En diez meses de gestión, el presidente norteamericano, Joseph Biden, y su ministro de Economía, Janet Yellen, impusieron medidas impositivas que modificaron de manera significativa la orientación fiscal imperante durante los últimos cuarenta años en los Estados Unidos. Esta evolución podría tener repercusiones a nivel global, si se tiene en cuenta que los dos grandes cambios operados precedentemente en la legislación fiscal norteamericana sirvieron como modelos por diversos países. 

El primero de aquellos cambios fue impulsado por F. D. Roosevelt que, luego del estallido de la Gran Depresión de los años 1930, aplicó un fuerte aumento del impuesto al ingreso, llevando la tasa marginal, la más elevada, al 75 por ciento. Ese camino fue luego adoptado por la mayoría de los países en la posguerra. 

El otro cambio significativo pero en sentido contrario fue aplicado por Ronald Reagan en agosto de 1981. Reagan modificó completamente la estructura fiscal norteamericana al disminuir los impuestos de los más ricos, los que ganaban más de 460 mil dólares, que equivalen actualmente a 1,6 millones. La tasa más elevada del impuesto al ingreso pasó en dos años del 70 por ciento al 50 por ciento. Las personas que ganaban más de 10.000 dólares, que era el mínimo no imponible, vieron sus impuestos disminuir del 14 al 11 por ciento. 

De modo similar, Reagan redujo el impuesto a las ganancias de las empresas, del 46 por ciento al 34 por ciento. En 1986, la política se profundizó y se redujo la tasa marginal del impuesto al ingreso del 50 al 28 por ciento. Para justificar esas medidas, el Gobierno decía que "la pérdida de los ingresos fiscales sería compensada por el incremento producido por el crecimiento económico que aumentaría la base fiscal”, lo cual no sucedió. Esta orientación fiscal sirvió de referencia en muchos países, aunque la Argentina durante la dictadura militar ya había anticipado dicho camino.

Cambio de tendencia

La actual administración de Biden elevó la tasa del impuesto de los más ricos, que ganan más de 450 mil dólares anuales, de 37 al 39,6 por ciento. En tanto, la imposición sobre las empresas que realizan beneficios de más de 5 millones de dólares pasó del 21 al 26,5 por ciento.

El segundo punto importante es la creación del impuesto mundial del 15 por ciento a las multinacionales que practican la optimización fiscal en los cuasi paraísos fiscales, como Irlanda o Uruguay. Los fondos serán distribuidos entre los países en los cuales las empresas realizan los beneficios. Esta medida fue ratificada en la última reunión del G20 en Roma.

El tercer punto importante es la creación un impuesto a las grandes fortunas, que acaba de ser presentado al Congreso por parte de la senadora por el Estado de Massachusetts Elizabeth Warren y apoyada por Alexandria Ocasio-Cortez, representante de Nueva York.

El nuevo tributo tiene en cuenta las argucias de los más ricos para evadir el pago de los impuestos. Una de las formas más novedosas para eludir el impuesto al ingreso en los Estados Unidos, que equivale al impuesto a las Ganancias en Argentina, es que las grandes corporaciones limitan, a pedido de los mayores accionistas, la distribución de dividendos. De ese modo, una parte significativa de los mismos son utilizados para comprar sus propias acciones, lo cual permite incrementar el valor bursátil de la firma, a la vez que se distribuyen “acciones prioritarias”, al valor nominal y se otorgan otros beneficios no imponibles. 

La diferencia entre el valor nominal de las acciones y la cotización en la bolsa son las “plusvalías latentes” y no son objeto de impuesto, en tanto y en cuando no se venda la acción. Biden ha enviado al Congreso un proyecto para crear este impuesto, que afectaría a unas setecientas personas que poseen plusvalías latentes de más de mil millones de dólares cada uno y permitiría recaudar alrededor 20 mil millones de dólares por año.

Thomas Piketty, en su libro "El Capitalismo en el Siglo XXI" explicó que, en consonancia con la disminución de los impuestos progresivos en la mayor parte de los países, a partir de los años '80 la tasa de rendimiento del capital comenzó a ser superior a la tasa de inversión. Esto significa que una parte significativa de los beneficios no eran invertidos y eran utilizados en esparcimiento o incremento de bienes personales ostentosos y recreativos. 

Vale decir que el cambio en la distribución del ingreso que limita la demanda efectiva se traduce en menos incentivos para invertir. La disminución de la tasa de crecimiento del producto global entre 1990 a la fecha, a pesar de los cambios tecnológicos que acontecieron, es lo que se ha dado en llamar el “estancamiento secular” y puede explicarse por la caída de la demanda global provocada por el cambio en la distribución del ingreso. El incremento de las ganancias de los empresarios no siempre se traduce en un incremento de la inversión sino que, al contrario, genera recesión.

* Doctor en Ciencias Económicas de l’Université de Paris. Autor de La economía oligárquica de Macri, Ediciones CICCUS Buenos Aires 2019.