Acompañar a las mujeres y a otras personas que necesitan abortar desde nuestro activismo como revueltas socorristas implica poner a disposición una política de cuidados alentada por la ética feminista en la que los cuidados son siempre colectivos. Esa política de cuidados colectivos se hace y se asienta en la consideración de que quien aborta es la protagonista y dueña de todo el proceso de abortar, en la insistencia de que los abortos son de quienes abortan, no son del sistema médico, ni del judicial, ni del educativo, ni de las redes de acompañantes, también en la acción directa que implica poner el cuerpo y en la disponibilidad para dar tiempo: para la atención de las líneas de teléfono públicas, para los talleres semanales, para estar con el teléfono encendido a la hora que quien aborta decide abortar, para repasar indicaciones, calmar dolores, agregar consejos, sugerencias, sonidos en ese ir y venir de sensaciones vitales, para sugerir profesionales amigables donde acudir. 

Acompañar es disponerse a escuchar afectadamente (algo de lo que te pasa me importa, me sacude, me conmueve, me mueve a colaborar/te para que encontremos un camino de resolución) y es también producir saberes en la experiencia misma de acompañar, armando ingenierías creativas para sortear obstáculos, angustias, ambivalencias. Es el reconocimiento de que en todo aborto hay algo del orden del enigma que no nos interesa descifrar; son los sostenes emocionales para no desalentar la decisión tomada, para que esa decisión se viva como parte de la justicia, la dignidad y la vida elegida, sin miedos, ni vergüenzas, ni riesgos para la salud presente ni futura. Es la convicción de que todos los motivos y ningún motivo son válidos para decidir abortar. Es la creación de caminos sin laberintos burocráticos, sin violencias, ni estigmas, ni culpabilizaciones, sin ceños fruncidos ni cejas levantadas porque “no te cuidaste y vas a abortar por segunda o tercera vez”. 

Es la puesta en cuestión del aborto centrado en el discurso que lo narra siempre como un problema de salud y es la inspiración para el desarrollo de una salud comunitaria, para la búsqueda de autonomías (siempre relativas y contextualizadas). Acompañar es la definición de que la salud está en la posibilidad de resolver problemas que se nos presentan, en la búsqueda incesante por atender la singularidad de cada persona a la que acompañamos, huyendo de las recetas y los relatos universalizantes, es el interés por darle a los abortos el lugar de experiencia extendida y cotidiana que tiene: hablar de abortos, decir abortos, contar abortos, relatar abortos, celebrar abortos; es la construcción de redes organizadas que nos potencian y articulan.

Es la certeza de que en el acto de acompañar abortos nos volvemos mejores personas, desde ahí insistir en que cuando acompañamos a abortar elegimos cómo vivir nuestras vidas activistas. Es la búsqueda por lograr el bienestar mutuo y provocar(nos) brincos de libertad. Es el placer que nos provoca acompañar por el mero gusto de acompañar abortos. Es la fragilidad de arriesgarnos con ley y sin ley y más allá de la ley. Y es la promesa esperanzada de vivir en un mundo en el cual, ante un embarazo, decidir abortarlo o decidir continuarlo tenga idéntica valoración social, política y cultural.