“¿Estamos afuera?”, le pregunte a un viejo dirigente de la UOM cuando el nombre de Antonio Calo caía verticalmente en el armado de la conducción de la CGT. Sin ningún gremio industrial encabezando, no resulta fácil imaginar un esquema que soporte los avatares de los tiempos que vienen. “Mirá para que te des una idea de lo frágil que es esta unidad te aseguro que hay que festejar si dura hasta el final del verano”. Pocos conocen como él los mecanismos caníbales de la vieja central.

Tras la presentación pública de la flamante conducción en un acto organizado con la CTEP, dónde el cristinismo apoyó desde el costado, la ausencia en el acto por la democracia muestra una vez más cuánto “la cabra al monte tira”, y como siempre se repiten los comportamientos cuando los actores son los mismos.

Pasados los ritos recomponedores de la fragmentación y agotadas las gestualidades para lograr una nueva vieja conducción el sector hegemónico vuelve a marcar la agenda. ¿Por qué suponer que los que siempre apostaron a los acuerdos con los grandes grupos económicos van a cambiar de comportamiento? Para entenderlo mejor los que siempre resistieron al neoliberalismo en sus diferentes etapas lo seguirán haciendo. Los que se adaptaron a los nuevos tiempos dejando conquistas en el camino no cambian porque no está en su naturaleza.

Hay dos elementos a considerar para el futuro cercano: el proceso electoral en muchos sindicatos que siempre abre caminos de renovación y el creciente proceso intersindical en varias actividades, como salud, derechos humanos, cultura, etc., que consolida espacios que reclaman unidad de todo el movimiento obrero.

El final incierto del acuerdo con el FMI y sus avatares está en el telón de fondo de la escena. Los sectores más ortodoxos de la CGT no quieren ni oír hablar de la posibilidad de no acordar con el Fondo. El mal recuerdo fragmentado de la resistencia en tiempos de la dictadura pretende olvidar que salvo los “25” los otros agrupamientos competían entre el colaboracionismo y la participación. Poca memoria y mucha vocación acuerdista con el poder económico determinan la falta de voluntad movilizadora en esta fecha tan importante para la Democracia y los Derechos Humanos. El protagonismo del moyanismo en la movida marca la diferencia y explica las contradicciones. Si los convocantes priorizan su presencia en detrimento de otros no es solo debido a su capacidad movilizadora sino a su perfil más combativo frente a los factores de poder. Junto a la Corriente Federal marcan la línea de frontera de esa unidad lograda y el sindicalismo necesario para la pelea que viene.

Cada momento de la historia presenta su propia agenda. La vigencia del movimiento obrero argentino es directamente proporcional a la potencia de sus núcleos más combativos y resistentes. El presente no será la excepción.