Un tipo serio, tímido, con valores familiares que le dieron sus padres y que legará a sus hijos. Así se presentó Antonio Laje, el periodista de A24 en el aire del programa que conduce todas las mañanas, antes de llorar unas lágrimas tan impostadas que ni siquiera merecieron ser enjugadas. Pobre Antonio, se declaró bajo ataque de no sabe quién pero seguro de que lo que quieren destruir, sacarlo del aire, destruir a su familia. A todas estas afirmaciones le corresponden comillas, igual que a “violencia, virulencia y maldad” que arrojaron sobre él que es tan suave, tan hombre de bien en su chomba rosada y relatando sus padecimientos con su voz grave pero aspirada, como si algo se estuviera guardando o conteniendo.

Nueve minutos y medio duró su acto de victimización en el que no pidió disculpas. En todo caso, como antes lo hicieran Juan Darthes o Ari Paluch, por ejemplo, dejó abierta la puerta para que si alguien, en algún caso, se hubiera o hubiese sentido maltratadO -la última letra en mayúscula no es un error de tipeo- entonces sí, “de corazón y frente a frente” le pide disculpas. Pero con tantos condicionales en el medio y la calificación de una conspiración en su contra, qué se yo, difícil creerle.

El acto de Laje es una joyita, cumple con todos los requisitos del macho herido que por una vez siente amenazada su impunidad y entonces recurre a la vieja -o a los viejos-, a su jermu, a su familia. Porque a las locas que sienten cosas que no son, porque él no es un maltratador, se les contesta con la legalidad del nido bien armado donde se coje, se come y se caga y se sale a la vida pública con la chomba bien planchada. Y cumple también con los requisitos del hombre de éxito, capaz de darlo todo por su orden de mérito, porque no hay nada como el esfuerzo y la exigencia. Tan conocido ese discurso, tan visto en las películas norteamericanas en la que soldados o artistas, en la academia que les corresponda, sudan la gota gorda, toleran que les ninguneen o les humillen porque al final, al final estará el éxito.

El éxito hay que pagarlo, eso es lo que no dice Laje. Y no es para débiles. No es para campanitas, no es para las que no aguantan un ataque de ira porque salió mal tipeado un graph. El éxito es de quien aguanta la arbitrariedad para poder cometerla a su turno, dice Antonio mientras intenta que las lagrimitas salten a sus ojos esquivos recordando los viejos tiempos en que empezó en una radio “trucha”, “rompiéndome todo porque yo creo en el esfuerzo, creo en el mérito y yo creo en las exigencias. Yo no creo en los maltratos, la verdad que no, creo en las exigencias de mi carrera”. Por eso, insiste, de su costilla han salido periodistas brillantes.

En nombre del éxito, se supone, hay que aguantar y no mirar a los costados, que no te conmuevan los cadáveres de lxs débiles ¿O no está hecho el éxito del fracaso de la mayoría? La periodista que se fue llorando del programa de Laje lo debe saber, soportó estoica que él le hable encima cuando se despedía llorando del ciclo en una exhibición pública de su doctrina. Palabras más, palabras menos, le dijo que no era para tanto y la conminó al silencio. Silencios que muchas guardaron durante algún tiempo porque, como ya se dijo, aguantar es la clave del éxito. Romperse todo.

Laje se queja de no que no pudo cambiar con los tiempos. Acá él no aguanta, llora, tiene el corazón partido. ¿En qué momento le cambiaron las condiciones? Tal vez se perdió la parte en que en casi todos los ámbitos laborales y sociales se elaboraron protocolos para diferenciar exigencia de maltrato. Ese ataque que él denuncia -porque sus nueve minutos y medio de aire fueron más una denuncia que un pedido de disculpas- es el temor a la cancelación, una cultura a la que los feminismos antipunitivistas no suscriben porque además, de lo que se trata, es de hacer visible un sistema de violencias silenciadas y no borrar del mapa a uno por uno.

Pero a Laje no lo van a borrar del mapa. Porque no hay denuncias penales en su contra, como si no estuviera bien claro hasta para la OIT que justo acaba de sacar una guía para detectar y sancionar el maltrato laboral, que denunciar el acoso laboral es tan difícil como seguir trabajando después de intentarlo. Mucho menos seguir trabajando en los medios, como bien denunciaron Periodistas Argentinas que encontraron en la voz colectiva la modulación para decir lo que no puede ser dicho sin castigo de manera individual.

Esta escena ya la vimos. Como también vimos la defensa corporativa para con algunos denunciados por esas prácticas fuera de tiempo, como le gusta calificar al hombre de la chomba y la voz grave. Al día siguiente de la exposición de Antonio Laje y en una maniobra que se parece mucho al golpe bajo, una nota en el bisemanario Perfil firmada por una abogada especialista en derecho penal mete en la misma bolsa el caso del niño asesinado a golpes por una pareja de mujeres con el juicio de Thelma Fardín contra Juan Darthes para denunciar una “justicia matriarcal” que sería más benevolente con las mujeres. ¿Casualidad?

Hay una línea de continuidad entre los valores que dice tener Antonio Laje, el auge de los libertarios en las últimas elecciones, incluso con la nota de Perfil. Es un intento desesperado de reordenar eso que los “tiempos han cambiado” para ponerlo en sus términos y no hablar acá otra vez de los feminismos y las voces colectivas que se sostienen unas a otras, hartas de lo que les piden, aguantar a solas para poder triunfar -ponele.

Pero el horno del aguante no está para bollos y de eso dio una clase magistral Ofelia Fernández en la Legislatura después de la jura de quienes ingresaron después de las últimas elecciones. Con la soltura y la asertividad que la caracterizan, con la coherencia que sostuvo en sus pocos pero sólidos años de militancia le dijo a quien la había llamado “gorda incogible” que no lo iba a nombrar porque tampoco iba a regalarle que alguien como ella dijera su nombre -aplausos de pie- pero que esto no era twitter y que la Legislatura tenía sus reglas. Algo así como el tiempo de la impunidad se acabó. Qué altura.

No se sabe cómo terminará lo de Laje, bastante silencio siguió en los medios a su descargo. Sencillamente eligieron, en su mayoría, decir que “se quebró al aire”. Pero como sabe Ofelia, el tiempo de la impunidad no es infinito y las herramientas que acumulan las feministas están en la calle, en el sostén colectivo y también en la legalidad que se ha ido construyendo a favor de las que no se callan más.