La poeta y gestora cultural Alejandra Bosch (Santa Fe, 1967) viene sembrando de pistas autobiográficas una obra cada vez más íntima respecto del núcleo aún inenarrable que anima su expresión. Poemario conciso y contundente, doloroso de leer por momentos aunque no haga concesión alguna al sentimentalismo ni al golpe bajo, El asesino es el hermano fue publicado en Rosario por Baltasara Editora a fines del año pasado. Con certero arte de tapa por Daniel García, el poemario se propone desde el título-clickbait como una novela policial al revés, quebrando los códigos tácitos del policial para lanzar un spoiler. Diremos -no sin antes pedir disculpas por la oración anterior en nombre de la pereza de lxs traductorxs y lexicógrafos del idioma castellano- que ese cebo juega con la idea de ser una denuncia que pide fe en quien narra, siguiendo así el pacto implícito del género memoir, que -a diferencia de la autobiografía- no se apoya en documentos.

Deconstrucción de la novela familiar que abre la cripta aún sangrante donde se aloja el trauma causado por el orden patriarcal en el interior de la familia, el libro está escrito con un grado de concisión, de abstracción y de cohesión que deja sin aliento. Verso a verso, Bosch va desplegando un repertorio de símbolos que juegan (¿intencional o solo casualmente?) con una homofonía respecto del apellido paterno. El "bosque", que abre hacia un plano mítico el espacio asfixiante del hogar tóxico (sobre el que se nos ahorran los detalles, y cuyo símbolo es el laberinto), es también el Urwald del Expresionismo: el bosque primordial, anterior a la cultura deformante. En él, fuera del tiempo, habita el "niño", emblema expresionista de lo humano en estado puro. Pero el hermano niño se vuelve "hombre" y al asumir así sus privilegios quiebra la simetría fraterna de la niñez. La voz que cuenta cantando aquella historia en los poemas es una voz lírica y trágica, herida irreversiblemente por la ruptura de la simetría. La simetría, según René Girard, está en el origen de toda tragedia; y la tragedia surge allí donde el ritual fracasa. Para ejemplo baste el mito de Caín y Abel, aludido en el libro y en la contratapa del libro por Juan Fernando García. Otro símbolo es el agua, purificadora y femenina, esperanzada. 

Por supuesto, como en toda tragedia, hay cómplices: "...mi vida, los cantos y alabanzas/ que repetí hasta quedar dormida/ entre las flores/ fueron su pedestal construido. // Era mi hermano, aquel/ al que mi madre ungió/ para someterme". Esta voz, honda en dolor y dignidad trágica, va disparando cada verso, al que articula en la música de un ritmo, con la contundencia de la gran poesía y del mejor rock, la eficacia de cuya economía vuelve contraproducente la perífrasis; sólo cabe citarlos. El yo lírico no se queda en la banalidad de la anécdota personal sino que crece hasta abarcar todo un drama social, que por supuesto incluye a quienes leen, dando una caja de resonancia a lo no dicho.

Freud hablaba del "trabajo del sueño" o del "trabajo de análisis". Esta obra literaria es trabajo también en aquel sentido, el de elaboración de lo inconsciente. A la vez, da cuenta de otros trabajos: el análisis, sí, pero también el haber asumido las labores de la madre como expresión de amor filial y como práctica sanadora del linaje femenino. El poema, en lo mágico de su belleza, lo resignifica todo, se hace acto de habla, se hace promesa y decisión existencial. "Nuestra madre construyó un laberinto/ una réplica/ y allí colocó nuestras infancias. // Allí nos abandonó/ para siempre. / Para siempre llorar contra los muros/ desde siempre caminar en línea recta/ hasta siempre, sí has salido al mundo/ caminante, flecha lanzada al aire/ entre la infancia y esos años... / Para siempre me llamaré ciruelo/ caminata, camisa, flores de durazno. / Por siempre recordaré tu olor y tus colores/ tu voz y tus palabras. / Desde ahora y para siempre/ trabajaré con telas y agujas/ les haré un nuevo vestido/ y las haré bailar en esta noche de luna rosa/ solas están al compás de mi música/ y aplaudiré o aullaré/ ante la cuenta de sus pasos/ siete, nueve, siete, nueve, siete. / Desde ahora, cuando diga laberinto/ no diré confusión ni encierro/ no será tu construcción sino la mía/ ni mi prisión por siempre. / Con las flores hago té y espero visitas/ con las flores adorno mi pelo/ preparo una guirnalda. // A la madre le digo basta/ a la infancia le digo reino/ al laberinto lo recorro en silencio/ y encuentro la puerta de salida/ entre las flores perfumadas del durazno", escribe. 

En uno de sus libros anteriores, Sabio el pájaro (Villa Mercedes, Editorial Deacá, 2020), la autora planteaba la imagen alegórica del hornero (pájaro que en la poesía argentina, de Lugones a esta parte, es emblema de las virtudes domésticas del pueblo). El ave, al ver destruido por la tormenta su nido en forma de casa de barro, huía. "Sabio el pájaro", era el comentario.  El resto del poemario trazaba en épico detalle las contingencias de esa fuga. El nuevo libro dice más de aquella tormenta, de aquella casa y de aquel barro. Es la contrapartida valiente de aquel: le opone a aquel caos vital de la huida a través de lo contingente la lucha poética, a punta de palabra necesaria (en el sentido de lo que no puede no ser), contra aquello letal que superó las propias fuerzas en primera instancia.

Alejandra Bosch vivió en Brasil la última década del siglo veinte. Estudió Letras en la Universidad Nacional del Litoral y Artes Visuales en la Escuela Provincial Juan Mantovani de Santa Fe. Es diseñadora de indumentaria y artesana tejedora. Vive en la localidad santafesina de Arroyo Leyes, donde gestiona con su hijo Julián el proyecto editorial artesanal Ediciones Arroyo, la Reserva Poética y el Festival de Poesía de Arroyo Leyes. En poesía publicó, además de los mencionados: Niño Pez  (Del aire, 2015); Malcriada de Acuario (Objeto editorial, 2017); Un avión, su piloto y un pájaro (Caleta Olivia, 2017); Dominios: gatos y albañiles (Viajera, 2020), y Escribirás sobre nosotras (La mariposa y la iguana, 2021). Sus poemas integran las antologías 1 y 2 de la Colectiva de Poetas Santafesinas Feministas (Traza, 2020). Participó en los libros colectivos Martes Verdes Federal (2021) y La rebelión de las lombrices (2020). Publicó una novela: Dos cuentos maravillosos (Buenos Aires, Baldíos en la lengua, 2020). Si bien no nos llegó a tiempo para el balance del año, El asesino es el hermano es de lo mejor del 2021 entre la poesía que se está escribiendo en la provincia y en el país.