Aún tengo la banda de sonido, tuve primero el video y luego el dvd, y más de alguna foto original llegó a colgar en la pared de mi cuarto. Y todavía lamento no haber tenido jamás el afiche. De hecho, tal vez haya sido una de las películas que más veces vi en mi vida. En realidad --como buen cinéfilo-- hay muchas candidatas para semejante lista, pero de lo que no tengo dudas es que Betty Blue es al menos la que más veces debo haber visto salteándome el final. Hubo una época en la que, cada vez que la reponían en algún ciclo, decía presente. Pero siempre listo para irme de la sala luego de la escena en que la pareja protagonista saca una torta de cumpleaños del baúl de un auto. Porque sabía que, a partir de ahí, comenzaba la tragedia.

37.2 en la mañana es el título original de la tercera película de Jean-Jacques Beineix, que metió de prepo a Beatrice Dalle en el cine francés y la imaginación de cualquier cinéfilo que la viese iluminar aunque más no fuera una sola de sus escenas en la pantalla. Y 37.2 debe haber sido más de una vez la temperatura durante casi toda la asfixiante semana en la que --a mediados de enero-- se conoció la noticia de la muerte de Beineix, el tipo que le dijo no a Isabelle Adjani y descubrió a Beatrice. Una decisión que de alguna manera me condenó a un imaginario trágico y romántico mucho más que mi vieja bautizándome en honor al protagonista de Sobre héroes y tumbas, la novela que asegura haber estado leyendo durante mi gestación. Algo es seguro: en mi vida hubo más Bettys que Alejandras.

Estudiante de medicina que terminó pasándose al cine, Beineix fue un fanático confeso de la nouvelle vague. Codo a codo con Luc Besson y Leos Carax, con quienes compartió una innegable fascinación por el Metro de París, nuestro Jean-Jacques alumbró una escena que la crítica francesa denominó algo despectivamente como cinéma du look y que, de alguna manera, fue ubicada en las antípodas del cine que confesaba admirar: los acusaban de ser pura superficie pero poca substancia.

Se hizo conocido por Diva, su opera prima, que como señala el obituario publicado en The Guardian supo ser infaltable en la programación de las salas de cine de arte al despuntar los ’80. Pero Betty Blue es la película que lo salvó del fracaso de la segunda, una adaptación del escritor norteamericano David Goodis que fue un estruendoso fracaso, La lune dans le caniveau, a pesar de la presencia de Gerard Depardieu y Nastassja Kinski.

Leo por ahí que le pasó lo mismo que a mí la noche en que leyó por primera vez la novela que decidió adaptar: cuando llegó al momento en que todo desbarranca dejó de fantasear con que ese libro sería su próxima película, abandonó la lectura y se fue a dormir. Al día siguiente, sin embargo, la terminó de leer y decidió que justamente por eso la filmaría, porque no era una historia de amor así nomás, porque había mucho más en ella. Lo que hay en Betty Blue es Beatrice, deliciosamente Beatrice, y un Jean-Hughes Anglade --su coprotagonista-- tan encantadoramente mundano que cualquier espectador masculino puede imaginarse en su lugar. Y vaya que nos imaginamos. Desde su primera escena, y a pesar de toda la estilización de la seudomovida a la que supuestamente pertenecía su director, Betty Blue es una película casi punk, en la que el sexo está en primer plano, todo termina siendo refregado en la cara, y sin embargo es imposible no quererla. Como a Betty, como a Beatrice.

Poco importan las cuentas pendientes que la prensa francesas no dejó de recordar incluso a la hora de su despedida, Beineix quedará en la historia del cine que nos importa por Betty Blue, y ahora que acaba de morir a los 75 años después de una larga lucha contra la leucemia, nos regala nuevamente la posibilidad de recordarlo todo nuevamente, aquella juventud, aquellos fanatismos, aquella inexperiencia, aquellos romances errados pero eternos. Y esa Beatrice Dalle, la criatura más bella que haya regalado el cine, un retrato que completaría años después Claire Denis, al convertirla literalmente en la comedora de hombres que romantizó --y a la que de alguna manera también condenó-- Beineix. Pero, como suele decirse, eso ya es otra historia. Ahora es el turno del adiós a un director de cine, de una noticia llegada desde una semana de más o menos 37 grados, y de un espectador que se va una y otra vez del cine, atento a que la fiesta no se termine convirtiendo en tragedia.