La poesía es el territorio de la libertad para Laura Litvinoff. En Las primeras veces (Milena Caserola), su primer libro de poemas, se sube al tren de las palabras con una valija llena de interrogantes sobre el desgarramiento que produce el amor. Como si la escritura y enamorarse fueran las dos caras de un mismo vértigo y extrañamiento. “Siempre tuve el sueño de publicar un libro de poesía porque es algo que escribo, muy ensayísticamente, desde que tengo 12, 13 años. La poesía es lo primero que me surgió escribir, y después me fui inclinando hacia otro tipo de escrituras como la audiovisual o el periodismo, que hoy son mi trabajo además de la docencia, algo que también amo profundamente hacer”, dice la poeta, guionista y periodista del suplemento Las/12.

A Litvinoff (Buenos Aires, 1984), licenciada en Artes Audiovisuales de la Universidad Nacional de las Artes (UNA) y guionista cinematográfica de Enerc, la poesía la atravesó sin darse cuenta. “Es como cuando te enamorás, que no elegís de quién, ¿no? Te pasa y punto”, explica la poeta, que estudió dramaturgia con Ariel Barchilón y teatro con Norman Briski y Cristina Banegas. 

“La poesía es una de las escrituras más libres; las reglas no están tan marcadas y todo es bastante sensorial. Hay algo de la poesía que para mí te permite jugar, y eso da mucha libertad. Girondo o E.E. Cummings son ejemplos muy claros de eso. Jugar con las palabras, con las formas, darles distintos significados a los textos según cómo están escritos”, agrega la escritora y docente de guión en la UNA y en Latfem.

-Hay un recurso muy visual que aparece al comienzo del libro: “faltan 37 horas para vernos", después faltan 33 y 25… ¿Cómo funciona esta especie de tentativa de “contabilizar” el tiempo de la espera en un tiempo, este presente, que lo que intenta es anular la espera por la inmediatez?

-Los avances tecnológicos y la virtualidad excesiva de esta época hacen que cada día estemos más dominados por la velocidad y la inmediatez: todo tiene que ser rápido y ya. Entonces, por un lado, creo que hay una autoexigencia muy grande que nos está haciendo mucho daño, y por el otro, una falta enorme de reflexión y de posibilidad de escucha. Es decir, me parece que cada vez hay menos posibilidad de lograr una comunicación verdadera, y que lo que reina hoy es una desconexión muy profunda. Creemos o nos hacen creer que estamos constantemente conectados, pero sucede exactamente todo lo contrario. Las redes sociales lo están demostrando todos los días: el placer hoy está puesto fundamentalmente en sacarse una selfie y en ver cuántos likes se tiene, lo digo y hasta me da un poco de vergüenza, pero es así. El celular es un espejo, y eso no solo es muy narcisista, sino también muy angustiante. Creo que estamos viviendo una época en donde realmente estamos muy perdidos y muy desconectados de los sentidos más esenciales. Entonces me parece que para contrarrestar un poco todo esto lo que necesitamos es buscar momentos de soledad y de silencio, en donde podamos volver a sentir el paso del tiempo y no tenerle miedo, porque tenerle miedo a la muerte es algo lógico creo yo, pero esta época hiper globalizada y consumista lo que está haciendo es que directamente nos aterre la muerte. Estamos todos aterrados, y en el terror lo que hay también es parálisis. Por eso creo que para que podamos volver a encontrarnos con nosotros mismos y con los demás necesitamos volver a sentir el tiempo, y el paso del tiempo, sin la necesidad de tener que llenarlo o taparlo con lo primero que tengamos a mano.

-”Escribo desde la conmoción/ de balbuceos inconclusos”, se dice en el poema. ¿El duelo solo admite el balbuceo inconcluso?

-En principio me parece que los duelos son algo que cada persona lo puede vivir de manera muy diferente. En mi caso, creo que el primer momento de un duelo directamente me deja en un estado medio siniestro, como de no reacción. Y lo puedo contar desde algo personal, porque me pasó cuando murió mi mamá, que yo tenía 11 años. Desde ese momento siento que quedé marcada por la muerte y también por la manera de atravesar un duelo, diría incluso que la muerte me formó un poco, me hizo crecer de golpe, además de sentirme vieja cuando todavía era una nena. Después me sentí nena ya de grande, y en un punto también tiene que ver con esa especie de inversión de épocas que me generó tener que atravesar una muerte tan fuerte desde una edad tan temprana. Además ese duelo me hizo ser quién soy ahora, y sin duda también me volvió más fuerte, porque después, con el transcurso del tiempo, me parece que una va articulando ese dolor profundo, lo va sacando, le va dando una forma, a ese balbuceo inconcluso hasta que se transforma en algo más “organizado”, como puede llegar a ser un hecho artístico, o simplemente poder poner en palabras lo sucedido, poder construir un relato de ese dolor.

-A propósito de lo que plantea Liliana Viola en la contratapa de “Las primeras veces” sobre el modelo de amor sin sufrimiento, ¿cómo se conjugan deseo y dolor, deseo y duelo en el libro?

-Yo no sé si el deseo implica de por sí al dolor, pero sí creo que el deseo es algo muy diferente al placer, porque el placer es algo sencillo de satisfacer, no implica un esfuerzo, como sí lo implica el deseo, entonces sí puede ser que ahí haya algo de dolor en ese esfuerzo, o al menos algo que hay que dejar de una para poder realizarlo. Entonces esa idea del modelo del amor sin sufrimiento, a mí me suena a un tipo de amor capitalista, porque se parece a la idea del amor como un producto que se puede comprar, consumir y descartar, y la idea del amor líquido también. Tengo la idea de que el amor es un aprendizaje como tantos otros, y tiene que ver con dar, con entregarse, con vivir una experiencia transformadora, con dejar todos tus temores atrás, entonces es evidente que no vas a salir ilesa de eso.

-¿Por qué no hay lugar donde sentirse a salvo? ¿La angustia, el dolor, no deja nada afuera?

-Ese poema puntual al que te referís se lo escribí a mi pareja actual. Lo escribí al poco tiempo de conocernos. Yo venía con muchas ganas de enamorarme, pero también con muchos desencuentros, y estaba empezando una relación nueva y era ese momento en el que aún no sabés bien si lo que estás viviendo va a ser amor o se va a quedar en todo eso previo que hay al amor verdadero, como la idealización, la obsesión, el apasionamiento. Entonces estaba en mi casa, me acuerdo incluso ahora del momento de angustia y ansiedad con el que prendí el cigarrillo del que empieza hablando también ese poema, y era tal el vértigo que me desbordaba, que me puse a escribir. El amor es como un torbellino que cuando llega pone un poco todo en crisis. Al menos es esto lo que me pasa a mí: cuando veo que puedo llegar a enamorarme, lo que siento es mucho vértigo. Y me parece que lo que da vértigo es la incertidumbre de saber que te estás entregando a alguien y que no sabes cómo te va a ir. Da miedo enamorarse y da miedo no poder enamorarse. Y ese miedo muchas veces produce angustia y dolor.