Anoche vi Verano violento (Estate violenta, Italia-1959) de Valerio Zurlini, uno de esos directores italianos que se suelen mencionar en una "segunda línea" pero que no tienen nada que envidiar a la primera. De hecho, la mayor parte de la acción transcurre en Rimini y hay un episodio en un circo, todo lo cual resuena a Fellini aunque el tono es muy otro.

El tema central es el amor pasional entre un joven (Jean-Louis Trintignant) y una mujer algo mayor (Eleonora Rossi Drago), complicado por razones sentimentales, ideológicas y familiares pero sobre todo porque el contexto es turbulento: el verano del título es el de 1943, cuando cae Mussolini, avanza el nazismo sobre Italia y se suceden los bombardeos aliados. Hay mucha materia argumental para 98 minutos.

Pero Zurlini maneja con igual destreza el plano íntimo y el plano épico, anunciando de entrada, con una imagen impresionante de un avión nazi en vuelo rasante sobre una playa colmada, que ambos van a relacionarse estrechamente. El film se hizo famoso en su momento por una extensa secuencia final en la que un tren de pasajeros debe detenerse durante un tremendo bombardeo. Pero la sutileza con la que Zurlini filma el progresivo encuentro emocional de la pareja es igualmente extraordinaria, en particular una extensa secuencia durante un baile improvisado entre un grupo de jóvenes, donde todo se define por el uso expresivo de la luz y el encuadre.

La copia es en 16mm., perteneció a Alfredo Li Gotti y tiene algunos cortes, pero vale la pena por su gran calidad fotográfica.

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Tengo desde hace varios años el negativo original en nitrato de Escala en la ciudad (1935 creo), ópera prima de Alberto de Zavalía. Es el único negativo original en 35mm que se conserva de todas las películas que fotografió John Alton en Argentina. No soy fetichista, pero confieso que me produce una sensación curiosa este negativo cada vez que lo reviso. Respeto, supongo. Este objeto, este mismo objeto, estuvo adentro de la cámara que usó Alton y las imágenes que lleva impresas son el resultado directo de su mirada. No hay mediaciones.

Es bastante impresionante.

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Anoche vi La ley del más fuerte (Out of the Furnace, 2013) de Scott Cooper, un film que, por lo que leo, fue un fracaso comercial en todas partes a pesar de contar con Christian Bale cuando recién salía de Batman. Sin embargo me pareció muy buena y también muy rara, sobre todo en su descripción brutal de un contexto industrial empobrecido y marginal que Hollywood suele ignorar. Ese contexto está expresado ante todo en la imagen, que es hiperrealista sin resignar el valor del encuadre preciso, y en el tono de tensión desoladora que esa imagen construye y sostiene. Está presentado como un thriller pero se parece más a un film noir, aunque la trama propiamente dicha se moviliza pasada la mitad del film. Ante todo es el retrato de un personaje desgraciado y estoico, y de su hermano menor, desquiciado por la guerra de Irak. Como en un noir, aquí hay un bar sórdido, una mujer perdida, un apostador-prestamista y un gángster particularmente salvaje, pero todos esos elementos no son los hitos de un recorrido fatal sino parte de un paisaje exhausto, quebrado, que los produjo, los comprende y los enfrenta. Hay más de una denuncia explícita a las consecuencias internas del capitalismo corporativo pero su mejor argumento al respecto no está plasmado en lo que se dice sino en lo que se muestra: una comunidad pauperizada y detenida en el tiempo, con extremos de violencia medieval.

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De chico me había causado mucha gracia el libro ¡Qué porquería es el glóbulo! del maestro uruguayo José María Firpo, que compilaba diversas burradas dichas o escritas por sus alumnxs a lo largo de los años. En aquel momento me pareció una buena idea hacer una versión local de ese libro y empecé a documentarme coleccionando aplazos propios y de mis compañeros. El resultado fue más deprimente que cómico, pero reuní una cantidad respetable de exámenes reprobados, como este de mi compañero Ricardo Fort, que los rompía con furia y luego me daba los pedacitos. Se podría decir que lo primero que restauré fue un aplazo suyo, aunque hoy es evidente que tendría que haber utilizado mejores materiales.

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Charly García vino a tocar muchas veces al Malba, por su amistad con Fernando Kabusacki. Vino cuando pasamos El fantasma de la Ópera, vino un par de veces con Metrópolis, hizo el cierre más punk de la historia del Bafici (historia negada por sus actuales autoridades) musicalizando una serie de antiguos cortos porno que proyectamos en pantallas múltiples. Parece que no era el mejor momento de su vida pero le gustaba venir y tocaba con alegría. Siempre quiso que lo presentara como parte de la banda, sin destacados especiales, y la gente se lo encontraba de repente, sin aviso entre Kabu y Matias Mango, como uno más. Iba por la música, a lo mejor por el cine. Un crack siempre.

Una vez me dijo que teníamos que musicalizar Freaks.

–Pero es sonora –dije, tontamente.

–Claro, pero no tiene música. Y además me siento muy afín a su ideología.

–¿Qué ideología?

–Bancate tu defecto.