Fijate que el de Física en lugar de rezar un Padrenuestro arrancaba siempre con un comentario gracioso como para romper el hielo y después de que se aplacaban las risas metía primera con la lección del día; la atención ya la tenía ganada. A veces alguno le replicaba algo que estiraba el jolgorio un par de segundos; pero tenía que ser algo preciso porque era difícil hacerle un contrapunto al cura. Ese primer minuto de clases era la gloria. El único que siempre quedaba pagando con lo que acotaba era Marinelli. Un ejemplo: el padre Luciani hacía el chiste, esperaba que terminaran las carcajadas y decía: bueno basta de joda, ahora vamos al asunto que nos compete. Y Marinelli gritaba: ¡Ah, dijo pete!, riéndose solo como un desquiciado. Luciani lo miraba como pensando “qué pedazo de boludo” y la verdad que sí: Marinelli era un pelotudo.

Con el tiempo aprendió a censurar las carcajadas que remataban sus comentarios siempre desubicados por una media sonrisa sarcástica que para mí era más bien resentimiento. La cosa es que ya no hacía tanta alharaca cuando abría la boca; pero nunca dejó de decir y hacer pelotudeces, era algo innato en él, algo que superaba su voluntad.

Parece increíble que hoy ocupe el lugar que ocupa semejante marmota. Pero debe de ser porque estamos rodeados, ¿no? Si hay algo en lo que la vida se muestra generosa es en la producción de boludos. Y encima después sopla el pampero y arma el montoncito.

Marinelli hizo varios amigos en el colegio y no solamente de su misma promoción. Eran todos más o menos opas como él; el tano sobresalía y medio a los ponchazos los lideraba. No era un mando natural, sin embargo; era más bien una pelea sucia contra el destino. Él quería ser jefe de una banda, capitán del equipo, gerente de las empresas del padre, cualquier cosa que lo tuviera al frente y el tipo lo lograba; porque la necesidad de mando era una condición que había mamado desde la cuna. Y vos sabés que no hace falta ser una luz para llegar a dar órdenes, alcanza con ser el hijo del jefe. Así que ahí estaba el tanito, al frente de ese rejunte de papanatas en los recreos, y había alcanzado su cometido: entre ellos mandaba; Marinelli era el rey de los boludos.

Hay que reconocerle, en todo caso, que lo que le faltaba de inteligencia genuina lo suplía con una astucia que le salía más bien por instinto. El tipo podía aprovechar cualquier circunstancia desgraciada que de alguna manera conectara con algún hipotético adversario para lograr el descrédito de esa persona y capitalizar los favores él. 

Como cuando apareció muerta la mascota del colegio y consiguió no solamente que cargara con la culpa el presidente del centro de estudiantes sino que encima lo eligieran a él en su reemplazo. Casi afloja cuando supo de todas las tareas de las que tendría que ocuparse desde el cargo, pero ya estaba en el baile y no le quedó otra que bailar. Se la había pasado despotricando contra el centro, decía que la escuela no estaba para esas cosas que parecían política; y al final el que quedó al frente fue él. Le gustaba la sensación de poder, pero más le gustaba boludear y andar al pedo; porque además de boludo, Marinelli era medio vago. Y mentiroso para mayor inri.

La mentira también le nacía por reflejo; y a lo mejor porque todos pensaban que era un pelotudo, por eso mismo le creían. Pedía plata prestada a nombre del colegio y se la daban, porque cómo iba a mentir y cómo iba a quedarse con los vueltos si era un nabo y estaba forrado. Arrancaba pidiendo 10, en campaña para la reposición de la mascota ponele. Pero la mascota nunca se reponía y cuando le reclamaban los 10 el pedía 20 con la promesa de devolver 25 y con eso pagaba los 10 primeros y de la mascota y los 10 restantes no se sabía nada. Terminó el colegio con un pagadiós de 500 y sin mascota repuesta. Al final, a veces pienso que no era tan pelotudo. Pero después me acuerdo bien de todo y reflexiono: su astucia era instintiva y se alimentaba de malicia; no tenía nada que ver con la inteligencia racional.

Porque era boludo, y encima inculto; no le interesaba otra cosa que el fútbol; dos o tres libros en toda su vida habrá leído; y al cine, las de tiros y pará de contar. No le ibas a escuchar jamás una palabra brillante. Pero la astucia ladina que le nacía por instinto la manejaba con una soltura que ni te cuento. Sin embargo, no creo que sea sólo esa la razón por la cual llegó hasta donde llegó un tipo como Marinelli, que no podía exponer sobre nada sin leerlo ni leer dos oraciones de corrido sin equivocarse.

Y sigo creyendo que la plata del padre tampoco lo explica todo. A lo mejor sí la fama que le hizo al apellido, pero no sé. El viejo era medio corsario, salía en las revistas rodeado de chicas, era algo así como un playboy con cara de Jimmy “Dos Veces”; tenía buen gusto para las minas y sabía tratarlas bien, con los ceros suficientes como para que ninguna de ellas hablara mal después. Yo creo que quería demostrarle al padre que no era tan pelotudo jugándola de pirata también él; pero siempre terminaba haciendo y diciendo pelotudeces, con o sin minas, con o sin comparsa, no había caso; así que imaginate lo que pensaba el viejo hasta el día que crepó.

Lo que no tenía, eso sí, era vergüenza ni empatía. Era bastante psicópata a decir verdad. Era capaz de asegurarte que la luna era el sol sin que se le moviera un músculo de la cara. Y perverso además. No sé hasta qué punto al conejo de la escuela no lo hizo cagar él para poder después cargar las tintas contra el presidente del centro.

Pero con todas las cosas malas o incluso buenas que pudiera tener, ninguna podía ocultar del todo lo tremendamente pelotudo que era Marinelli. Te juro que no sé como mierda llegó adonde llegó. Es un enigma que me carcome la mente.

Mirá cómo sería de opa que una vez casi se muere atragantado con el bigote falso que se puso en una fiesta para imitar a…

- Pará, eso que contás del bigote le pasó a…

- ¡A Marinelli! –interrumpió el funcionario, nervioso, apresurándose en poner un dedo sobre la boca del amigo. Señaló los cuadros, las plantas, la lámpara del escritorio e, inclinándose hasta el borde de la mesa, repitió fuerte y claro:

- Marinelli se llamaba el pelotudo.

(...)

- Y en ésta están hablando de un tal Marinelli, señor.

- Ah, Marinelli. ¿Qué dicen?

- En resumen, que es un pelotudo.

- Y claro, si juega para la doña. ¿Qué es ese cotorrerío afuera?

- Una manifestación por el día de la mujer, creo.

- ¿A ver? Cuántas minas. ¿Les gritamos qué lindos culos? Dale, ¿te animás? Asomate y gritales.

- Lo siento, esa es una tarea que no me compete.

- ¡Ah, dijo pete!

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