La dolarización del ahorro es una de las mayores restricciones que posee la economía argentina, ya que restringe los márgenes de política monetaria y fiscal, al tiempo que genera inestabilidad, volatilidad y fragilidad estructural. Lejos de ser una patología o una irregularidad, tal comportamiento responde a una lógica del sistema de mercado global, donde el comercio y las finanzas se transan y valúan en dólares norteamericanos. 

Como decía JM Keynes, el dinero es como el lenguaje, el asunto es quién escribe el diccionario y, en este caso, es Estados Unidos. En el mundo hay una sola moneda hegemónica, un hegemón, el dólar americano. El resto de las monedas (o dineros) nacionales son construcciones soberanas que intentan resistirse a esta dinámica homogeneizadora, creando espacios de mercado medianamente autónomos del proceso global. Ello se debe a que tener una moneda propia permite expandir la producción local, aunque sea parcialmente, fuera del sistema mundo. Una economía integrada completamente al sistema internacional sería, o funcionaría, como una economía dolarizada.

Para desdolarizar se debe lograr que el peso se imponga localmente. De aquí surge la cuestión de cómo construir un espacio monetario propio. El dinero, a diferencia de lo que plantea la ortodoxia económica, no tiene nada de natural ni espontáneo, no emana del mercado y mucho menos del trueque y tampoco se origina en los billetes o monedas, que son una parte menor del dinero actual, el cual consiste mayormente en cuentas bancarias.

Roles

La moneda nacional se fundamenta en su capacidad de medir y entablar contratos, es una construcción social y, sobre todo, institucional. Atravesada por tal complejidad, su construcción y desarrollo se sustenta sobre dos pilares: la coerción y la funcionalidad.

La coerción radica, fundamentalmente, en los impuestos, ya que al cobrar tributos en pesos el Estado argentino logra que su moneda se use como medio de pago. El sector privado precisa obtener determinada cantidad de pesos para cumplir con las obligaciones fiscales. Sin embargo, el uso de la fuerza no termina ahí, la obligación de contabilizar en tal moneda, así como los pagos por parte del Estado con la misma, también implican una imposición, en este caso, de medición

Asimismo, las mismas regulaciones cambiarias y bancarias son dispuestas limitando la “libertad de mercado”: Brasil, México y Colombia, tres de las cuatro economías más grandes de Latinoamérica son ejemplos de sistemas bancarios nominados en moneda local, en los cuales no es posible abrir una cuenta bancaria en dólares por motivos ajenos al comercio exterior. Estas naciones imponen su moneda, no es una elección de individuos libres y optimizadores. Es sabido que los brasileros no suelen utilizar dólares. Acá se destaca que, al menos parcialmente, su gobierno no se los permite.

Respecto a la funcionalidad, el dinero local debe cumplir una multiplicidad de roles a fin de permitir y generar un correcto desenvolvimiento del sistema económico. Para alcanzar este objetivo debemos pensar al peso como un sistema integral, fundamentalmente de valuación y, por ende, de gestión de activos y pasivos. 

La moneda se construye desde su uso como unidad de medida, por lo que resulta fundamental contar con un adecuado y potente sistema financiero, que debe facilitar una variedad de cuestiones: debe ser posible endeudarse a corto y largo plazo, debe permitir administrar diversos riesgos, debe dar herramientas para mantener el poder de compra a lo largo del tiempo y debe ser cómodo y confiable al momento de realizar pagos. 

Argentina tiene, actualmente, un sólido sistema bancario y un mercado de valores creciente, ambos accesibles y dinámicos, con gran variedad de productos, y múltiples medios de pago simples y eficientes. Hoy, digitalizarse financieramente o acceder al mercado de capitales, es una elección, las herramientas existen y son funcionales. Asimismo, como plataforma de pagos, el sistema financiero argentino es diverso, creíble y robusto.

Desafíos

A la hora de pensar las dificultades para dar crédito a largo plazo, la principal limitación es la alta nominalidad de tasas, producto de la inflación y la volatilidad reciente originada en la desregulación financiera y cambiaria del gobierno de Cambiemos. Tasas nominales altas y volátiles impiden el fondeo a mediano y largo plazo de empresas y hogares, quienes terminan recurriendo al endeudamiento en moneda extranjera o directamente, evitan tomar pasivos e intentan autofinanciarse con ahorros.

En tal sentido, se deben destacar iniciativas como los fondos comunes inmobiliarios, que permiten pensar en un mercado de largo plazo, financiando la inversión productiva a través de un sistema íntegramente en pesos. Sin embargo, queda mucho camino por recorrer en lo que hace al financiamiento en moneda local, siendo este, probablemente, la principal limitación de nuestra construcción monetaria. 

Como segundo desafío, el sistema financiero debe brindar cobertura frente a los riesgos: los mercados de futuros, los activos "dollar linked" o ajustados por BADLAR (tasa variable), así como los fondos comunes vinculados a commodities y a la evolución del dólar, han marcado el camino necesario para que el peso se fortalezca como herramienta financiera. Cualquier empresa puede gestionar su riesgo cambiario o de precio, como el ejemplo de la soja, a través de los mismos. 

En tercera instancia, se deben superar las dificultades que encuentran los ahorristas para protegerse frente a la inflación: en este caso, actualmente existen múltiples herramientas para lograr este objetivo, desde plazos fijos UVA y bonos estatales CER que rinden entre 1 y 8 por ciento por encima de la inflación, hasta fondos comunes de inversión con todo tipo de riesgo. Salvo los casos de mayor liquidez, utilizados mayormente para manejar saldos de caja, los fondos de bonos de Pellegrini han rendido entre 2,5 y 10 por ciento encima de la inflación, mientras que el de acciones la superó en 9 por ciento. Todo este herramental parece ser suficiente para cualquier ciudadano que quiera cuidar su bolsillo. Probablemente, se encuentre pendiente la mejor difusión al ahorrista medio de las posibilidades que están a su alcance.

Finalmente, aunque mucho más complejo de manipular institucionalmente, es preciso resaltar que la moneda, al fin y al cabo, se valida en la mercancía: mientras más potente sea un sistema productivo nacional, más respaldo tendrá su moneda. Esta dialéctica entre la producción y el sistema de coordinación, que es la moneda, es parte esencial de la existencia monetaria. Argentina, siendo la economía número veinticinco del mundo, parecería poseer los niveles de producción necesarios para realizar tal validación.

Entonces: ¿existen métodos simples y amigables para reducir la dolarización en una economía periférica? Absolutamente no. No alcanza con un par de medidas macroeconómicas para construir una moneda, y más aún si se encuentra compitiendo con el andamiaje financiero globalizado. De allí se desprende que solo a través de ciertas medidas impopulares (controles de cambio, o impuestos, por ejemplo) se puede instaurar el uso de la moneda doméstica 

¿Se trata de una situación patológica de la sociedad argentina? La pulsión dolarizadora es un fenómeno global y la concentración de los mercados financieros, que es mucho más relevante que la productiva, es clara evidencia de ello. La construcción del peso requiere de un trabajo metódico, con presencia del sector financiero público y privado, con estímulos, herramientas, educación y divulgación, aunque también con coerción y restricciones. Al fin y al cabo, como tantas otras instituciones propias de Argentina, es una construcción social y cultural.

*Director de Pellegrini SAGFCI