Las últimas tres oleadas de creación de universidades públicas (la de los noventas, los 2000 y las del Bicentenario) han dado como resultado una amplia diseminación territorial en el conurbano bonaerense y en su inmediato extrarradio. No son muchos los kilómetros que separan a una universidad de otra. Esto, más allá de cualquier crítica, no puede ser más que un dato positivo de la realidad educativa en un territorio con profundas desigualdades. La discusión, por tanto, no debería ser sobre tener más o menos universidades, sino sobre cómo llegan a las mismas los distintos sectores sociales que habitan el territorio del Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA).

El asunto es que tenemos dificultades para determinar la forma en que sectores de bajos recursos llegan a la universidad y en qué cantidad. Sin duda, tenemos estudiantes de bajos recursos, pero, ¿de cuán bajos? Los habitantes de los asentamientos y las villas, de los barrios periféricos de esta periferia que es el conurbano, ¿llegan? ¿Cuán cerca y cuán lejos está la universidad para los distintos sectores?

Por supuesto, no solo es un tema de ingresos en términos económicos, sino también de referentes que indiquen el camino hacia la universidad, de información y publicidad, de medios de transporte, de trabajo, del acceso a becas, etc. Entonces, no solo es inaugurar universidades; el brazo de la universidad pública debe ser todo lo largo que la realidad económica, social y educativa del conurbano demande.

Pero, para ello, lo que precisamos inicialmente es un diagnóstico. Saber con precisión de dónde vienen los estudiantes (y de dónde no vienen). El avance tecnológico, del cual la universidad no se sirve plenamente, nos permitiría, entre otras cosas, georreferenciar hogares y escuelas, trazar medios de transporte y cruzarlos con mapas que den cuenta de los barrios según necesidades básicas insatisfechas.

Con este diagnóstico se podría avanzar en distintas políticas de acercamiento a los barrios y a las escuelas de los que no están viniendo estudiantes. Para ello, la constitución de redes con las instituciones y organizaciones que se encuentran en la región resulta imprescindible. El tema es que esas redes no se constituyen solas. Requieren de personas interactuando y de recursos puestos a disposición para garantizar la interacción. Se necesitan espacios de trabajo y trabajadores yendo a los barrios de los que no vienen estudiantes, una presencia institucional en el territorio periférico para trabajar con aquellos sectores con mayor riesgo de abandono y también con aquellos que ni siquiera están llegando a la universidad.

Tendidos los puentes con las organizaciones y las escuelas, desplegada la universidad en el territorio, se puede avanzar en canalizar becas, en fomentar la inscripción a carreras prioritarias (las que a su vez facilitan becas de mayores importes), trabajar con los municipios del área de influencia cuestiones relativas a los medios de transporte, gestionar partidas presupuestarias para el robustecimiento de la red, etc. Después, con esa red funcionando, se pueden ir sumando acciones (prácticas preprofesionales de distintas carreras; cursos y talleres dictados en los barrios; etc.).

Sin duda, es un esquema que llevará su tiempo desarrollar, pero que se presenta como urgente. No podemos seguir esperando a ver si llegan o no, si se egresan o no; tenemos que salir al encuentro de los que no llegan y de los que no terminan.