Modelo para armar

El estadounidense Mike Stilkey necesita varios libros para perfilar cada uno de sus personajes, y no porque sea un escritor de novelas que vaya largando información a cuentagotas. Es, en verdad, un pintor que desde hace años usa lomos y tapas de libros desechados como lienzo, apilados a los fines de alcanzar la métrica pretendida para cada una de sus variadas piezas. Piezas confeccionadas a base de “una mezcla de tinta, lápices de colores, pintura y laca”, a decir del propio artista, responsable de “un elenco de personajes melancólicos y, a veces, caprichosos, que habitan espacios ambiguos y narrativas de fantasía”. Personajes que beben del absurdo, ocasionalmente animales antropomorfizados, donde lo mismo convive un zorro en pituco traje con un oso bebiendo de una botella de vino, un pingüino elegantísimo con un músico –humano– tocando con desgana su guitarra. A veces, al dialogar con los nombres de los ejemplares o alguna palabrita, “mis obras terminan siendo un trabajo satírico donde prima la ironía. Depende de los títulos y de mi estado anímico”, explica Stilkey. “Una de las razones por las que empecé a trabajar con libros como vehículo para mi pintura fue para sacar provecho de la riqueza de superponer narrativas literarias y visuales en pos de transmitir algo un poco más complejo”, comparte el varón que, entre sus influencias, cita al expresionismo alemán de la era de Weimar. A su entender, hace un servicio comunitario al darle una segunda vida a “libros que, de lo contrario, acabarían destruidos o en el tacho”. En muchos casos, son donados por bibliotecas locales para que terminen –tras ser intervenidos por Mike– en algunas de sus tantas exposiciones o instalaciones en Estados Unidos, Gran Bretaña, Italia, Suiza, Hong Kong o China.

El huaco semi castrado

En menos de lo que canta un gallito fértil, el asunto se salió de madre: ni una semana resistió la escultura instalada en Moche, Trujillo, que tanto venía dando que hablar en Perú. El huaco erótico, símbolo de fertilidad, pretendía ser una réplica de una pieza cerámica prehispánica y dignificar así la antiquísima cultura local. A su modo, logró su cometido, volviéndose una flor de atracción turística: desde su inauguración a principios de año, muchísimos paseantes no se han resistido a la tentación de sacarse una fotografía con el muy sonriente personaje de tres metros de altura, que sostiene con una mano... un gigantesco pene erecto. Menos contento estará, empero, desde el intento de castración que padeció los últimos días, cuando unos vándalos anónimos dañaron su falo a fuerza de palazos, disparando unos tiro al aire antes de darse a la huida. La pieza ya era centro de álgido debate; sus detractores le tiraban dardos envenenados a troche y moche porque, para unos, banaliza y ridiculiza la herencia mochica; para otros, es una amoralidad que expone a inocentes chicuelos a imágenes non sanctas. Para el alcalde Arturo Fernández, sin embargo, no hay que ser ni tan mal pensados ni tan santurrones. Ni es morbo ni es porno, ha dicho, sino una representación moche de la fertilidad. Incluso, contó el mandatario al diario El Comercio, que además de arrimarse tantísima gente para tomarse selfies con el superdotado personaje, ¡también hubo una propuesta de casorio bajo la estatua!, de un varón que tuvo el sí de su novia (felicidades), y marchó chocho por haber sido bendecido por el huaco. “Los moches no lo miraban como un tema sexual sino como una cuestión de fecundación”, redobló el político, que frente a la afrenta contra la escultura respondió picantón que, lejos de dar marcha atrás, mandará a instalar algunas estatuas más.

