Yellowjackets parece ser la serie perfecta para este tiempo. La inmersión de la realidad en un sinsentido que ajusta las cuentas con cualquier posible creencia. ¿Quién puede dar respuesta a las amenazantes misivas que reciben las sobrevivientes de un accidente aéreo? ¿Qué fue lo que ocurrió en aquella selva donde pasaron largo tiempo lejos de la civilización? ¿Qué hay detrás del “hombre sin ojos”, de una muerte macabra que contradice el suicidio y de la leyenda del canibalismo detrás del heroico regreso de la muerte de un equipo de fútbol femenino? Esas preguntas se escalonan en la primera temporada de la serie que llegó a su fin el pasado fin de semana en Paramount +, quizás la más grata sorpresa del final de calendario del 2021. Y la más importante: ¿quién es la joven que corre por su vida en el inicio del primer episodio, perseguida como una presa entre la nieve hasta caer en una trampa repleta de estacas? ¿Es la escenificación de una leyenda? ¿La más terrible de todas las pesadillas de ese equipo de deportistas adolescentes vestidas con campera amarilla?

Creada por Ashley Lyle y Bart Nickerson, artífices de la saga Narcos y de la inclasificable Dispatches from Elsewhere, Yellowjackets no solo reflota el aura de aventura y misterio de Lost, la obsesión con la competencia del reality Survivor, el opaco existencialismo de El señor de las moscas, sino también el universo de los 90 de la mano de sus estrellas: Juliette Lewis, Christina Ricci y Melanie Lynskey, quienes junto a Tawny Cypress componen el elenco adulto del presente, momento en el que la memoria de aquel accidente del pasado parece regresar como el peor de los castigos. La serie alterna dos tiempos: 1996, el año del accidente y la época de la adolescencia de las protagonistas; el 2021, aniversario de aquella tragedia en el que unas extrañas postales sacan a las sobrevivientes de su paciente olvido. En el pasado el vuelo 2525 se desploma en el desierto de Ontario mientras traslada al equipo de fútbol femenino del colegio Wiska York High School en Nueva Jersey a un campeonato en Seattle. En el presente, las sombras de aquel recuerdo instalan nuevamente el interrogante: ¿Cuál es la verdad detrás de la versión oficial de lo que pasó hace 25 años?

Uno de los atractivos de la serie, que no solo ha recibido elogiosas críticas de la prensa de Estados Unidos, ha sido recomendada como una de las favoritas de este año por Stephen King – “Yellowjackets es una gran historia de supervivencia, una gran historia de misterio, y tiene una buena cantidad de momentos terroríficos. Lo que también tiene, a diferencia de la mayoría de las series actuales, es una caracterización aguda de los personajes y un sentido del humor mordaz”-, y ha conseguido una legión de entusiastas especuladores sobre el rumbo de sus misterios, es que todos tienen algo que ocultar. Y esos secretos no solo tiñen de culpabilidad sus actos sino que expanden un aura de persistente inquietud sobre todo lo que ocurre. Cuando Lost se estrenó en 2004, una de las trampas en las que se enredaron sus creadores a la hora de ofrecer todas las respuestas a los enigmas planteados era que el espiral resultaba demasiado difuso, con la acumulación de humo negro, viajes temporales y distintas dimensiones de la isla. Yellowjackets instala desde el comienzo la sensación de un sinsentido que, en última instancia, define el estado del mundo actual, en el que todas las respuestas a las que arribamos pueden ser subvertidas.

