En la historia universal de la infamia todos los poderes sagrados han hecho que los avances humanos tuvieran siempre un carácter furtivo. En el siglo XVI el anatomista flamenco Vesalio se jugaba la vida robando cadáveres en el cementerio de Padua. Abría los cuerpos de asesinos recién ejecutados para hurgar en los misterios de la vida. Así la humanidad se enteró donde tenía el hígado, la vejiga, la vesícula y el corazón. Aquellas incursiones nocturnas le franquearon el acceso al Parnaso de la modernidad. No siempre comprendemos cuanta fortaleza se necesita para vivir en la fragilidad. Eran tiempos oscuros, de hogueras de “gatillo fácil”, de ego calladito. Gran parte de su vida la dedicó al estudio de los genitales. Un lugar poco habitado.

El fútbol fue siempre muy de poner los genitales sobre la mesa. Este año el pene de Icardi se fue de gira flamenca y el país quedó paralizado. Se quedó sin aliento. Argenzuela fue un sin vivir. La prima de riesgo dejó de cotizar, y Kristalina Georgieva se precipitó en ofrecer un quite de la deuda si se le daba una versión adecuada de lo sucedido. Es que los misterios se acumulan. Que sí, que no, que ni. Dicen que en la famosa habitación parisina el delantero se quedó solo ante el arquero y la tiró fuera. No puede ser, con la inflación que tenemos. Desde el entorno del jugador se dejó caer que se hizo el 100 por ciento de lo que se pudo. Un conocido licaón televisivo profundizó más en el análisis. Insinuó que el viscoso sainete era cosa de Venezuela. Fue un sin vivir. Tanta gente preocupada por su cuerpo y tan pocas por su mente. Dumas decía que el matrimonio era una maleta demasiado pesada, que se necesitaban dos personas para llevarla, y en ocasiones, incluso tres. Será eso. Los paraísos deseados son siempre paraísos perdidos.

Esa externalización de la intimidad es rentabilizada por el entramado de poder económico del mercado de la atención. Vivimos en un mundo en el que la popularidad lo es todo. Hemos llegado al punto de la tragedia identitaria: nos levantamos cada mañana mirando las redes comprobando si todavía existimos. Hay que “estar” para “ser vistos”, y “ser vistos” para seguir estando. Y todo ello acompañado por el testorescente empoderamiento del linchamiento. Lincho/me linchan: luego existo. Uno se abre camino despellejando voluntades. En esa estandarización perversa de la “felicidad” está el núcleo de la modernidad.

En la otra realidad, la más líquida, la del dinero público, a Tevez y Batistuta se le revuelven las tripas. Tienen las vesículas inflamadas por tanta “persecución” confiscatoria. Deben saber que los tiempos han cambiado para mejor para las grandes fortunas. El poder económico, en complicidad con la política, aceleró de forma progresiva la jibarización de impuestos a los más adinerados. Cuarenta años de curva de Laffer. Siempre Laffer. Los gravámenes a los más ricos del 90% de Roosevelt, o del 83% en la Gran Bretaña con anterioridad a la llegada de Thatcher, son cosas del pasado. Así lo recuerda Anthony B. Atkinson, en su estudio “Inequality: what can be done?” (Harvard, 2015). Desde 1987 a 2007 los ingresos de los Estados de la OCDE crecieron desde un 36,3% a un 38% del PIB. Un aumento de algo más de un punto de presión fiscal en 20 años. La otra fuente de ingresos, la deuda, en el mismo período 1987-2007, pasó en la OCDE de representar un 55% del PIB al 100% y más. Es decir que la emisión constante de deuda ha sido el deporte más demandado por determinados gobiernos, arrinconando a los impuestos en las esquinas. Sin embargo, el apoyo popular a medidas a favor del incremento del gasto financiado con impuestos se ha disparado. Datos del FMI certifican esta tendencia.

Estos días el Juzgado en lo Contencioso Administrativo Federal 5 rechazaba el pedido de Carlos Tevez de quedar exento de pagar el aporte solidario a las grandes fortunas. Su vesícula pasará las fiestas inflamada. No tiene porque. Con la rueda de auxilio del Rolls Royce salda tanta prepotencia fiscal. Argenzuela se lo agradecerá.

(*) Exjugador de Vélez, y Campeón Mundial Juvenil Tokio 1979