En octubre de 1977, fecha de la carta de mi padre, el Capitán Soriani, que acabo de encontrar, las condiciones de detención en la cárcel militar de Magdalena se habían agravado al extremo. No teníamos recreos ni materiales de lectura, el encierro en celdas individuales era absoluto y sólo se abrían las puertas dos veces al día para pasarnos la escasa comida. No teníamos contacto entre los detenidos. Los gendarmes decidían cuándo llevarnos al baño, siempre de a uno, y no daban tiempo a ponerse en cuclillas en los inodoros “a la turca”, como les decían a los que sólo tienen un agujero en el piso. Casi siempre hacíamos nuestras necesidades en una lata de leche Nido, que teníamos en la celda exclusivamente para eso. Cuando nos abrían la puerta, debíamos correr al baño a vaciarla, y sin tiempo ni para lavarnos las manos, volver también al trote y bajo el grito destemplado del guardián: “Apuresé, apuresé”, que todavía hoy suena en mis oídos. La lata de leche era el trofeo que más cuidábamos ante cualquier mudanza de pabellón o de celda. Ella era nuestro baño portátil y el mejor remedio contra las constipaciones.

El Capitán Soriani sabía que la estábamos pasando muy mal, y que a ese contexto represivo se sumaba la desinformación general que sufríamos por la prohibición de diarios, revistas y radios. Eso, para un preso político, era una carencia que hacía todo más asfixiante.

Su carta de fecha 10 de octubre de 1977 que recupero ahora, dice así:

Querido hijo:

“…Faltan solamente ocho meses para el mundial de fútbol y acabo de ver el folleto del Banco Nación para la venta de abonos que cuesta, el más caro, y creo que por tres partidos con la final, $ 10.000.000. Ya se pusieron en venta y hay gente que hizo 24 horas de cola frente a la puerta del Banco.

Realmente el que quiera especular no tiene más que comprar ahora esos abonos, especialmente para la final, porque te aseguro que para ese partido se podrá vender una platea en 20.000.000 de pesos, y tal vez me quede corto…”

Yo estaba detenido desde diciembre de 1974 y, por supuesto, desde ese día nunca más había manejado dinero y sólo había recibido información fragmentada sobre los avatares de la economía, incluido el famoso “Rodrigazo“, de junio de 1975, que hizo célebre a su autor, el ministro de Isabel Perón Celestino Rodrigo, hasta entonces un ilustre desconocido.

Mi padre sabía ese detalle, así que continuó con su explicación: “…Creo necesario hacerte algunas aclaraciones, porque estoy seguro que estás un poco fuera de la onda en materia de inflación y costos en general. Por ejemplo, nuestro depto. que costó $48.500.000, vale hoy $1.000.000.000.

No te asustes, los departamentos de categoría cuestan de$ 5.000.000.000 a $10.000.000.000 m/n, y hay residencias que valen 4 veces más. Todos estos precios que te doy son en pesos moneda nacional y para traducirlos a pesos ley 18.188 se dividen por 100…. “.

Ambos sabíamos que mis condiciones de detención podían variar al ritmo de los cambios en la situación económica con su correlato en la política, y trataba de trasmitirlos de una manera que lograra, a la vez, eludir la censura previa a la que las cartas eran sometidas.

También adivinaba el Capitán, por comentarios de algunos de sus ex colegas, que en otros centros de detención se estaba torturando y matando a muchos de mis compañeros. Años después, conmigo ya liberado, una tarde me confesó cuántas noches de esos años tremendos las pasó en vela, sabiendo que me podían matar en cualquier momento: “Tenían todo el poder, y era tan fácil simular una fuga”, me dijo, y me volvió a abrazar con sus ojos nublados.

La carta sigue con noticias de los que habían sido nuestros vecinos de la calle Yatay, en Almagro: “…Te voy a dar una noticia triste, murió José, el hermano de Mario. Horacio Mendoza te manda saludos y me dijo que le avise cuando pueda ir a visitarte, porque te quiere ver. Valoremos su gesto, porque en estos tiempos que mucha gente se olvida, ellos te tienen muy presente. Están por edificar un edificio de departamentos en la esquina de Cangallo y Yatay, frente a la librería de Don Pedro y el taller de autos…”.

Papá sabía bien que cada uno de los nombrados habían formado parte de mis días, cuando ellos, padres del barrio, nos llevaban a jugar al fútbol al Parque Centenario. Además, Don Horacio y José, se negaron a firmar el acta de allanamiento de nuestra casa de Yatay, en diciembre del 74, cuando mi viejo les advirtió que me habían plantado material que no era mío. Todavía la represión dejaba algún resquicio de legalidad, y mis vecinos lo aprovecharon para no avalar el acta.

Luego el Capitán vuelve a los deportes, tema que nos unía en todo lo que la política nos separaba: “…Acaban de pasar vía satélite la despedida de Pelé del Foot Ball (así lo escribió el Capi), en un partido entre el Cosmos de New York y el Santos. Con ello se despide de la escena el más grande jugador de la historia y termina una época dorada…Al final todos los jugadores llevaron en andas a Pelé, que lloraba emocionado cuando habló por TV…”

Para terminar su panorama, me actualiza en un tema religioso, que siempre le fueron ajenos por su ateísmo militante, pero adivinaba que cualquier multitud en la calle, aunque fuera por la Virgen María, podía interesarme y darme alguna esperanza en ese encierro tan absoluto.

“…En estos días se hizo la peregrinación de la juventud a Luján, y ha sorprendido la enorme cantidad de 150.000 muchachos que hicieron la marcha, que significa un gran esfuerzo físico. Fue un enorme acto de fe que hasta sorprende en estos días. Hasta pronto querido hijo, un gran abrazo de tu viejo. Papá. “

Esa carta del Capitán Soriani, tan sencilla pero a la vez tan cariñosa y profunda, que fue deslizada una tarde por debajo de la puerta de mi celda, circuló de manera clandestina por las manos de todos mis compañeros de ese pabellón de Magdalena. Hasta que el último en leerla, con mucho disimulo, la retornó a mis manos mientras corría al baño a vaciar su lata de leche Nido.