La magia, la ciencia y la capacidad de resiliencia de la humanidad se conjugan con una subterránea mezquindad que puede asomar en los actos más insignificantes. En el pasado, Jackie (Ella Purnell) es la líder del equipo, la sexy que oculta sus debilidades y suple la falta de carácter con una forzada simpatía. Tras el accidente quiere ejercer el mismo liderazgo que ostentaba en la cancha de fútbol en la hostil naturaleza que no perdona ningún traspié. La vimos ceder al egoísmo y dejar a una compañera atrapada en el avión cuando creía que su vida corría peligro; la vemos después ensayar un irracional sacrificio para acallar su mala conciencia. Ella también es culpable. Pero, ¿ha logrado sobrevivir? La exploración del pasado contrapone la vida de las estudiantes en el colegio, en sus entornos familiares prósperos o abusivos, con el nuevo estado de cosas que se instala en la selva después de la tragedia, la muerte de algunos de los pasajeros, la necesidad de encontrar refugio, agua y alimento. Ese estado de excepción no solo reasigna los roles, y los rezagados pueden convertirse en los más hábiles, los populares en los desacreditados, sino también forma alianzas inesperadas, vínculos indestructibles que en la “normalidad” nunca se hubieran desarrollado.

En ese tiempo de juventud también se magnifican las expectativas de esas adolescentes que van a conquistar su poder a través del deporte. Cada una imagina su futuro mediante un prisma diferente: para Laura Lee (Jane Widdop) es el cumplimiento de los mandatos religiosos, para Taissa (Jasmin Savoy Brown) el éxito a través de la autoexigencia, para Natalie (Sophie Thatcher) la escapatoria de un infierno familiar. El campo de juego es apenas el tablero de lo que la realidad ofrece en esa naturaleza que nunca resulta del todo comprensible. Pero, al mismo tiempo, esas nuevas reglas ofrecen un lugar a las ignoradas: la relegada Misty (Samantha Hanratty) se convierte en la inesperada salvadora gracias a sus saberes de enfermería; los miedos de Lottie (Courtney Eaton) revelan su poder de adivinación. En sintonía con sus jugadoras, los espectadores pueden participar de la estrategia del misterio: descifrar las pistas, diferenciar los trucos y desvíos de los caminos correctos, jugar a ser detective en una era en la que todos parecen querer serlo.

El humor suma su cuota, en tanto los creadores Ashley Lyle y Bart Nickerson tienen experiencia en la sátira y el absurdo incluso en un territorio como la ciencia ficción, que parece en general sumido en la más recta seriedad. Si en Dispatches from Elsewhere los destinos de varios personajes se desdoblaban en un juego de encastres entre mágico y maquiavélico, aquí la amalgama de géneros como la aventura y el terror se expande en su propia autoconsciencia, que incluye los guiños a los detectives amateurs del true crime, a la narrativa adolescente de estudiantina, y algunos toques de gore que justamente deben haber seducido a Stephen King. La complejidad en la construcción de los personajes, tanto los jóvenes como los adultos, radica justamente en esa ventana que pone en perspectiva sus aspiraciones con sus logros. Ver enfrentadas ambas versiones de cada sobreviviente no solo permite medir el impacto de la tragedia e indagar los misterios de lo que verdaderamente ocurrió, sino también poner en relación las promesas que animaban a cada uno de los peones de ese destino con el resultado de su aparente salvación.

Las cuatro principales sobrevivientes de la salvaje estancia en el desierto canadiense son Shauna (Melanie Lynskey), una ama de casa aburrida de los engaños de su marido y propensa a las brutales excursiones a lo prohibido; Natalie (Juliette Lewis), recién salida de rehabilitación y tras la pista de un amor que nació en el calor de la selva y dejó la fría espina del distanciamiento; Misty (Christina Ricci), enfermera obsesionada con retomar la adrenalina de aquel peligro en la persecución de sus anteriores compañeras de equipo; y Taissa, una política ambiciosa dedicada a mantener a salvo su imagen de cualquier sombra del pasado. Lynskey y Lewis traen con ellas el imaginario de los 90 y aquellos personajes rebeldes que las hicieron famosas en su propia adolescencia. Para Lynskey es la asesina de Criaturas celestiales (1994) de Peter Jackson, opaca combinación de deseo y obsesión que agita la expresión de la actriz a la hora de dar vida a Shauna. Como salida de Amas de casa desesperadas, su presente dista de sus aspiraciones juveniles, convirtiendo su dilatada rebeldía en la puerta perfecta a la irrupción de lo impredecible.  

