Juan Martín Del Potro está exhausto. La pelea más larga de su carrera, el partido más difícil, lo dejó sin fuerzas. Lo vació. "A veces yo también puedo perder", dijo, entre lágrimas, después del partido que lo reencontró con la gente, en Buenos Aires, tras más de dos años y medio de inactividad. La rodilla derecha, maltrecha luego de cuatro cirugías y diversos tratamientos, lo empujó a tomar la decisión más difícil de su vida. 

Pero el tandilense no termina de anunciarlo de manera explícita. Llevaba 965 días sin jugar, desde junio de 2019. Se esforzó como nunca en los últimos tres meses para llegar en condiciones aceptables al Argentina Open, el torneo que eligió para abrazarse con el público, para desbordar por un sinfín de emociones. La realidad, sin embargo, exhibió que no está ni cerca de lo que supo ser, más allá de algunos destellos y de la anecdótica relevancia de su desempeño deportivo.

El retiro configura un episodio traumático para cualquier deportista profesional. Y la conmoción suma un agravante cuando la causa que lo provoca es una lesión grave. El impacto emocional, claro, es negativo. Del Potro tomó la decisión de actuar en Buenos Aires en octubre pasado: lo visualizó y, meses después, lo concretó. Las emociones explotaron durante y después de su partido. Resulta imposible conocer en qué momento pensó en el retiro definitivo, si es que lo hizo.

"Intenté ser lo más claro posible: dije que jugar en Buenos Aires sería una despedida antes que un regreso. Así me lo marca hoy la rodilla", disparó en la rueda de prensa posterior a la derrota ante Federico Delbonis, minutos después del llanto y la emoción.

Del Potro tiene 33 años. Es joven para el deporte de hoy. Sobre todo si el prisma se ubica arriba: Novak Djokovic, el líder del ránking, tiene 34; Rafael Nadal, el flamante campeón del Abierto de Australia, 35. Los grandes todavía ganan Grand Slams y el tandilense, apremiado por aquella fatídica caída en Shanghai 2018, no juega con continuidad desde los 31. Lleva casi tres años afuera del circuito.

En la misma conferencia con los medios también dejó una luz para la esperanza: "Lo de hoy es un punto y aparte. Ahora tengo que ocuparme de la rodilla para mi vida, para sentirme bien en el día a día. Pero voy a dejar la ventana abierta en el tenis porque lo que viví esta noche fue inolvidable. Si hoy fue mi último partido me voy feliz”.

Del Potro no tomó la decisión por dos razones: porque confía en un milagro más, aunque sea lejano, y porque no terminó de aceptar que debe irse por un problema físico y no por el paso de los años o por un descenso de nivel. Para un deportista resulta muy difícil aceptar la decisión más complicada de toda su vida: se identifica con el deporte que practica. Su personalidad está relacionada con el tenis de manera intrínseca. Es, ante todo, un tenista. Por eso buscará alternativas para una nueva proeza, aunque lo hará sin la presión urgente de volver.

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