Canto rebelde, más conocido como Por Vietnam, fue el tercer disco de Quilapayún, y el primero en publicarse a través del emblemático sello DICAP. Vio la luz en 1968, lo produjo Víctor Jara, y tiene entre sus doce piezas varias que se irían transformando en claves para la entonces denominada “canción de protesta” que pujaba por convertir a la música en una herramienta más de transformación. 

Estaba entre ellas la de Chicho Sánchez Ferlosio que cantaba el Che (“Que la tortilla se vuelva”). Estaba el anónimo “Himno a las juventudes mundiales”, y también la primera versión grabada de “Qué dirá el Santo Padre”, de Violeta Parra. Hasta allí fue entonces la editorial Marea a buscar el título de un libro directamente vinculado a la impronta. “Sí, se le ocurrió a editora… había que encontrar un título atractivo y acá está”, refrenda Oche Califa, su autor.

Canto libre se llama entonces el trabajo a través del cual el escritor, periodista y gestor cultural nacido en Chivilcoy se embarca en la historia de la canción de protesta en la Argentina y América Latina, encarnada en setenta canciones fundamentales de las décadas del sesenta y setenta. “Hace unos veinte años estuve a punto de publicar un cancionero. Se frustró, pero seguí acopiando información. Luego pensé que era bueno escribir sobre la canción popular como género, sobre su génesis y hacer una crónica de esos años. Esto es, agregar biografías y colocar opiniones, declaraciones y estudios sobre el tema. Bueno, así tomó forma el libro”, introduce Califa, también hacedor de libros para niños, ex editor de Colihue y ex Director Institucional de la Feria del Libro de Buenos Aires.

-La elección de la temática supone siempre un vínculo subjetivo del autor. ¿Cómo es la tuya, en este caso?

-Simple: el arte social y político fue importante en mi formación juvenil y todavía es parte sustantiva de mis intereses intelectuales.

-¿Es un libro nostálgico, entonces?

-No, no apunta a la nostalgia sino a mostrar una estética singular que dejó una marca en la canción popular del siglo XX. También ayudará a entender un tiempo político, aunque el lector, claro, completará su libro con la mirada que quiera.

Sobrevoladas por la sentencia martinfierrista de cantar con sentimiento y fundamento, las 235 páginas que pueblan Canto Libre reparten sus propósitos entre el prólogo de José Tcherkaski, aquel coequiper de Piero; el repaso por una serie de canciones cuidadosamente seleccionada por el autor (entre José Larralde y Ramón Ayala; entre Moris, y León Gieco, entre Aníbal Sampayo y Chico Buarque, y así); y la biografía de los 31 autores y autoras elegidos. “Este libro es un pedazo de mundo, del mundo latinoamericano del siglo XX. En él hubo sueños, pesadillas y cuerpos que los gozaron y sufrieron… digamos que el trabajo testimonia algunos”, señala Califa.

-Tanto los autores abordados como sus canciones tenían la ilusión de cambiar el mundo a través de la música. ¿Qué vigencia tiene ese propósito, hoy, según tu óptica?

-Bueno, el arte cambia al mundo, tanto como la ciencia, la tecnología y las creencias, pero una canción no hace una revolución así como una golondrina no hace verano. Respecto de mi faceta musical personal –Oche también es compositor- no sé si hay en mis temas una especial influencia de lo que se llamó la canción de protesta, aunque sí de toda la canción de esos años... pero lo mismo podría decir del tango del 30 y del 40, y de la canción francesa del 50.

-¿Cómo te resuena hoy el rótulo "canción de protesta"?... durante los ochenta, las nuevas generaciones embistieron duro contra esa denominación.

-En verdad, el rótulo es una expresión que creó la prensa. Ahora bien, que las generaciones posteriores discutieran ciertas estéticas y discursos (recuerdo que se hablaba de lo "psicobolche") no me parece mal. Cada generación debe forjar su decir, ¿no? Ahora bien, continuando o renegando, nadie empieza de cero.

A la hora de elegir cuatro héroes en este lío, Oche opta –de los que figuran en el libro- por Atahualpa Yupanqui, Violeta Parra, Chico Buarque y Alfredo Zitarrosa. Entre sus “canciones de protesta” preferidas, en tanto, se vuelca por "Hasta la Victoria", de Sampayo; "Me gustan los estudiantes", de Violeta; y "Plegaria a un labrador", de Víctor Jara. “Las elijo por diversos motivos: lo épico-elegíaco; lo entusiasta y humorístico; la apropiación de lo religioso, y la limpia elaboración de los versos, en todos los casos. Ah, y un extra: hace unos diez años conocí la obra y la vida de la mexicana Judith Reyes, y quisiera que se conozca más… es maravillosa”.

-No figuran temas de Charly García ni del Flaco Spinetta en el libro. ¿Cuál es el motivo? ¿Qué criterio utilizaste para que estén los que están?

-Empiezo por la última: la selección la hice bajo la intención de que fuese representativa del tema del libro. Y, en este sentido, en Spinetta no hay trazos elocuentes de canción social y política. En Charly sí, pero aparecen en los '80. De todos modos, los menciono como parte de la generación roquera que desafió a la Argentina militar-católica de esos años. Fue política sin querer -muchas veces- serlo.