Para Juliette Lewis el regreso es inmejorable: todos los icónicos personajes de su década de esplendor conviven bajo su piel. Esa espesa seducción que la tornaba peligrosa en Cabo de miedo (1991), los ojos encendidos de una adrenalina siempre alerta en Kalifornia (1993), y la violencia a punto de estallar en Asesinos por naturaleza (1994). Su Natalie irradia esa vena feroz e intransigente que definió a todas sus criaturas de armas tomar, imponentes y arrolladoras. La dupla que forma con la Misty de Christina Ricci, cuya psicopatía adquiere el infinito entusiasmo del fanático, termina de convertir a la búsqueda de la verdad sobre Travis (Kevin Alves/Andres Soto), hijo del entrenador del equipo y sobreviviente del accidente de avión, en el impulso de sacar a la luz la verdad a cualquier precio. Aquella década simbólica está menos definida por una simbología superficial, al estilo Stranger Things en sus citas a los 80, que por un estado de ánimo profundo que habita en esas chicas ya adultas, empujadas por una experiencia límite que las llevó a descubrir su propia fortaleza.  

La banda sonora, integrada por canciones de Hole, PJ Harvey, Liz Phair, Alanis, Smashing Pumpkins, esquiva el lugar común de colocar los hits como guiños a la época para, en cambio, usar las canciones con una impronta mordaz, en clara sintonía con derrotero de los personajes. La única que no ha transitado los 90 en el cine es Tawny Cypress, cuya versión de Taissa esconde bajo las mieles de la corrección política una sed de triunfo que en su juventud la condujo a un darwinismo deportivo cuya réplica perfecta resultó ser la naturaleza. Para Taissa, el secreto es lo más importante y la fachada modelada por la versión oficial le devuelve las estelas más tétricas cuando su pequeño hijo parece ver por las noches a una bruja salida de los cuentos de hadas. En última instancia, lo que evoca Yellowjackets de esa década a la que estira sus raíces es la importancia de una textura en las imágenes, un sentido violento de los cortes de montaje, un goce con el gore más primal que sortea la pulida economía de sangre del digital.

La serie –ya renovada para una segunda temporada- comenzó con el auspicio de las críticas y con buenos números de audiencia, pero con el correr de los episodios fue convirtiéndose en parte de la conversación pública. Intercambios en Reddit, tendencias en Twitter, recaps con muchas lecturas en medios especializados fueron el termómetro de una respuesta de los espectadores que fue desbordando las iniciales expectativas de sus creadores. “Todo fue surrealista”, contaban al unísono Lyle y Nickerson –pareja desde hace más de 15 años- a Vulture. “Y en estas dos últimas semanas se sintió con más fuerza, lo que obviamente es emocionante pero también produce un poco de ansiedad. Es como, ‘¡Oh, sí, la gente está mirando!’ y luego ‘Oh no, la gente está mirando’, con lo que siento que cualquier escritor o creador probablemente empatizaría”.

La respuesta pública no afectó el devenir de la temporada, concluida antes del inicio de su emisión. Pero lo que alimenta el run run popular es el misterio como última construcción de la narrativa, su enigma como alimento de una intriga que anuda a sus personajes con quienes deciden comprometerse en sus destinos. “La gente tiene teorías increíblemente creativas sobre lo que está pasando: algunas personas han tenido razón y otras están muy equivocadas”, concluye Lyle. “En el futuro, lo importante que debemos tener en cuenta es que existe una diferencia entre la valoración del entusiasmo de los fanáticos y el gesto de convertir la historia en un servicio a sus teorías o predilecciones. Estamos muy agradecidos con nuestros televidentes y muy emocionados por el compromiso y la pasión. Pero tenemos que tener fe en esa luz creativa que nos hizo llegar hasta acá”.