por lo que hizo en Newell’s se mantuvo en la Selección y fue subcampeón del mundo en Brasil. Se tuvo que ir del club cuando lo echó Eduardo Bermúdez. Volvió ni bien pudo. Con 40 años, la mente y el cuerpo le piden el retiro. Es una decisión inevitable para un jugador. En su caso, es una tristeza para el hincha. Hoy es el día donde quizá la felicidad no saldrá de sus pies sino que bajará en ovación desde los cuatro costados. El jugador que siempre fue tan cercano a su público logrará vencer al tiempo para conservar el cariño más allá del retiro.