Laila mira al cielo toda vez que puede. Es acaso uno de los principales beneficios que siente por habitar Villa Gesell, una ciudad que aún no se atestó de edificios, pero que fuera de temporada "duerme". Ante cada avistaje imagina algo distinto, sabe bien que en esa multicapa habita lo infinito. Y le fascina: siente que ahí también se expresa un reflejo muy grande de su interior. "Nunca miramos para arriba, pero los pájaros están todo el tiempo volando y dibujando cosas. Si pudiéramos darle un lápiz a cada uno, el cielo estaría lleno de historias invisibles", imagina.

Después de Tres mitades (2013) y La materia sobre el alma (2020), la geselina Laila Farinola procura condensar en El trazo de los pájaros esa organicidad entre cielo, aire y tierra. Entre sus proyecciones poéticas hacia el cosmos y hacer la cola en una verdulería, porque vive de la música pero también hay otra vida fuera de ella. "A veces me cuesta ser ordenada. Me guío mucho por mi emoción, aunque respetar el sentimiento de cada momento a veces trae alguna consecuencia. Al mismo tiempo, creo que soy resolutiva: ante cada problema, concreto. El trazo de los pájaros es un conjunto de canciones que reflejan estos estados súper sinceros y muy sensibles."

La carrera de Laila es relativamente breve en duración, pero muy intensa y diversa: en Gesell le puso músculo al dúo En Azul, al power trío Analema Lunar, al colectivo Las Violentas Parras y al grupo punk Ayahuasca Yupanqui, entre tantos otros proyectos que armó o fue convidada. Tiene 31 años, aunque hasta los veinte no tenía planeado hacer música. Al menos no desde ese lado: "Bailo de muy chica y me fui a estudiar Danza Contemporánea a La Plata y Buenos Aires", cuenta. Una secuencia en el examen de ingreso a un ballet marcó un quiebre irresoluble. Entonces se compró una guitarra y comenzó todo.

En sus seis canciones, su nuevo disco expresa desde un plano más intimista quizás la mejor forma de Laila: la de cantautora. Y lo hace poniéndole voz, guitarra, bajo y algunas percus. Pero, además, rodeándose de talentos playeros como el acordeonista Fede Aguirre en Verte, el saxofonista Joaquín Hourcade en Nisia o el baterista Charly de la Vega en éste y Mente de agua. En ese plan, en verano pivotea entre Gesell y Pinamar, donde la valoran casi tanto como su ciudad natal. Y tanto a Buenos Aires y a La Plata, donde fue varias veces, planea volver por abril.

El poliedro mágico de la costa al servicio de Laila lo terminó de cerrar Joaco Sáez, uno de los más brillantes músicos que jamás tuvo Gesell, quien regresó a la Villa después de varios años y conectó al toque con ella y su disco. Los créditos le adjudican "coproducción, coros y vuelo". Consciente de que su creatividad ordenó una armonía colectiva, la geselina prefiere despojar al disco del carácter "solista" por el de "personal".

► Para esto no existen presets

Si las canciones de Laila Farinola son su arsenal, la trinchera de su cruzada no es otra que su casa: "Ahí hago todo con pocas herramientas, pero mucha voluntad". En 2020, mientras la cuarentena se estiraba, Laila grabó La materia sobre el alma en su compu nomás que “con una Behringer UM2, que es de las placas más baratas del mercado, y un micrófono de gamer, jaja”. Así salió un disco de trece composiciones propias, una de ellas, Azul, incluida por Lisandro Aristimuño en una lista de recomendaciones de Spotify (el viedmense repitió después con Querido fantasma, cierre de El trazo de los pájaros).

"Escucho discos más mainstream y obviamente siento una diferencia abismal. Pero como dijo una vez Tweety González: 'Nadie inventó el Ondeiser. No hay ningún preset que le ponga sensibilidad y corazón. La onda y la emoción todavía no vienen en un software", banca Laila. "Lo que hago no sé si es de excelente calidad, pero tiene sensibilidad. Compongo desde la necesidad de transformar algo que me pasa, o de contar alguna historia. El trazo va por ahí."

"Soy muy autodidacta. Y, como tal, algunas cosas aparecen por accidente. Todos mis discos los grabé yo", plantea la geselina, defendiendo la dignidad de una autoproducción consciente y curada por su propia creación. "Al principio apenas sabía enchufar las cosas, no tenía la más pálida idea, saturaba todo. Pero, de repente, fui superándome a partir de mis propios errores. Con el tiempo quizás me cuesta escucharme, porque no sé si estoy orgullosa del sonido o de letras que salían en ese momento. Pero trato de mirarme con amor y respeto: como todo, salió de mí."