Así como sucede con el personaje de Nico, según la interpretación de Guillermo Pfening, hay un eco que toca, con varita de afecto, la vida de la realizadora Julia Solomonoff. Cuando se le pregunta por Isabel Coixet, co‑productora de Nadie nos mira, dice que es "alguien a quien seguir en la vida". Y agrega: "Hace más de veinte años estaba trabajando en una publicidad y me mandan a buscar una persona al aeropuerto, en Buenos Aires. Era Isabel. Nos hicimos muy amigas y cómplices. Fue alguien que me ha ayudado mucho a definir un camino. Cuando hice un corto y me quedé sin plata para los subtítulos, ella me apoyó. Después hizo algo más grande, me presentó a los Almodóvar; la producción de El deseo para El último verano de la Boyita se la debo a ese contacto. Con Nadie nos mira pasó algo parecido. Ella hizo hace poquito en Estados Unidos la película Learning to Drive; como allá no soy del sindicato no pude ser su asistente, así que hice lo que sería un making off. Fue muy interesante verla trabajar, es alguien muy libre, opera la cámara. Son pocas las directoras que lo hacen. Ahí le conté del proyecto, y me dijo que quería ayudarme. Siempre ha sido muy generosa".

Los avatares que asuelan al protagonista de Nadie nos mira son los de un actor argentino en esa tierra extraña y lejana que es Nueva York. Nico -el personaje- procura la compañía de un ángel de la guarda, de alguien que, en palabras de la directora, le aporte "validación". "Lo que nosotros hacemos nos expone mucho, nos hace sentir inseguros de nuestras ideas, del valor de lo que hacemos, y es importante encontrar estos padrinos o madrinas. En el caso de Nico, actor al fin, él le dice en un momento a Martín (Rafael Ferro), tratando de ponerlo celoso, que una productora lo ha puesto bajo su ala, algo que desea pero que no va a suceder", revela. El pleito afectivo tiene su nudo, como explica la realizadora: "Cuando Nico se va de Argentina, se va huyendo no sólo de una relación amorosa, compleja, sino también asimétrica; es una relación en la cual Martín es un productor, es el que tiene una situación de poder, y es de quien Nico se ha enamorado".

La tarea de Guillermo Pfening se revela insustituible. Recientemente fue distinguido en el Festival de Tribeca. El premio se lo dio Willem Dafoe, y en el jurado estuvo Peter Fonda: "Nos dio un abrazo, nos emocionó mucho que nos dijera cosas tan lindas". El rol de Pfening vertebra todo, a partir de una caracterización quebradiza, que superpone capas emocionales mientras cubre, simula o descubre sentimientos. Al respecto, Solomonoff dice que "algunos productores venían y me decían 'pero acá no es conocido, no habla bien inglés', y yo les decía que había escrito la película pensando en él, en Guille. Por eso, fue una de las grandes satisfacciones cuando recibimos el premio. Él es alguien que pone el cuerpo, literal y metafóricamente. Pasamos cinco meses en Nueva York, viviendo una vida nada glamorosa, él se iba cada día al set tomándose su subte, despertándose a las cinco de la mañana, yo iba en bicicleta. Por otro lado, hubo una complicidad que permitió que surgieran escenas desde su necesidad. Hay una en donde Guille me dice 'necesito sacarme esta sensación que estoy conteniendo', y fue cuando surgió la idea de la pelea, prácticamente improvisada. Con quien se pelea es el jefe de producción de la película, la locación la encontramos en un barcito y la filmamos en dos horas. Hoy no puedo imaginar la película sin esa escena, que ni estaba en el plan de rodaje".

‑¿Por qué elegís Nueva York? ¿El punto de partida estuvo en la locación o ésta es una consecuencia?

‑Creo que no hubiera podido empezar con la locación en abstracto. Necesitaba fijar un lugar concreto. Hay algo muy específico del cine, para mí, con la locación, así como te diría que El último verano de la Boyita no hubiese sido tal sin ese campo, sin esos sonidos. Tengo muchos años en Nueva York, era importante contar esta ciudad desde adentro, que la ciudad fuese uno de los personajes. Lo que quise es que se sintiera la Nueva York que vive él, el personaje, que la ciudad ingresara por los costados. Él no ve Nueva York desde el aire, lo hace desde la calle, la bicicleta, desde el codo a codo.

En este camino de umbral, entre un pasado y la incertidumbre, Nico se debate. "Creo que es un personaje al que le cuesta crecer. Temprano, empieza la pregunta de si se va a quedar o se va. Creo que lo que consigue es encontrar su manera de volver y de estar. Y ése es su crecimiento, el entender su camino, no basado en la mirada de los otros, sino al entender lo que él necesita".