Las reservas de los museos son los espacios más misteriosos que tiene el mundo del arte. Nunca se sabe con precisión qué hay en esos depósitos, ni tampoco en qué estado. Largos pasillos repletos de obras olvidadas, joyas menospreciadas y obras menores que merecen destacarse aunque la historia del arte les dé la espalda. Sin embargo, a veces hay excepciones, como es el caso del Museo Sívori, que salió al rescate de su patrimonio con la exhibición Museo sin tiempo.
Curada por Sebastián Vidal Mackinson y Teresa Riccardi, la muestra incluye 92 obras del patrimonio del museo, muchas de las cuales hacía años que no se exhibían y que reaparecen hasta con el montaje original con el que algunas vez se mostraron. Además, se incluyen obras de artistas y escritores contemporáneos, que participaron del Laboratorio Federal, un programa de residencias que estimula el intercambio y desarrollo artístico entre artistas de toda la Argentina..
Por un lado Sol Echevarría, Simón Helú, Javier Soria Vázquez, Mariano Vespa intervienen Museo sin tiempo a partir de la escritura creativa. Por otro lado, se exhiben obras de Florencia Caiazza, Mariana De Matteis, Cecilia Lutufyan, Nicolás Rodríguez, Gisella Scotta y Mariela Vita.
1. Desde el mingitorio de Marcel Duchamp y hasta la actualidad la pregunta de qué puede ser una obra de arte perdió todo su sentido. La llegada de lo que conocemos como “arte contemporáneo” la convirtió en una pregunta aún más ridícula. Así, en este mundo de posibilidades infinitas, no hay manera de terminar cuándo una obra está o no está terminada.
Museo sin tiempo es una exhibición que trata de hacer público ese proceso que, generalmente, es privado y solitario: la manera en la que un artista hace una obra en su taller. Con un montaje que podría funcionar como escenografía de teatro, la primera sala de la muestra exhibe un taller y también un laboratorio de restauración: hay estantes con yesos embalados, marcos sin telas apilados, algunas esculturas y restos de un trabajo en proceso. En este espacios conviven imágenes históricas, como la de “Plus ultra” de Agustín Riganelli, con videos de Florencia Caiazza, integrante del Laboratorio Federal.
Es casi imposible trazar para el espectador la línea que separa la obra del montaje y de la obra terminada del work in progress. ¿Cómo saber qué es cada cosa si todo puede ser una obra?
Los artistas visuales y los poetas son las únicas personas que tienen el superpoder de convertir un objeto cualquiera en obra de arte o cualquier palabra, frase o texto en poema. Si dejo de escribir ahora, si le entrego a mi editora un texto que termine acá y con una palabra a medio escribir, esto no sería una nota. Seguramente ella me mandaría a laburar, a escribir más palabras para que el texto sea, con suerte, una nota publicable. Los periodistas y los críticos de arte no tenemos ningún superpoder.
El sentido de esta sala se consigue con los paratextos que hay alrededor: desde la guardia de sala que explica cuáles son las obras y cuáles no, hasta el texto curatorial y las nomenclaturas. En un momento donde todo se puede exhibir como obra, el sentido se tiene que generar con explicaciones y señales claras.
Hay un límite difuso entre trabajo en proceso y trabajo finalizado pone de manifiesto que el paradigma del arte contemporáneo se impone por sobre el del arte moderno. No es el museo lo que no tiene tiempo, sino el arte contemporáneo.
Se trata entonces de mostrar el backstage, de tener una actitud pedagógica para con el público del museo: que entiendan cómo funciona esa escena que es bastante opaca, en comparación con la de otras disciplinas. Es como un tutorial de YouTube, un paso a paso de cómo concebir una obra de arte o de cómo restaurarla.
2. Estamos enchufados a internet y todo va a mil y todo es ya y todo es efímero. Nada se detiene. Todo es fugaz. Las imágenes pasan rápido por Instagram. Las palabras se pierden en Twitter. Los sonidos son efímeros en Spotify. En este contexto de inmediatez total la historia (que siempre está quieta y es pasada) aparece como un tema. Ya no construimos historia, sino que la tematizamos.
Museo sin tiempo (si no hay tiempo no hay historia) tematiza el pasado con las 92 obras del patrimonio del Museo Sívori y trata de mostrar algo de presenten con las piezas de los y las artistas contemporáneos que participaron de la residencia de la institución. Esta experiencia se desarrolló durante el año pasado y las personas seleccionadas estuvieron bajo la tutela de la artista Marcela Sinclair y la editora Julia Ariza. Con el Laboratorio Federal el museo trabajó con dinámicas propias del mundo del arte: las clínicas de obra, la camaradería, la producción en conjunto, las conversaciones entre artistas.
