El regreso de Darío Benedetto a Boca vuelve a poner en el centro del mercado de pases a su representante, Christian Bragarnik. Y a ratificar por qué es el más determinante en su actividad. Bragarnik es el más vivo, el más imaginativo, el más audaz, el más insaciable y el más inescrupuloso de todos los agentes del fútbol argentino. No reconoce límites a la hora de concretar las operaciones. Los que hay, los corre siempre en beneficio propio.

Como un gran titiritero, Bragarnik movió varios hilos al mismo tiempo. Y de todas esas manipulaciones, sacó provecho. Operó en varios frentes para que Benedetto pueda retornar a Boca. Forzó la salida del defensor Lisandro López a los Xolos de Tijuana, club en el que se mueve con la holgura de un dueño, y de Walter Bou a Defensa y Justicia, donde también tiene a su cargo el gerenciamiento del fútbol profesional. Y como propietario del Elche de España, le pagó a Boca una deuda de hace dos años por la compra de Iván Marcone. 

Con todo ese dinero en la mano (o al menos con la promesa), Bragarnik se sentó ante los dirigentes del Olympique de Marsella y en nombre de Boca cerró la compra de la totalidad del pase de Benedetto en una suma cercana a los dos millones y medio de euros. Para ser más claros: con tal de cerrar un pase, hizo otros dos y saldó la deuda de un tercero. En todos los casos, se trata de jugadores que están bajo su representación y a los que él mueve de aquí para allá sin disimulos.

Bragarnik corre (nunca camina) una cancha cada vez más grande que hasta donde se sabe, tiene tres vértices: la Argentina, México y España, países donde adopta las formas de un representante, un intermediario, un gerenciador o un dueño. Y podría estar haciendo pie en el poderoso mercado brasileño donde acaba de instalar a Antonio Mohamed como técnico de Atlético Mineiro, el actual campeón. En todos los casos, las leyes no parecen alcanzarlo. Juega al fleje sin preocuparse si a veces la pelota pica del lado de afuera. Y esa diversidad de intereses que maneja le permite imaginar y concretar negocios a tres o cuatro bandas a los que casi nadie se puede atrever en el deprimido mercado argentino.

Habría que preguntarse cuándo Bragarnik se hizo tan importante y si es bueno que un sólo representante, por mejor y más astuto que sea, reúna tantos intereses en sus propias manos. En todo caso, hay que admitirle un mérito: siempre estuvo cerca cuando lo necesitaron. Para conseguirle un gran contrato a los jugadores y los técnicos que representa o para aportarle dinero contante y sonante a los clubes que quieren reforzar sus presupuestos y competir en mejores condiciones. Aunque pocos le conozcan la cara y acaso pueda caminar por la calle sin ser reconocido, Christian Bragarnik es una de las grandes figuras del fútbol argentino. No patea una pelota, hace que las cosas pasen. Y mueve sus piezas con la confianza y el descaro de los que casi nunca pierden. Mas bien, ganan siempre.