A las seis y media de la tarde de aquel 29 de enero de 1997, en medio del estrépito habitual de la redacción de Página/12, alguien entró con una expresión tal que no hizo falta que dijera nada. Lo escribió Juan Forn, para la nota de tapa del día siguiente: “En los últimos días se habían recibido infinidad de llamados preguntando qué pasaba con Soriano, cuán grave estaba, qué chance tenía. No hablar del tema había sido, hasta entonces, una especie de conjuro para ahuyentar la parca. Hora por hora, día por día, parecía funcionar, hasta entonces. Por eso, el silencio súbito y absoluto que se hizo en toda la redacción en el momento en que cada uno alzó la mirada y vio la expresión de esa persona fue estremecedor. No hace falta ser periodista para saber que es casi imposible silenciar a una redacción entera. No hay manera de describir ese silencio horroroso, salvo decir lo obvio: que todos los que estábamos ahí sentimos al mismo tiempo que nos habíamos quedado sin Soriano, literalmente”. Pasaron desde entonces 25 años.

La noticia apareció en las portadas de todos los diarios argentinos y en las de varios diarios italianos, como L’unitá, La Repubblica, La Stampa e Il Manifesto. También repercutió en los principales periódicos de Francia, España, Chile, Uruguay, Brasil, México y Colombia. Muchísimos escritores y periodistas contaron sobre él en decenas de artículos, entrevistas, semblanzas.

“Este es el primer diario que hacemos solos –escribió Ernesto Tiffenberg -. Sin Soriano. Para la mayoría de los que trabajamos en Página/12 hace poco más de diez años Osvaldo era uno, dos o cuatro libros leídos de un tirón. Ese periodista mítico que algún día íbamos a conocer. O ese protagonista de anécdotas siempre ajenas y envidiadas. Pero hace diez años Soriano se sentó a la mesa para compartir esos desaforados días en que parecía que trabajábamos en un diario que iba a desaparecer un mes después y en realidad lo escuchábamos contar historias como nadie las había contado. Y reíamos hasta llorar todas las noches, porque, como todo el mundo sabe, era la noche el territorio de Soriano”.

Desde las siete de la mañana del 30 de enero Soriano fue velado en una sede de la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires, Alsina 779. De continuo llegaban personas a despedirlo. Entre otros estuvieron allí Ricardo Piglia, Pino Solanas, Horacio Verbitsky, Oscar Raúl Cardoso, Cristina Mucci, Alicia Steimberg, Eduardo Van der Kooy, Pacho O’Donnell y María Sáenz Quesada (secretarios de Cultura de Nación y Ciudad respectivamente), Graciela Dufau, Víctor Laplace. Rodolfo Terragno le dejó un banderín de San Lorenzo. Hebe de Bonafini le trajo jazmines de su jardín. Charly García apareció casi al final y le agradeció una nota muy elogiosa que Soriano había escrito unos días atrás: “No soy su amigo, pero leí un artículo muy lindo que escribió sobre mí estando tan enfermo y me emocionó”, dijo. Desde el mediodía hubo multitud en la puerta: sus lectores. A las cuatro de la tarde el cortejo inició el camino hacia el Cementerio de la Chacarita y se detuvo en la Avenida Belgrano, ante la redacción de Página: los compañeros lo saludaron con una lluvia de flores y un aplauso muy largo. Era un día de sol tremendo.

El cortejo entró al cementerio por la avenida Jorge Newbery. Unas ochenta o cien personas escuchamos la despedida de Pasquini Durán en las sombras de resguardo de un salón abierto. “Venimos a honrar a un socialista sin partido, a un hombre de izquierda –dijo -. Soriano estaba orgulloso de ser izquierdista, y con su vida y su obra enalteció a la izquierda. Venimos a recoger los sueños de un soñador de espíritu noble, un hombre que pensó siempre en la injusticia como un crimen de lesa humanidad y que pensó que cada hombre y mujer de esta tierra deberían tener la oportunidad de vivir en dignidad y de alcanzar la mayor felicidad posible”. Allí estaban entre otros Antonio Dal Masetto, Osvaldo Bayer, Héctor Olivera, Tito Cossa, Forn, Rodrigo Fresán, Francisco Juárez. Eduardo Galeano viajó desde Montevideo. También estaba Lidia Lafón, su pareja a mediados de los ‘70. Desde París viajó Christine, la hermana de Catherine Brucher. “Sería incapaz de despedir al contador de historias, porque estoy seguro de que volverá a contarlas a cada generación”, dijo Pasquini Durán, conmocionado. “Hasta siempre, Osvaldo”, dijeron varios amigos que estaban ahí.

Sección 7E, tablón 19, sepultura 1. Algunos compañeros de escuela acompañaron a Manuel, que por entonces tenía seis años y llevaba puesta una camiseta de San Lorenzo. “Él eligió ponérsela, yo no le dije nada –recuerda Catherine-. Fue impresionante eso. Porque a él no le interesaba el fútbol: se la puso por su padre”. Manuel llevaba también una pala chiquita, de jardín, con la que echó la primera tierra.


Este texto pertenece a Osvaldo Soriano, una historia, una biografía del gran escritor argentino de próxima aparición.