Un rey caprichoso que no para de dar órdenes al pueblo estipula que todo en la sociedad debe ser azul, desde el color de los edificios hasta la propia piel de los ciudadanos. Quiere eliminar al resto de los colores, y quien no esté de acuerdo con eso será sometido a una “azulación” que le borrará su identidad, despojándolo de cualquier resabio de subjetividad. El pueblo obedece, sometido, como obedecen esos pueblos sumergidos en el miedo y la represión. Hasta que a alguien se le ocurre que hay algo que nunca podrá ser azul: la caca. Así de potente son la historia, el mensaje y la metáfora de Los cacaprichos del rey, el último espectáculo del grupo de titiriteros del Grupo de Teatro Catalinas Sur, que acaba de estrenarse en el mítico galpón de La Boca. 

Protagonizada por los titiriteros Marianela Medina, Nora Churquina, Corina Renoldi, Narda Milin, Mónica Rojas, Ariel Rubén Guanuco, Ariel Bechara y Gonzalo Guevara, la obra está dirigida, además de por Ximena Bianchi, directora estable del grupo, por Manuel Mansilla, reconocido titiritero que fue convocado por la compañía para dar un entrenamiento específico (de títeres de boca con varilla) y que finalmente se quedó a codirigirla.  

“Sabíamos que queríamos hablar sobre la libertad pero no sobre la libertad individual, muchas veces confundida con la individualidad”, cuenta Bianchi a Página|12 sobre el bellísimo y conmovedor espectáculo para toda la familia, que está basado en algunas historias en las que tiene “una fuerte impronta el espíritu de aquellos libros prohibidos durante la última dictadura cívico-militar”.

–La obra plantea potentes metáforas de nuestra historia reciente, algo que sin dudas atraviesa la experiencia del espectador adulto. ¿Cómo creen que lo recibe el niño y cómo trabajaron esa cuestión para que no quede afuera del mensaje?

Manuel Mansilla: –Nosotros presentamos una relación entre personajes en la que uno ordena y los demás deben obedecer sin cuestionar, en la que uno está arriba y los otros quedan debajo, en la que se debe cumplir sin poder opinar. Y los niños no son ajenos a eso. De hecho, son los que día a día descubren en la práctica esto de obedecer y ordenar, ya que diariamente se exponen a sistemas de jerarquías y frente a un cuestionamiento chocan muchas veces con un “porque sí”, tal como le pasa al pueblo de nuestro espectáculo. Así que pienso que son los más privilegiados en esta puesta.

Ximena Bianchi: –No creo que haya temas para niños y temas para adultos, aunque sí hay que tener en cuenta cómo se aborda la temática. Por supuesto, hay diferentes lecturas según la edad, pero no hay que tener prejuicio: los chicos entienden mucho más de lo que algunos adultos creen.

–¿Por qué decidieron trabajar con lo escatológico, concreta y conceptualmente?

X. B.: –Nos parecía en principio una buena metáfora de los regímenes autoritarios. Es como el colmo: el rey prohíbe lo inevitable. Además, a los chicos les divierte mucho.

M. M.: –Tomamos lo escatológico como elemento determinante a partir de un momento en la historia de este pueblo. Frente a su prohibición, la resignificamos como grito de libertad, como resistencia, algo opuesto a la concepción que asume en estas épocas donde los paradigmas sociales de belleza, privacidad, comunicación y sexualidad están sometiéndose a revisión constante, y lo escatológico se suele asociar a lo bestial, a lo primal, hasta considerarse como algo externo, como algo que debe ser tapado de vista y olor.

–Mansilla, usted participa del espectáculo como director invitado. ¿Cómo fue trabajar con un grupo tan emblemático y con tanto recorrido previo?

M. M.: –Me encontré con un grupo de personas en estado de alerta, en estado de creación, con un grupo que solo podría haber encontrado en el contexto del Galpón, que propone una forma y deja fluir. El elenco de Cacaprichos... decidió seguir metamorfoseándose con nuevas herramientas y estímulos para llegar al hoy, lo que hace de él un elenco vivo que se retroalimenta a cada paso de su contexto y lugar. Es la primera vez que codirijo un espectáculo, que camino en un montaje de la mano con alguien, y también la primera vez que dirijo a ocho titiriteros, lo que supone ocho energías, ocho cuerpos, ocho poéticas y dieciséis manos. Para un director, tener dieciséis manos a su disposición es un sueño, lo mismo que para un teatrista independiente de Lomas de Zamora estar trabajando en Catalinas, casa del teatro comunitario. Es jugar en uno de los clubes de tus sueños.

–Y para usted, Bianchi, ¿cómo fue recibir a un colega en la codirección de su grupo?

X. B.: –Está buenísimo. Creo que el grupo incorporó muy bien las nuevas propuestas y que le dio nuevos y renovados aires.