Desde el comienzo de sus actividades como editor Manuel Pampín supo combinar un doble movimiento que sería una marca distintiva de Corregidor; por una parte, la conformación de un catálogo que se iba acrecentando con títulos que abarcaban  campos de interés que no eran atendidos por las editoriales de mayor renombre y, por otra, el haber editado algunos nombres de gran notoriedad literaria que, sin embargo, no aseguraban un nivel de ventas que pusiera al reparo los costos de la inversión. Ese fue el caso de Juan Carlos Onetti. 

  En 1973, en los inicios de Corregidor, publica La muerte y la niña, un volumen de 135 páginas que era la primera edición de la nouvelle onettiana. Unos meses después, en enero de 1974, aparece Cuentos Completos, que reúne la totalidad de la narrativa breve que Juan Carlos Onetti había publicado hasta esa fecha. La edición al cuidado de Jorge Ruffinelli compila veintidós textos de los cuales diez no habían sido recogidos por otras ediciones similares, incluyendo las Obras Completas que Aguilar había publicado en 1970.

  El volumen de tapas verdes con una gráfica de Rubén Rey, que descomponía el rostro de Onetti en dos partes asimétricas, tiene una enorme cuantía bibliográfica, puesto que pone en circulación, entre otros, los primeros cuentos que el escritor uruguayo había publicado durante los años treinta en Buenos Aires.

  Leer a Juan Carlos Onetti hoy, ya entrado el siglo XXI, cuando ha sido canonizado sin excepción por la crítica literaria en todas sus variantes, es una buena oportunidad para revisar en una rápida ojeada los avatares de circulación de sus textos, tan complicada como sinuosa. El mismo Onetti, ya entrados los años sesenta, solía decir con su recargada ironía: “Cada vez que publico un libro cambio de editorial para repartir equitativamente las pérdidas”. Escritor casi invisible durante un largo período, fue afianzando una sólida reputación que lo convirtió en un autor de culto, a pesar de que seguía teniendo una discreta atención de los lectores si se la compara con otros escritores de similar prestigio que agotaban rápidamente varias ediciones.

  El valor de los Cuentos Completos de Onetti en Corregidor se pone de manifiesto desde una mirada retrospectiva, dado que ese volumen permitió tanto a la crítica como a los lectores en general tener un panorama cabal de la obra del gran escritor uruguayo. Habrá que esperar veinte años para que Alfaguara publique otro volumen de sus Cuentos Completos, que incorpora la nueva producción onettiana de los últimos años y, digamos de soslayo, con algunos errores y deslices que marcan una notoria diferencia con la edición de Corregidor. 

  Como lector inminente al momento de la aparición de aquel libro, que conservo entre mis más preciados tesoros, y como lector crítico de la obra de Juan Carlos Onetti a lo largo de los años, puedo afirmar que sus Cuentos Completos son una cifra acabada de la actividad de Manuel Pampín como editor y, consecuentemente, de sus aportes inestimables a la cultura de nuestro tiempo.