La muestra va a ser el punto de encuentro entre dos paradigmas: el del arte moderno que traen las obras de la colección y el de arte contemporáneo, propio de las personas que integraron la residencia. Lo social va a aparecer como oportunidad de crecimiento, formación y exhibición. También va a ser, como se diría en la lengua de las locas, la oportunidad para el teje.
Este despliegue va a suceder en la segunda sala de la muestra donde efectivamente conviven la mayoría de las producciones contemporáneas con el acervo del museo. Sin embargo, otra vez aparece el backstage con pizarrones donde aparecen apuntes y material de archivo de investigaciones.
A diferencia de lo que sucede en la primera sala, donde los límites entre montaje y obra son difusos, en esta otra parte de la muestra la diferencia entre las obras contemporáneas y las del acervo son claras. Las obras de la colección, en su mayoría, son pinturas cuyas temáticas están a la vista de todos: paisajes litoraleños, trabajadores rurales, escenas costumbristas. Las piezas contemporáneas no son tan evidentes y tiene el misterio de la incomprensión: sillones cortados que emiten sonidos, estandartes que caen desde el techo hacia un ramo de flores marchitas, instalaciones de telas baratas que se mueven con el viento.
Las obras contemporáneas no apelan a la obviedad de las obras de la colección. Se mueven entre márgenes y permiten una lectura más abierta y menos condicionada. De la misma manera que cualquier cosa puede ser una obra de arte, cualquier obra de arte puede significar cualquier cosa.
3. Museo sin tiempo propone una posible lectura sobre cuál es el punto de unión entre las obras creadas en el Laboratorio Federal y las de la colección: la crisis. Mientras que unas emergieron de la crisis de los años 30, otras surgen en medio de otra crisis económica y sanitaria que se desató con la pandemia.
Sin embargo, lo que realmente une a las obras de un período y otro es lo que María Gainza llama “chiquitosis” y que el crítico Claudio Iglesias explica de la siguiente manera: “La chiquitosis es una condición crónica que el arte argentino soporta con paciencia y de la que a veces busca sustraerse, como en raptos aislados. La chiquitosis es la incapacidad de realizar proyectos grandes. Un rasgo especial de esta chiquitosis es que degenera, necesariamente, en la proliferación”.
Esa característica que encontró la escritora y que rescata el crítico da cuenta de cómo el arte argentino siempre estuvo plagado de estéticas heterogéneas al mismo tiempo. La colección del Sívori da cuenta de eso: mientras que en una sala hay un Berni gigante, “Chacareros”, atrás de esa misma obra hay un retrato minúsculo de un niño y sobre las paredes pequeñas pinturas de paisajes. Todo chiquito. Hay destellos de grandeza, pero son los menos.
La heterogeneidad de la escena del arte en las décadas de los años 30, 40 y 50 se extendió hasta nuestros días. La “chiquitosis” que descubre Gainza y que rescata Iglesias no es una característica negativa de la escena del arte, sino una condición sine qua non. Es esto lo que permite que la escena sea tan diversa y tan de este lugar. Por momentos parecería ser que la globalización nunca llegó a estos pagos.
En la década del noventa, con la llegada del Centro Cultural Rojas, se empezó a usar como valor a esta “chiquitosis”. Como señaló María Moreno en este mismo diario semanas atrás: “La galería del Centro Cultural Rojas puso en valor lo que ya existía pero se le negaba existir a viva voz fuera de la etiqueta de artesanía o actividades prácticas: los saberes domésticos sin límites de invención como el decorado de tortas, la pintura con brillantina, el arte de la papirola y el tejido en mimbre, el cotillón escolar y las etiquetas intervenidas de productos de bajo costo”. Lo que antes no quería ser visto, el Rojas lo puso sobre la mesa y a partir de eso creó una estética que llega hasta nuestros días y que, con más o menos diferencia, sigue configurando las producciones de los artistas jóvenes, como los que integran esta muestra.
Más allá de los tamaños de las obras, que es algo bien secundario, Museo sin tiempo da cuenta de esta característica del arte local. Tal como sucedió en el Rojas, la hace explícita y también la usa a su favor para poder combinar las imágenes de artistas históricos (Emilio Pettoruti, o el ya mencionado Berni, por ejemplo) con la de los artistas contemporáneos. La chiquitosis es el punto de encuentro entre las generaciones, la única característica que el arte local sabe mantener.