La estricta escuela de Emin

El tiempo pasa y Tracey Emin sigue en modo sereno, sin desatender sus muchos proyectos en curso. Antaño enfant terrible del arte contemporáneo británico, los excesos de otrora hace tiempo han pasado a mejor vida, actitud reafirmada por las “estrictas reglas” que acaba de anunciar que regirán en su futura escuela de arte, en Margate. Ajá, el pueblo costero donde las pasó canutas durante su niñez y adolescencia, pero con el que se ha amigado, e incluso quiere convertir en un “paraíso para artistas”. Entre otras cosas, creando esta escuela “revolucionaria”, a propio decir de Emin, que ya se ha hecho de un terrenito –donde antaño funcionaba un baño público y un depósito de cadáveres– para convertirlo en treinta estudios para los venideros estudiantes. “La gente tendrá que postularse y no podrá subarrendar los espacios, no podrá fumar, no podrá poner la música alta”, ha puesto los puntos sobre las íes la reputada artista, que pondrá simbólico precio por el uso de las instalaciones “para que nadie necesite un trabajo de medio tiempo y desatienda su obra”. Además, su intención es que haya un mix de generaciones entre la estudiantina: “artistas bebés, intermedios y mayores colaborando mutualmente”. Otro requisito, en pos de que exista “un rigor intelectual constante y nadie caiga en una actitud pasiva”, será exponer regularmente las obras en esta escuela que se llamará TKE Studios, por el nombre completo de la susodicha (Tracey Karima Emin). No está de más recordar que la autora de My Bed (obra por la que fue nominada al premio Turner en los '90) ganó recientemente una jorobada pulseada contra el cáncer, y está mudada hace unos años en Margate, donde compró un terreno enorme, de casi tres mil metros cuadrados, que solían ser una imprenta y hoy ofician de su casa-estudio. Eventualmente, por cierto, serán también un museo donde quiere que se preserve su legado una vez que haya estirado la pata.

Humanas versus mininos

Una batalla épica se está llevado a cabo en la isla de Vancouver, y desde Canadá mantiene en vilo a un público internacional genuinamente expectante, que sigue el minuto a minuto del enfrentamiento gracias a las detalladas actualizaciones de uno de los bandos: Jessica Gerson-Neeves y su esposa Nikki. “Semana 4, día 4”, reza el último posteo del matrimonio (al cierre de esta edición), que hace entender que sus testarudos contrincantes no darán la pata a torcer pronto. La contienda comenzó el pasado 16 de diciembre, cuando llegó a casa de esta pareja la licuadora que habían comprado online. La inocente Jessica cometió entonces gravísima falta, un error de principiante: dejó la pesada caja en el suelo de la cocina y se distrajo por solo un segundo. Instante que alcanzó y sobró para que su gato Max, de 4 años, saltara encima, se instalase plácidamente y, por supuesto, se negara a moverse del improvisado trono. Cualquiera diría: “Pero en algún momento ese minino tiene que bajar para comer, ir al baño...”. Cierto, cierto, pero el quid de la cuestión es que Max tiene dos hermanos felinos, George y Lando, que desde el arribo del electrodoméstico se han ido turnando para apoyar las posaderas en la caja, impidiendo que sus humanas saquen la bendita licuadora. “Hay gente que nos dice que simplemente los corramos. Claramente, esa gente tiene perros”, se carcajean las esposas que –a la vista está– padecen Síndrome de Estocolmo (como cualquier buen conviviente de felinos, por supuesto). Los captores, mientras tanto, mantienen la licuadora como rehén, y se resisten a todas y cada una de las estrategias que Nikki y Jessica maquinan. Según han contado a The Washington Post, han probado con distraerlos con golosinas, con juguetes, y nada resulta. Incluso pidieron encarecidamente a la marca del adminículo, Vitamix, que les mandaran tres cajas vacías, a modo de señuelo. La firma accedió gentilmente, les facilitó varias réplicas, pero los avispados gatitos se avivaron, no surtió efecto el método. Las mujeres también probaron chequear si se habían quitado en medio de la noche, pero incólume estaba alguno de los atorrantes del trío, con otro de los felinos haciendo guardia, en actitud vigilante. El asunto, en sí, tiene confundidas a las Gerson-Neeves: Max, George y Lando suelen perder el interés en todo al cabo de uno, dos días. Pero el sencillo chiche –un tesoro, a esta altura– está probando ser la excepción a la regla. A punto tal que ambas damiselas están perdiendo las esperanzas del invierno que habían imaginado, rebosante en sopas y batidos. Aunque no lo padecen demasiado, todo sea dicho: “La verdad es que la situación podría resolverse fácilmente. Ninguno de los tres es especialmente pesado. Pero, a la altura del partido, nos estamos divirtiendo. También nuestros gatos. Y la gente que nos lee cada día. Llevamos dos años tan duros por la pandemia que esta batalla tonta, dulce y graciosa es una diversión bien recibida ¿Por qué demonios la interrumpiríamos?”.